Qué mala y mediocre maña la del petrismo de culpar al cambio climático por todo lo que sucede. Se convirtió en la salida fácil para no tener que enfrentar el hecho de que se robaron la plata de la UNGRD que debió dirigirse para preparar el país para la ola invernal y otras calamidades.
Es cierto que el cambio climático puede agravar la intensidad con la que se desarrollan ciertos fenómenos climáticos, nadie está negando eso, pero no puede volverse la única excusa para desconocer que nuestro país tiene un retraso de décadas en infraestructura y que, ¡oh sorpresa!, estamos en el trópico.
Pareciera que algunos políticos apenas van descubriendo que en Colombia llueve y mucho. No sé usted, pero desde que tengo memoria mi padre y mis abuelos me han contado que los titulares por inundaciones o sequías siempre han existido. El Niño como la Niña son fenómenos irregulares y semiperiódicos que azotan al país con mayor o menor intensidad cada tres a siete años.
Lo ridículo e inaceptable es que al gobierno de turno siempre lo agarren con los calzones abajo. En el caso del petrismo, no solo fue la falta de preparación, sino la descarada corrupción que agravó la crisis invernal que enfrentamos.
Las contenciones no se hicieron o quedaron mal hechas, las campañas de prevención fueron paupérrimas y los mecanismos y herramientas que el Estado debió proveer con mayor eficacia se consolidaron a las patadas. Jamás se me olvidará el regaño que les pegó la ministra Susana Muhamad a la entonces ministra de Agricultura, Jhenifer Mojica y al recién llegado director de la UNGRD, Carlos Carrillo, por no tener listo el plan de contención para la Niña.
De la UNGRD era difícil esperar que lo tuvieran, Olmedo López y sus secuaces estaban muy ocupados robando y, en el Ministerio de Agricultura, estaban haciendo de todo menos lo que tocaba, como robustecer de verdad el seguro agropecuario, entre muchas otras medidas.
El cambio climático es una problemática compleja, pero el verdadero enemigo de nuestro país es otro: la falta de infraestructura, visión y planeación así como la corrupción y la ausencia de verdaderas políticas de prevención y contención.
La Mojana, como muchas otras partes del territorio que año tras año tienen los mismos inconvenientes, son muestra de que lidiamos con problemas estructurales y no meramente de coyuntura. Cientos de miles de familias, por ejemplo, viven en lugares de altísimo riesgo: casas construidas al lado del río que son arrasadas por la creciente o caseríos ubicados en zonas de fallas geológicas que desaparecen por derrumbes.
Municipios que están en riesgo cada vez que llueve porque los sistemas de acueducto y manejo de aguas de lluvia son inexistentes o están parcialmente construidos. Urbanizaciones/caseríos convertidos en municipios que, por su ubicación, no deberían existir porque es cuestión de tiempo que una catástrofe suceda como ocurrió recientemente en el Chocó.
Las zonas apartadas y olvidadas son las que más sufren, no hay duda, pero también ciudades como Bogotá están sin agua. Petro de manera mentirosa y populista se escurre la responsabilidad culpando al cambio climático, pero la verdad es que estamos en aprietos porque no se construyó Chingaza 2 y la ciudad siguió creciendo, ¡cómo era de esperarse!
No es ciencia de cohetes, sino sentido común y honradez por parte de nuestros dirigentes que le han fallado con creces a los colombianos. Plata hay, si no se la roban. Las obras se construyen, si hay voluntad. El desarrollo es posible, si generamos inversión. Dejemos la vagancia, las excusas y las culpas y pongamos a ello.