Creo que la pregunta sobre si soy una excelente persona es una de las más importantes de la existencia. La verdadera dificultad radica en cómo llegar a saberlo. Sin embargo, el simple hecho de cuestionarnos ya constituye un primer paso.
Después de dedicar muchos años al autoconocimiento, puedo afirmar con certeza que poseo dieciocho cualidades. Mi calificación aproximada de excelencia humana se sitúa en un 36 %, lo que significa que ni siquiera alcanzó la mitad de mi potencial. Con el tiempo que me queda por vivir, parece que necesitaría una nueva reencarnación para avanzar significativamente en este delicado asunto. Para mí, ya puede ser demasiado tarde. Espero que no lo sea para ti.
Mi ventaja radica en que puedo afirmar esto, no por una vaga intuición, como le sucede a la mayoría de las personas. Además, tengo claro en qué grupo de cualidades me ubico y, sobre todo, reconozco las ventajas que estas me aportan.
Las cualidades humanas son las herramientas más valiosas para interactuar con nosotros mismos, con los demás, y con nuestra sociedad.
Cada una de ellas mejora radicalmente mis interacciones en las diferentes instancias que configuran la existencia de cada uno de nosotros.
Al aprender a ser empático, emprendedor, veraz, automotivado y a desarrollar muchas otras cualidades, no solo yo me beneficio, sino que también mejora la calidad de interacción con aquellos que comparten pequeños fragmentos de su vida conmigo. Se crea así un maravilloso doble “ganar-ganar”. Las cualidades humanas, seleccionadas a lo largo de miles de generaciones, son mecanismos idóneos para facilitar y enriquecer las diversas interacciones que conforman nuestra existencia.
Imagina a alguien con la cualidad de ser un buen oyente. ¿Qué le aporta esta habilidad? ¡Muchísimo! No solo en un momento puntual, sino a lo largo de toda su vida y en cada uno de sus entornos: en la familia, en la escuela, en la universidad. Y ni hablar de las relaciones con amigos, parejas, jefes, colegas y subordinados.
Si comprendiéramos las ventajas incalculables de enseñar cualidades, estoy seguro de que no dudaríamos en invertir muchas horas en esta labor tan benéfica.
Aproximarse a ser un poco más generoso, amable, buen oyente, excelente lector y argumentador debería ser una tarea constante para cada niño y joven en formación. Esta responsabilidad recae aún más en colegios y universidades, que a menudo permanecen ajenos a la importancia de las cualidades humanas. La educación ha primado sobre la formación, cuando hoy nuestros hijos y estudiantes requieren más que nunca esta última.
En este momento, te invito a reflexionar sobre una pregunta fundamental. En una escala del 0 (nada) al 10 (totalmente sí), valora si realmente ____ ¿Eres una excelente persona? Tómate un momento para pensarlo, comentarlo y discutirlo.
¿Coincide tu valoración con la que podrían darte personas cercanas que te conocen desde hace tiempo? Este es un criterio adicional que puede fortalecer o debilitar tu respuesta. Y si te atreves, pregúntale a alguien, sin misterio ni vergüenza. ¿Tienes con quien conversar temas íntimos? ¡Felicitaciones!