Sábado, 23 de noviembre de 2024 Suscríbase
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Gobierno Gustavo Petro

¿Dónde está el jefe de la oposición?

Me asombra que no contemos con una personalidad política que la ciudadanía identifique como la cabeza de la oposición, reconocida por los grupos y fuerzas que están colocados en esa actitud legítima y democrática. ¿Hasta cuándo continuaremos así?

Marchas en Bogotá / Foto: Alternativa/Hansel Vasquez

Es inconcebible una democracia si no existe una oposición. El juego político entre gobierno y oposición es la esencia de cualquier régimen parlamentario o presidencial. Imposible entender el sistema británico, modelo de parlamentarismo, sin analizar las relaciones entre los unos y los otros, tanto en el parlamento como en la vida política. Si describiera algunas de las prácticas, a muchos les parecería que estoy hablando de instituciones fantasiosas.

Es que el buen trato, el respeto, entre mayorías y minorías, o sea, entre gobierno y oposición en un régimen político es lo que determina no sólo el buen gobierno sino eso que hemos dado en llamar después del final de la Guerra Fría, gobernabilidad democrática.

La razón de ser de esta relación tan civilizada, aunque no desprovista de vigor, ironía, y fortaleza, es muy elemental y a mí me gusta formularla en términos bien coloquiales. Hoy por mí mañana por ti. El respeto que el gobierno tiene por la oposición es equivalente al respeto que el partido de gobierno espera cuando esté en la oposición, que es lo que el péndulo democrático hace casi inevitable. Y el comportamiento de la oposición frente al gobierno es el que ésta esperaría cuando el partido de gobierno se haya constituido en oposición. Tan indispensable es el comportamiento de la oposición como el de las mayorías gubernamentales.

Un gobierno que carezca de oposición, o de una oposición seria, responsable, democrática, está condenado a un debilitamiento que le merma eficacia.

La oposición es un factor clave para el éxito de la democracia. Cuando la oposición no cumple a cabalidad sus deberes, no formula críticas oportunas y vigorosas, no denuncia apropiadamente la corrupción o las fallas del gobierno, no está contribuyendo al fortalecimiento de la democracia.

Álvaro Uribe Vélez, Germán Vargas Lleras, María Fernanda Cabal y Miguel Uribe Turbay.

Entender apropiadamente el papel del gobierno, el papel de la oposición y la conveniencia de que cada uno haga la tarea que le corresponde y la haga en la mejor manera posible, es lo que permite generar confianza en la institucionalidad, tanto para el presente como para el futuro. Por eso es la oposición y no otra figura política la que se plantea como alternativa viable en un gobierno democrático. Y viable quiere decir, también, legítima. Bien aceptada. Y, además, muy bien preparada para asumir el poder. Lo propio ocurriría con el gobierno cuando le corresponda ejercer el papel de oposición.

Para nosotros resulta sorprendente que un cambio de gobierno en el Reino Unido se haga en forma inmediata. Una vez conocido el resultado electoral el primer ministro en ejercicio sale por la puerta de atrás y el nuevo primer ministro ingresa por el número 10 de la puerta negra que existe en esa famosa calle denominada Downing Street. Es que el empalme se ha venido haciendo desde siempre.

La oposición tiene un gabinete en la sombra que conoce a cabalidad los temas de las carteras que están asumiendo. Y existe un servicio civil imparcial, profesional, respetado por todos que no corre el riesgo de ser decapitado una vez que haya cambio de gobierno. Es que una cosa es la administración y otra el gobierno. Algo muy difícil de comprender en muchas partes del mundo.

Es por ello que un gobierno como el británico es tan admirado, tan respetado y genera tanta certidumbre entre propios y extraños. Es que no hay que leer las hojas del té ni consultar brujos ni adivinos para saber qué es lo que está pasando y qué es lo que va a pasar. Es bien claro que los ministros que ocupan el gabinete en la sombra van a ser los ministros cuando la oposición llegue al gobierno.

Marchas en Medellín / Foto: Cortesía El Colombiano.

Excepcionalmente en algunos casos no ocurre así. Pero es muy excepcional, es que el ejercicio de la oposición es una preparación inteligente, seria, responsable para ejercer probablemente el gobierno en un próximo período. Eso no se improvisa. Eso no se hace con sorpresas. Eso no es un juego de adivinación.

Gobernar es muy difícil y requiere de una preparación que le permita a la persona que va a ejercer funciones públicas hacerlo con buen conocimiento y eficacia desde el primer momento.

No se pueden permitir espacios en los cuales el gobierno esté aprendiendo. Mucho menos en nuestro mundo en el cual la velocidad y complejidad de los acontecimientos requiere respuestas correctas oportunas y legítimas.

Foto: Presidencia de la República.

Entre nosotros, el ejercicio de la oposición y su relación con el gobierno y de éste con la oposición, todavía, dejan mucho, muchísimo que desear. Es evidente, no hay para qué dar ejemplos ni del pasado ni del presente. Un aprendizaje que en el caso que he citado del Reino Unido pues se rige principalmente con tradiciones y convenciones algunas más que centenarias.

Para nosotros, infortunadamente, se trata de que la ley regule uno u otro comportamiento y claro, ello da lugar a que se busquen vacíos y rendijas que le permitan a unos y otros evadir sus responsabilidades. Con frecuencia me ocupo del tema porque en la medida en que seamos capaces de mejorar esta relación gobierno-oposición, tendremos una mejor democracia, y así mejores gobiernos.

Quién lo creyera, los gobiernos son mejores si logramos que cuenten con una buena oposición y buena no quiere decir débil, bondadosa, olvidadiza, sino una oposición inteligente, seria, responsable, conocedora de los temas y consciente de que el buen ejercicio de esa tarea es lo que le garantizará convertirse en una alternativa viable de gobierno.

Foto: Alternativa/Hansel Vasquez.

Una cosa tan sencilla no parece ser bien comprendida. Por ello pagamos un precio altísimo. Ni el gobierno hace la tarea que le corresponde ni la oposición la suya. Y los medios de comunicación no parecen tener un entendimiento lúcido de este tema y, por supuesto, no hacen la presentación que ayude a construir una cultura política al respecto, tanto en los actores de lado y lado como, y muy importante, en la ciudadanía.

Me asombra que no contemos con una personalidad política que la ciudadanía identifique como la cabeza de la oposición, reconocida por los grupos y fuerzas que están colocados en esa actitud legítima y democrática, y que debe ser la persona que asuma la dirección de una campaña presidencial, de tal manera que si ésta resulta exitosa, nadie dude de quién será la persona que ocupará la Presidencia de la República. A estas alturas no contar con esa personalidad, con ese dirigente, es algo que considero que no ayuda al proceso democrático y, mucho menos, al éxito de la oposición. ¿Hasta cuándo continuaremos así?

De alguna manera, hoy ni el gobierno ni la oposición tienen los candidatos que este tipo de organización política demanda.