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Nicolás Gómez A. Política

No duden, Petro lo volverá a hacer

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No existe nada más cobarde que el dinero. Los inversionistas y los mercados pueden oler a kilómetros los riesgos que se avecinan y que ponen en peligro su capital.

No andan con rodeos, no esperan a ver qué pasa y no hay espacio para la credulidad. Millones de dólares están saliendo hoy de Colombia a causa de la peor crisis diplomática que nuestro país haya tenido con su más grande, poderoso y confiable aliado: los Estados Unidos.

Todo fue por nada. Unos trinos del presidente, que parecían escritos por un borracho bohemio e irresponsable digno de una tragicomedia, casi logran el colapso de la economía colombiana. Cada publicación era peor que la anterior: habló de lo divino y lo humano, y hasta se autoproclamó como el último Coronel Aureliano Buendía, justo antes de compararse con Bolívar.

¡Delirante y vergonzoso! La revolución anti-Trump, por fortuna, solo duró unas horas. Entre la amenaza de sanciones, los ruegos de sus asesores y, quizá, un sal de frutas y mucha hidratación, el mandatario entró en razón.

Aceptó, sin mayor pataleta, las condiciones del Departamento de Estado y recibirá los aviones con deportados que, desde hace años, llegan al país fruto de un acuerdo binacional. Solo en 2023, llegaron 14.000 colombianos que no merecieron ni quejas ni indignación por parte del gobierno y sus áulicos.

Por eso, el cuento de la “dignidad nacional” no fue más que un pobre discurso de las bodegas y congresistas del Pacto Histórico para defender la lunática andanada de publicaciones de su jefe. Las condiciones en las que llegan los deportados eran ampliamente conocidas y buscan garantizar la seguridad de los vuelos y del personal que lleva a cabo las deportaciones.

Puede gustar o no, pero no es motivo para poner en riesgo la economía de un país ni para hacernos enemigos de la nación más poderosa del mundo.

Lo de Petro no fue un elaborado plan para posicionarse como el primer líder latinoamericano en oponerse a Trump; por el contrario, fue el resultado inesperado de alguien que se acostumbró a que sus acciones no tienen consecuencias.

Petro creyó que, como en Colombia, podía tildar de nazi/fascista a su homólogo y, además, cometer ilegalidades (como desconocer el acuerdo binacional), sin que hubiese represalias. Craso error que le otorgó la primera victoria internacional a Trump, quien aprovechó para enviar un mensaje fuerte y claro de cómo operará Estados Unidos bajo su mandato.

Lo más grave de toda esta crisis es que no será la última confrontación. Los mercados e inversionistas ya saben que un trino en la madrugada de un presidente, al parecer en estado de intoxicación o simple delirio, puede causar una pérdida de valor sin precedentes, y por eso llevarán su capital a otros países.

Adicionalmente, Estados Unidos condicionará sus futuros apoyos al cumplimiento estricto de una política que Petro detesta hasta la médula: la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. De no cumplir, como seguramente ocurrirá porque seguirán insistiendo en la fracasada y cómplice política de la Paz Total, el Congreso de ese país legislará un paquete de sanciones a Colombia que nos pondrá en iguales o peores aprietos.

Seguro que la izquierda volverá a gritar “¡dignidad!”, como en su momento Chávez exclamó, y nos llevarán poco a poco a un aislamiento y un viraje geopolítico hacia China, Rusia e Irán que, me temo, será la ruta rápida a una dictadura.

El proceso que vivió Venezuela se replica en Colombia. La confrontación con Estados Unidos se volverá, como en su momento fue para Chávez (vuelvo e insisto), la excusa perfecta para emprender el sueño bolivariano, aplazar elecciones y consolidarse en el poder.

Esto solo comienza, y créame: nuestra democracia sí está en riesgo. No sé qué espera la oposición para unirse.