Por Miguel de Zubiría
Psicólogo, director del Instituto de Investigaciones de la Infelicidad
Sorprende que quizás nadie conozca el mayor mal psicológico del siglo. Posiblemente tú lo sufras o tu pareja o tu hijo, sin tener ni idea, aunque al decirte la palabra lo sabrás de inmediato. Ni siquiera existe un vocablo técnico para mencionarlo.
El suicidio parecía ser el mayor mal del siglo XXI —por eso, en el año 2005 creamos la Liga colombiana contra el suicidio— y en definitiva la autoeliminación lo es, por el terrible sufrimiento personal y por las nefastas consecuencias imborrables que causa en los familiares que quedan, pero su prevalencia es pequeña estadísticamente: “solo” un millón por año en el mundo, que es muchísimo, mas no respecto a la población.
Luego de varios trabajos intensos con cientos de jóvenes que habían decidido dejar de vivir arribamos a un consenso preciso: detrás de la gran mayoría de suicidios aparecía un problema mayor, ahora sí con peso estadístico: la depresión, de la cual todos hablan y que es tratable con una línea enorme de psicofármacos y terapias.
Se calcula que el 4,4 % de la población mundial sufre depresión, esto es, más de 300 millones de personas, en particular, mujeres, jóvenes y ancianos. Es un número enorme: seis veces la población de nuestro país, Colombia. No obstante, el mal psicológico al que me refiero parece afectar a más del 36 %, o sea, a una de cada tres personas, casi diez veces más que la depresión. No puede ser; en los jóvenes, las cifras son aún peores y me temo que en los niños todavía más y ni qué decir en los viejos. Sin embargo, es demasiado poco lo que sabemos sobre este mal psicológico del siglo XXI.
Al ayudar a suicidas, años atrás, encontramos otra constante, en la cual trabajamos en la actualidad: junto con la depresión, la mayoría de ellos sufría soledad, tenía vínculos e interacciones cercanas muy pobres y estaba desconectada de la fuente primaria de felicidad, de acuerdo con la Universidad de Harvard.
Comenzamos a estudiar la soledad y sí: este gran mal afecta a porcentajes poblacionales enormes y crecientes, con especial énfasis en los países con mejores economías, como si el bienestar psicológico y las buenas relaciones anduvieran por un lado y la economía por otro, casi por rutas contrarias… puede ser.
Luego de Inglaterra, la semana pasada, Japón debió crear el Ministerio de la Soledad, al constatar que cada media hora se suicida un japonés; como vamos, nosotros deberemos crearlo muy pronto, pues los resultados preliminares de afrontar el aislamiento son alarmantes. Ni qué decir con la cruel pandemia actual, que sume en la soledad de sus fríos apartamentos a millones de niños y jóvenes, a cargo de una madre cabeza de hogar sola en el 43 % de los hogares de nuestro país; muchos de ellos no tienen hermanos o están situados en la más extrema soledad. Recuerdo un bello proverbio africano: “Para formar un niño genuino, se requiere de toda la aldea”. Al salir de su cruel encierro, ¿nuestros pequeños hijos sabrán saludar a otro, conversar o tener amigos? Lo dudo, en especial, los menores.
¡Ese mal del siglo parece ser la IN-FELICIDAD! Simple y llanamente ser in-feliz en los escenarios o mundos fundamentales de la vida: el amor, el trabajo, los amigos, los tiempos libres y las actividades intelectuales, de cara al futuro; en general, sentir que la vida en su conjunto es infeliz.
Los primeros resultados con 2300 jóvenes y adultos —la primera muestra del Instituto de Investigaciones de la Infelicidad— nos indican que uno de tres entrevistados es in-feliz, desde una definición muy estricta, ¡como quien es infeliz en seis o en todas las esferas humanas! Y otro uno de esos tres es poco feliz hasta en cinco fuentes de bienestar. Solo uno de tres adultos o jóvenes es feliz o muy feliz. ¡Y somos en verdad uno de los países más felices del mundo! Me imagino qué ocurre en los demás países.
¿Podrías ser tú una persona in-feliz? ¿Lo has pensado? ¿O lo son tus hijos o estudiantes?