Martes, 14 de enero de 2025 Suscríbase
Temas
Pablo Trujillo Opinión

Petro y el chavismo

Más de este autor

El aparente fracaso del intento de democratización de Venezuela entre 2024 y 2025 pesará indudablemente en la conciencia de amplios sectores de la izquierda latinoamericana. Para quienes conocemos la historia del comunismo global, evoca la memoria de la Primavera de Praga de 1968, cuando el gobierno socialista de Checoslovaquia intentó impulsar un plan parcial de democratización y descentralización de la economía, solamente para ser brutalmente reprimido por las fuerzas militares de la Unión Soviética, entonces el poder fáctico en toda Europa Oriental. Los comunistas de Francia, Italia y otras democracias europeas, viejos defensores de la tiranía soviética que se empeñaban en contrastarla con el absolutismo ruso y el nazismo abominable, tuvieron que observar nítidamente la destrucción de una fuerza democrática emergente por parte del Ejército Rojo. Algunos rechazaron para siempre el Marxismo-Leninismo y se convirtieron en socialdemócratas modernos. Otros insistieron en defender a la Unión Soviética, pero perdieron toda credibilidad como demócratas. En definitiva, quedó roto para siempre el mito de la compatibilidad entre el comunismo soviético y la democracia. Asimismo, Maduro refutó, ojalá conclusivamente, el mito de la compatibilidad entre el chavismo y la democracia.

​En Colombia, el petrismo insistió en afirmar, hasta la última instancia, que en Venezuela hay democracia. El presidente trinó el día de las elecciones que “Venezuela toma decisiones democráticas,” y que respetaría “cualquiera que sea su voluntad.” A su vez, Gustavo Bolívar afirmó sarcásticamente: “que extraña dictadura la de Maduro en Venezuela,” alegando que a la oposición se le habían dado todas las garantías del mundo. A mi juicio, aquellas reacciones se deben a que el petrismo no anticipó la ruptura del mito; es decir, no anticiparon que el régimen chavista negaría tan descaradamente la evidente victoria electoral de Edmundo González Urrutia, ni que la oposición venezolana sería tan hábil a la hora de revelar el fraude. Pensaron, quizás, que el régimen recurriría a las tácticas de siempre — como la intimidación de los votantes, la anulación arbitraria de candidaturas, la compra de votos o la falsificación de actas de votación — para obtener un resultado favorable para Maduro. Al reclamar la victoria con porcentajes totalmente fabricados, ni siquiera sustentados por actas electorales falsas, Maduro puso al petrismo en la posición de negar lo innegable.

​En sus recientes defensas del chavismo, Petro ha delatado su hostilidad a la democracia. No terminó defendiendo, como había prometido, la voluntad del pueblo venezolano, tan evidentemente fundamentada en las actas que hoy reposan en Panamá. Afirma que las elecciones del año pasado fueron ilegítimas, no porque Maduro se las haya robado flagrantemente, sino por el “bloqueo” de los Estados Unidos, al que Petro caracteriza como un instrumento de chantaje político.

​De aplicarse la misma lógica a Colombia, podríamos afirmar que fue ilegítima la elección del mismo Petro en el 2022, precedida por bloqueos, terrorismo urbano y amenazas abiertas a la violencia masiva en caso de una victoria petrista. Debemos rechazar esta lógica, porque la verdadera democracia responsabiliza a la población de discernir quiénes o cuáles son los causantes de los problemas que acechan a sus sociedades. Les otorga el derecho y el deber de elegir libremente según esas consideraciones, y se mantiene siempre y cuando puedan hacerlo en condiciones de libertad, seguridad personal y respeto a la voluntad mayoritaria. En Venezuela, el chavismo acabó totalmente con estas condiciones, por lo que es una dictadura independientemente de cualquier sanción estadounidense. En Colombia, se celebraron elecciones generalmente libres a pesar de la hostilidad de fuerzas externas al gobierno, y la mayoría se equivocó.

​Este desprecio a la democracia está íntimamente relacionado a otro aspecto leninista del comportamiento político de Petro: el vanguardismo. Se trata de una especie de elitismo político, que le otorga a los dirigentes de un movimiento revolucionario la última palabra en cualquier contexto histórico. Para Petro el vanguardista, la voluntad de la población es de suprema importancia cuando está de acuerdo con su movimiento, pero no vale nada si no lo está. Peor aún, a diferencia de los elitismos clásicos basados en ingresos, educación o abolengo, el vanguardismo supone una élite que debe ser uniforme en sus convicciones y lealtad al proyecto político socialista, dentro de la cual no pueden existir desacuerdos razonables. En eso, es una vocación fundamentalmente totalitaria.

​Finalmente, Petro continúa empleando el término ambiguo del “pueblo,” al que identifica en la práctica con sus seguidores y su voluntad, para ocultar su profundo elitismo vanguardista. A nivel geopolítico, esta práctica se ve reflejada en el abuso del “principio de autodeterminación de los pueblos,” al que Petro apela para defender al régimen chavista de cualquier tipo de presión internacional.

​Adecuadamente entendida, la autodeterminación de los pueblos representa el deseo de cada población de pertenecer a un estado fundamentado en la protección de sus derechos. Es contraria al imperialismo que predominaba en África y Asia antes de la última ola de descolonización, zonas gobernadas en beneficio de los potencias coloniales y a expensas de los pobladores locales. Sin embargo, no se puede emplear para defender los abusos de cualquier gobierno “soberano.” Los derechos de los venezolanos deben primar sobre la existencia prolongada del régimen chavista, que entre otras cosas se podría interpretar como un estado neocolonial bajo dominación cubana.

​Si bien alrededor del 35% de los colombianos sigue apoyando al gobierno Petro, menos del 3% apoya a Nicolás Maduro. Siendo así, podemos anticipar que Petro intentará distanciarse torpemente del tirano, así como muchos socialdemócratas hoy intentan distanciarse en vano del petrismo. Sin embargo, confío en que la mayoría de los colombianos recordará el 10 de enero de 2025 y sabrá rechazar, en su momento, al chavismo.