¿Pero qué pasa cuando la universidad no cumple esta función y más allá de la ideología se impone la ideologización? ¿Será que por defender la libertad de cátedra se está castrando la libertad de pensar?
María Margarita López
Desde los griegos, con la Academia de Platón, se empezó a delinear la universidad como un espacio de transmisión del conocimiento que fomentara la razón. En 859, Fátima al-Fihri, una mujer musulmana fundó en Marruecos Qarawiyyin, la primera universidad que entregó títulos. Durante la Edad Media, surgieron universidades, las cuales muchas siguen vigentes, como la de Bolonia, Salamanca, Oxford, entre otras. Todos estos han sido centros de conocimiento y reflexión. Lugares físicos que han formado personas excepcionales que han revolucionado el mundo; verdaderos agentes de cambio.
Hoy en día la universidad tiene una función social, además de la cultural, científica y profesional. Tiene como objetivo dirigir y dar sentido al conocimiento. Es decir, que construye y aporta sentido a la realidad social, pues ya no es sólo transmisora sino generadora misma del conocimiento. Así las cosas, es una institución productora de riqueza y capital humano para el desarrollo económico, social y cultural.
En la historia de Colombia, el tema de la educación ha sido uno de los más álgidos en el proceso de construcción nacional. La Independencia trajo consigo el desmantelamiento del orden colonial, que incluía la educación religiosa como principal vértice de la sociedad. En este sentido, la transición de cómo educar a los nuevos ciudadanos dentro de un nuevo sistema republicano ha sido uno de debates más críticos presentados a lo largo de nuestros 200 años de vida independiente.
En el siglo XIX el debate se centró en si la educación debía o no ser laica, y este fue uno de los temas de discusión más intensos entre los conservadores y liberales, que heredaron dicha disputa a lo largo del siglo XX.
El dilema sobre quién debe administrar la educación fue sucesivamente suplantada en la medida que la modernidad, junto con el boom de nuevas ideologías y formas de conocimiento, llegaban al país a imponerse.
Las cuestiones fueron, por un lado, la libertad de cátedra, la autonomía y por el otro, la aceptación y divulgación de diferentes ideologías políticas que abrieron la plétora de nuevas identidades, subjetividades y demandas sociales.
La universidad es un terreno natural de tensiones entre el Estado, la Iglesia, los partidos políticos, los gremios, etc. En donde confluyen múltiples intereses, diferentes proyectos de sociedad e ideologías contrapuestas. Sin embargo, es además el ámbito ideal donde se debe pensar, reflexionar y debatir estas tensiones y sus implicaciones.
La ideología, según la RAE, es el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc. El riesgo no está per se en la ideología, ya que es en sí fuente misma de pensamiento. El riesgo está en la ideologización, ya que esta implica imponer la ideología como un absoluto de la verdad de la realidad. La influencia en absolutizar los intereses y la visión de quienes la defienden y la estrategia de quienes lo proponen por mecanismos violentos.
Hoy en día, la ideología no es una fuente de debate, sino la suplantación de la religión. Es la religión laica, que explica el todo y la nada, que contiene un carácter totalitario, obligatorio y excluyente con el que piensa distinto. La mal llevada ideología, o la ideologización misma, instrumentaliza las instituciones y a las personas por medio de violencias simbólicas y sentidos falsos de libertad al servicio de la consecución de los fines.
¿Pero qué pasa cuando la universidad no cumple esta función y más allá de la ideología se impone la ideologización? ¿Será que por defender la libertad de cátedra se está castrando la libertad de pensar?
¿Cuáles son las consecuencias de tener una sociedad incapaz de pensar? La universidad debe responsabilizarse de este fenómeno.