La alienación es una de las principales fuentes de sufrimiento psicológico. Se encuentra entre los diez malestares más comunes, y representa la antítesis de la autorrealización. Es el resultado de vivir una vida que no elegiste tú, sino que fue impuesta por otros, comenzando quizás desde tu adolescencia, cuando aún no tenías claro quién eras. En lugar de construir tu propio proyecto de vida, has seguido los sueños que otros, como tus padres, familiares, profesores o la sociedad, trazaron para ti. Viviste la vida que otros pensaron para ti, no la que tú mismo habrías elegido como ser humano libre en el contexto actual.
En estos casos, lamentablemente tan comunes, tu historia no la escribes tú. Vives una vida alienada, carente de sentido personal, y como consecuencia, sin apenas autorrealizaciones. Te deja con pocos motivos para sentirte genuinamente orgulloso de ti mismo.
Es una triste respuesta que muchos profesionales de la salud mental escuchan a menudo, aquellos que dedican su vida a ayudar a los demás a encontrar sentido antes de su partida. “No viví la vida que siempre quise para mí. Sacrifiqué mis sueños por...”. Y entonces sigue una larga lista de justificaciones existenciales. Al final, la persona lamenta no haber tenido tiempo para vivir lo que deseaba, o en el mejor de los casos, se da cuenta de que le quedan unos pocos días y ni siquiera eso.
En resumen: “Me sacrifiqué por los demás”. Es una frase común, especialmente en mujeres, aunque no exclusiva de ellas. Pareciera ser el remordimiento número uno en los últimos momentos de vida.
He acompañado a varios jóvenes cuya decisión de quitarse la vida se originó en el doloroso sentimiento de haber fracasado en alcanzar sus propios sueños, por diversas razones. Este fracaso, no se percibe sólo en relación con los demás, sino con la persona más importante de todas: nosotros mismos. Como diría mi madre, “nadie se puede esconder de sí mismo”. La angustia ante este vacío es profunda, pues no hay justificación posible.
El problema subyacente, sin embargo, es más complejo de lo que parece y requiere de un trabajo extenso de autoconocimiento previo. Es necesario abordar varias cuestiones clave.
La primera tarea es descubrir, o mejor aún, construir un horizonte de posibilidades. Guiado por de cuyas preguntas fundamentales es: ¿En qué quiero invertir gran parte de mi vida, miles y miles de horas? Una pregunta que rara vez se enfrenta en la educación formal, ni en la escuela ni en la universidad.
Es doloroso escuchar a alguien, en el final de su vida, decir: “Sé que esta no era mi vida, pero no sé cuál debería haber sido. Y ya no tengo tiempo para descubrirlo. Lo único que sé con certeza es que desperdicié mi existencia”.
Ante este dilema, los verdaderos amigos son fundamentales, como también una pareja que realmente te conozca. Son ellos los que pueden acompañarte en el proceso de descubrir tus sueños, tus anhelos y, sobre todo, tu propósito. Junto a ellos, puedes dedicar cientos o incluso miles de horas a explorar lo que realmente deseas lograr.
La segunda tarea es elegir, dentro del vasto abanico de posibilidades, una o unas pocas opciones que se alineen con tu ser más profundo, y luego trazar un plan de acción a corto, mediano y largo plazo. Esta tarea es especialmente exigente, sobre todo porque muchos jóvenes carecen de herramientas de autoconocimiento. No es culpa de ellos, sino de un sistema educativo que rara vez enseña lo que Sócrates definió como el arte humano por con un plan en mano, la siguiente etapa es volcar sobre él una enorme cantidad de esfuerzo, energía y trabajo para hacerlo realidad. Este es un proceso largo, que puede durar años, e incluso décadas, ¡o toda una vida!
____ ¿Es esta la vida que siempre soñaste? ¿Realmente? Piensa si ocurre en tu mundo amoroso, laboral, en tus amistades, en tus hobbies, en tus proyectos, en las huellas que anhelas dejar en tu sociedad.
¡Aún tienes tiempo, aunque cada vez menos!