La plataforma de ‘streaming’ prepara el estreno mundial de la adaptación fílmica de Cien años de soledad. Se anuncia como suceso fílmico, o monumental fracaso.
“En Macondo, un lugar mágico y atemporal, siete generaciones de la familia Buendía se enfrentan al amor, el olvido y lo ineludible de su pasado… y de su destino”. Así presenta Netflix uno de los proyectos cinematográficos más desafiantes en la historia reciente del cine: la mítica novela Cien años de Soledad del escritor Gabriel García Márquez, publicada en 1967 y con más de 50 millones de ejemplares vendidos.
El autor previno a los cineastas de adaptar su novela a guion cinematográfico. En los años 70, el actor Antonhy Quinn le ofreció en público un millón de dólares, y alguien más que Gabo nunca reveló le puso dos millones sobre la mesa, pero todo en vano. Sin embargo, en 2019, Rodrigo García Barcha, hijo del escritor y director de cine, cedió a la tentación y aceptó el reto: “Estamos encantados de apoyar a Netflix y a los cineastas en esta aventura, y ansiosos de ver el producto final”, dijo.
García Márquez reconoció que escribió la novela solo para el disfrute de su lectura, apelando a la imaginación del lector, y dio sus razones para no llevarla al cine. Le preocupaban la limitación de tiempo para contar una historia abundante, el idioma original y acento coloquial, y cómo desenrollar el hilo poético y escenas desmesuradas. Netflix resolvió la extensión con una serie de varias horas, aceptó el idioma original y rodó en el caribe colombiano con actores latinos para darle más autenticidad. La cuestión es cómo hacer para que la línea narrativa del filme siga siendo creíble como en el libro.
Netflix aclaró que no hará una versión fidedigna de la novela sino una adaptación, y se tomará licencias para hacerle giros arriesgados a la historia, omitir escenas y cotejar diálogos. La producción anunció que el primer capítulo tiene un cambio drástico en la historia original, una mala noticia para los amantes de la novela. Se espera que la historia audiovisual no se apegue a la historia escrita, así que la trama conocida podría no ser la que todos han idealizado de la novela.
Guiones imposibles
Cien años de soledad hace parte de una serie de historias que varios directores quisieron llevar al cine y no fue posible. Orson Welles no pudo con Don Quijote, de Cervantes, y El corazón de las tinieblas, de J. Conrad. A Sergei Eisenstein le devolvieron el guion de Una tragedia americana; Luchino Visconti no logró resumir en cuatro horas de cine los siete tomos de En busca del tiempo perdido, de Proust; y Stanley Kubrick fracasó con el guion de Napoleón, pese a que Ridley Scott hizo su versión reciente en dos horas y media, no exenta de críticas.
El secreto de Cien años de soledad sigue siendo su mayor obstáculo para el cine. Solo es creíble si se sigue con la imaginación, como lo reiteraba su autor, porque su atractivo reside en cómo se narra y no tanto en la historia en sí. El argumento es la matriz en la que García Márquez lleva a la consagración el realismo mágico, un estilo literario que busca exagerar la realidad haciéndola verosímil con trucos narrativos. Y al ubicar la historia en el Caribe, donde la realidad se hace fantástica a voluntad, el relato se vuelve intraducible en imágenes y en un dolor de cabeza para los guionistas.
Si a un lector de Cien años de soledad se le pregunta de qué trata, lo más seguro es que recomiende leerla, ya que el intento de resumirla resulta confuso y aburrido. García Márquez manipula el lenguaje y arrastra al lector a la historia de una familia y sus generaciones en una aldea perdida, que se va haciendo abrumadora y con destellos de un drama épico. "Lo más difícil, antes de escribir, no es contar con una historia, sino hallar la estructura del relato”, dijo García Márquez. Y este será el reto de Netflix: encontrar la estructura del guion cinematográfico.
La realidad en Cien años de soledad se narra como una conversación cotidiana en el Caribe. Empieza apegada a la realidad, pero los hechos se van deformando por la tensión entre la conjetura, lo asombroso, lo inverificable, y un impulso innato de magnificarlo todo. El resultado es un relato exagerado y, a pesar de todo, creíble, como todo en el Caribe. “Y me di cuenta de que la forma de contarlo era como lo cuentan las viejas, las abuelas, que te dicen las cosas más extraordinarias, pero con una cara de que es cierto, que tú te lo tienes que creer como sea”, explicaba Gabo.
Cuando Remedios, La bella, se levante del suelo entre el resplandor de las sábanas (un recurso literario para mostrar la honra de la familia), estaremos frente a la escena que pondría contra la pared la naturaleza de la historia de Netflix. O cuando Prudencio Aguilar se le aparezca muerto a Úrsula y a José Arcadio, y este le insulte en plena madrugada por su descaro y decidan irse del pueblo para no tener que verlo nunca más. O cuando los niños de Macondo pasen flotando por las ventanas en las esteras voladoras llevadas por los gitanos.
Voces y rostros indescifrables
¿Y qué pasaría si vemos el rostro y escuchamos la voz de Melquiades, de Úrsula o José Arcadio? Es mejor no verlos ni escucharlos, porque se vuelven personas descifrables y dejan de estar poseídos por un espíritu que en la novela no parecen de este mundo. Esto le preocupaba a García Márquez, ya que los personajes míticos de una novela pueden ser condicionados por los de la pantalla y crean un problema de identidad con la historia original.
“Mi deseo es que la comunicación con mis lectores sea directa, mediante las letras que yo escribo para ellos, de modo que ellos se imaginen a los personajes como quieran y no con la cara prestada de un actor en la pantalla”, dijo el escritor. Sabía que al lector le gusta moldear a su antojo a los personajes y a la historia misma, y si se revelan el rostro de los protagonistas, lugares y objetos indescifrables, el relato ya no asombra. ¡Un zarpazo a la imaginación!
Este experimento se hizo con la novela *El perfume, de Patrick Suskind, llevada al cine en 2006. Ningún director se atrevía a darle identidad al protagonista, un personaje alucinante y casi sobrenatural que hipnotizó al mundo literario como uno de los relatos más originales jamás escritos y sin embargo ficticio. El guion resultó pobre ante la fuerza narrativa del libro, pero fue el mejor filme que se podía hacer. No era un problema de guion o de actuación, sino que el protagonista y la historia eran desproporcionados con la realidad y pensados para provocar la imaginación del lector, al igual que en Cien años de soledad.
Adaptar la novela de Gabo al cine parece abominable en términos literarios. Si es al estilo Hollywood terminará como una coloquial comedia de la aldea latinoamericana con los deslumbrantes artificios del cine moderno, arrastrada por la fama del escritor y su novela. “Cien años de soledad es una larga telenovela disfrazada de literatura sofisticada”, dice Ilan Stavans, analista y profesor de las culturas latinoamericanas. Si es así, Netflix la despojaría de su máscara literaria para dejarla como un relato de aventuras domésticas en un pueblo fantástico del Caribe.
“Se comieron el cuento”
¡Al diablo con el mito de Cien años de soledad! ¡Qué importa el esfuerzo intelectual de un escritor por hacer creíble una historia imposible que todos quieren que sea verdad! ¡Olvidémonos de los necios románticos de la obra!, se habrán dicho los creadores de la serie. Después de todo, el proyecto no está pensado para una minoría intelectual de otra generación, sino para la inmensa mayoría de los nacidos en la era de internet, con apenas una referencia pintoresca del término ‘macondiano’ para todo aquello que resulta increíble, aunque real.
La serie de Netflix apunta a ser una novelería más del nuevo cine en televisión, destinada al público joven con versiones ligeras de obras literarias famosas. O tal vez sea una de las mayores proezas de adaptaciones fílmicas y habrá que aplaudir el proyecto. Lo cierto es que les dejará una jugosa ganancia a la plataforma y a los productores ejecutivos de la serie, los hijos de García Márquez, en quienes recaerá la responsabilidad moral por las advertencias de su padre del riesgo de llevar a la pantalla la obra que lo convirtió en uno de los escritores más importantes del siglo XX.
Las editoriales ya empezaron a sacar versiones de la novela para anticiparse al estreno mundial de la serie. Lo más seguro es que se convierta en moda, y todos se lancen a las librerías a comprar la ‘anticuada’ novela hecha a la medida de sus padres y abuelos, porque Netflix la habrá rescatado del olvido para las nuevas generaciones. Leerán por fin el famoso libro arrumado en las estanterías de sus casas que mandaban leer los profesores, no por placer intelectual sino para confrontarla con la serie.
Se anuncia el negocio de la temporada: camisetas alusivas a los personajes y sus frases más elocuentes, pulseritas con pescaditos de oro, se desempolvarán las canciones de Rafael Escalona y las historias de Francisco El Hombre y el pirata Francis Drake, bautizarán a sus hijos con los rimbombantes nombres de la novela, viajarán al Caribe para insistir en fotografiar a Macondo, y algunos comprarán la edición de lujo como signo de buen gusto intelectual. Todo mientras dure la serie. Es el carácter de estos tiempos.
“Se comieron el cuento”, dijo García Márquez con humor y soberbia intelectual al reconocer que el peso del Premio Nobel recayó en realidad en la construcción de una historia que durante años le dio vueltas en su cabeza y no sabía cómo contarla para hacerla creíble. Un día encontró el tono que necesitaba y empezó a escribirla a punta de imaginación y trucos narrativos. Y así es como se lee, creyéndose uno mismo el cuento. Netflix tratará de buscar el tono adecuado en imágenes sin apelar a la imaginación del espectador.
La serie llega pronto, y habrá que verla. Por pura novelería. Lo peor que le puede pasar a Cien años de soledad es que la generación de la era virtual y las venideras se queden para siempre en sus memorias con la versión cinematográfica de Netflix y no con la del libro. ¡Una infamia! Tal vez en la otra vida, al saber la noticia, Gabo se recordaría a sí mismo “abierto de brazos en la mitad de la plaza de Macondo, dispuesto a despertar al mundo entero y gritar con toda su alma: ¡Los amigos son unos hijos de puta!”.
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*El autor es Premio de Crónica Ciudad de Bogotá 2020 y 2012, Premio Nacional de Crónica Juan Rulfo 2011 y Premio de Cuento Ministerio de Cultura 2000.
*Un pasaje de Cien años de soledad parece adelantarse en casi dos décadas a un tema antiguo y centro delirante de la novela El perfume. El olor de Remedios La bella, que arrebata a los hombres de Macondo, es el mismo que emana de Laure Richis, la adolescente virgen de la que el asesino Jean Baptiste Grenouille elabora el mejor perfume del mundo: el olor que inspira amor en la humanidad.