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“Los niños del Chavismo” en Bogotá

El poder adquisitivo de los venezolanos en Bogotá es muy reducido. Así lo señala el informe: 50% de esa población percibe ingresos por debajo de los $430.000.

Marco Tulio Acero, un joven de 22 años, se rebusca la vida cuidando carros y vendiendo dulces y galletas que le llegan de contrabando de Venezuela. Arribó a Bogotá hace un año y dos meses. Lo hizo en bus, en un largo trayecto desde Caracas, donde dejó a dos hermanos menores y a su mamá, que no quisieron emprender la aventura de buscar nuevas oportunidades.

Con marcado acento caraqueño, conocido también como “gocho”, cuenta que apenas estudió primaria y en Caracas se dedicaba a oficios varios, -la calle estaba dura, mucho peligro y poco trabajo-, relata, mientras se fuma un pucho de marihuana que camufla entre sus dedos curtidos por sol y la intemperie del día a día.

Vive en una pieza en el sector de Los Laches, en la localidad de Santa Fe, que comparte con otros tres amigos venezolanos que trabajan como domiciliarios. Dos en bicicletas y uno en una moto destartalada -funciona cuando se le da la gana.

Cuando me ve hambriento por fin prende al menos por un par de horas-, dice Rubén Angarita, un adolescente de 18 años, escuálido que a duras penas logra cargar sobre el espinazo una enorme caja de cartón que le sirve para llevar los pedidos que salen de los restaurantes ubicados en la zona de la calle 72, al norte de la ciudad.

-Chamo, algún verde que tenga y le sigo cantando la zona. Al gratis nada. Hay que producir para cubrir el valor diario de la pieza-. Acero y sus tres amigos, hacen parte de los 605,376 venezolanos que, según las estadísticas de Migración Colombia, viven en la capital para agosto del 2023. Son las cifras más actualizadas con las cuales “Bogotá Cómo Vamos”, que dirige Felipe Mariño, preparó un extenso e interesante estudio sobre la realidad de la población venezolana que se encuentra en las principales ciudades del país, entre ellas Bogotá, donde se concentra el mayor número de ellos.

“Este estudio es la base para una serie de recomendaciones, seis en total, a la administración del alcalde Galán con el fin de buscar soluciones socioeconómicas a una población que afronta una compleja situación de supervivencia”, dice Mariño, quien en los últimos años se ha dedicado a medirle el termómetro a la problemática social de la capital y sus informes, que realiza con un grupo de profesionales, que tienen el reconocimiento por su seriedad y trabajo de investigación.

Las cifras del informe “Bogotá Cómo Vamos”, muestran una realidad que los ciudadanos y los funcionarios de la administración distrital no pueden ignorar.

El informe señala que entre julio del 2022 y julio del 2023, la ciudadanía migrante de Venezuela representa el 88% del total de extranjeros que habitan en Bogotá. Son el 5% del total de la población de la capital. Ocupan la extensión de una zona como Fontibón.

Pero la situación se torna compleja cuando de ese universo de 605,376 venezolanos que viven en la capital, el 62,2% está en la franja de la pobreza monetaria. Es decir, que sus ingresos son insuficientes para adquirir los productos básicos de la canasta familiar. No solo en alimentos, sino también vivienda, vestuario, transporte, salud y educación.

Pero la situación es más dramática para el 20,6% de la población venezolana que ha llegado a la capital. Ellos hacen parte de la franja de la pobreza extrema. Tres veces más que el porcentaje registrado por el resto de los bogotanos.

Por esa razón, Mariño señala que este informe es clave para que el equipo de funcionarios de Integración Social de la Alcaldía, trabaje sobre una base sólida que permita soluciones de tipo económico, educativo y salud, para los venezolanos que llegan a la ciudad.

El estudio no permite visualizar cuántos de ellos están en tránsito y cuántos realmente decidieron hacer vida en Bogotá. Para Mariño la capital es un punto de partida hacia otras ciudades de Latinoamérica, así como el paso por Centroamérica, rumbo a los Estados Unidos. Pero Migración Colombia no tiene estas estadísticas.

Otro de los temas que llama poderosamente la atención del informe es el promedio de edad de la población venezolana que hoy está asentada en la capital. Es más joven, incluso que el promedio de edad de los propios bogotanos. La edad promedio de los 605,376 venezolanos es de 25 años. Diez años menos que el resto de los habitantes de la capital. Es decir, que la fuerza laboral venezolana, esa generación que impulsa el desarrollo de un país, ha migrado lamentablemente hacia otras latitudes.

Otro aspecto relevante del estudio que contiene el informe “Bogotá cómo vamos” tiene que ver con el núcleo familiar de los migrantes venezolanos en la capital. Los hogares con jefatura -padre o madre- son de mayor tamaño. En promedio 3,3 personas. La mayoría niños, niñas y adolescentes. Donde predomina el joven adulto.

Es decir, una población potencialmente en edad productiva. Que, si recibe la atención requerida por parte de la administración distrital, es un factor positivo para el mercado laboral y la economía de la ciudad.

¿Dónde viven los inmigrantes venezolanos? Como cuenta Marco Tulio Acero y sus tres amigos, en los sectores donde el valor de una pieza sea lo más económica posible. -La calle no deja lo suficiente para alquilar algo más cómodo. Los que llegamos solos a esta ciudad, hacemos grupos de tres o cuatro y compartimos la misma pieza-, cuenta Acero, que vivió las primeras semanas debajo de uno de los puentes de la avenida 26.

El estudio señala que los venezolanos en Bogotá están ubicados en los estratos socioeconómicos uno y dos. Tan solo el 3% de los venezolanos ocupa vivienda en los estratos cinco y seis. Pero la triste realidad es que el 18% de los venezolanos viven en Bogotá en hacinamiento crítico.

El poder adquisitivo de los venezolanos en Bogotá es muy reducido. Así lo señala el informe: 50% de esa población percibe ingresos por debajo de los $430.000.

Esto corresponde apenas a la mitad del ingreso del resto de la población de Bogotá, que en promedio recibe ingresos superiores a los $900.000.

Estos bajos ingresos se reflejan en la carencia de servicios de salud, educación y vivienda, que afectan directamente su calidad de vida. El 21,3% de niños y niñas venezolanas, no tienen cómo asistir a la escuela. Así mismo, el 47% de esta población migrante no está afiliada a ningún sistema de seguridad social en salud.

La radiografía de la generación de venezolanos que salieron de su país por la dictadura del chavismo es cruda. Su inclusión económica es incierta.

Las posibilidades de acceso a un trabajo digno son mínimas. Esta población vulnerable, no tiene cómo satisfacer sus necesidades básicas. Su supervivencia dependerá en buena parte de la ayuda que reciba del sistema de protección social del distrito capital.

Muchos de ellos luchan día a día por lograr su sustento. Como lo hace Rubén Angarita, “Pajarito” para sus amigos, en su vetusta moto que enciende el motor cuando se le da la gana.

En su esquelético cuerpo se refleja lo que ha padecido en los ocho meses que dejó la ciudad de Barquisimeto, con la ilusión de un futuro. Por lo pronto, carga sobre su maltrecha espalda la caja donde empaca los pedidos que reparte por los sectores ricos de Bogotá.

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