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María Margarita López Gobierno Gustavo Petro

De Laureano Gómez a Gustavo Petro

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Laureano Gómez es la figura más polémica de la historia política de Colombia en el siglo XX. Su carrera política inició en 1909 con un discurso durante los mítines estudiantiles contra la dictadura de Reyes y a partir de ese momento, Gómez fue construyendo un perfil político basado en la oposición política. Laureano se convirtió en el líder natural del Partido Conservador y se podría decir que de sus 76 años de vida pasó más de 50 dedicados a defender el conservadurismo y a crear una oposición sistemática e intransigente que definió el clima político —exacerbado por la violencia bipartidista— en la historia del siglo XX colombiano.

Su lugar en la historia es el de opositor. Con su temperamento combativo, Laureano se enfrentó no sólo contra los liberales, sino a los mismos militantes de su partido, a quienes no le perdonaba que se salieran del dogma. Él, quien quiso ejercer como fiscal de la moralidad pública, no se permitió transar sus ideales conservadores con otras tendencias ideológicas. Así las cosas, Laureano pasó una vida en disputas ideológicas tanto por dentro como fuera del partido.

Quien fuera en contra de los más puristas principios conservadores era declarado enemigo público. Sus vociferaciones y arengas políticas fueron amplificados por periódicos conservadores como El Siglo que inspiraron un séquito de seguidores que replicaron su mensaje hasta en púlpitos católicos. La política se convirtió en religión, sin debate, sin concesiones, violenta y sin resultados.

Laureano Gómez llegó al poder como candidato único del Partido Conservador a las elecciones de 1950 en plena agitación política por consecuencia del asesinato de Gaitán. Mariano Ospina Pérez, quien estaba dejando el poder, había cerrado el Congreso (por lo cual el país se encontraba en una dictadura civil) y Laureano se tuvo que posesionar ante la Corte Suprema de Justicia.

Después de muchos años en la oposición, criticando tanto a gobiernos conservadores como liberales, finalmente Gómez llegó al poder. Por fin, el monstruo, el hombre-tempestad había llegado al poder ejecutivo y convertir en realidad todo lo que había criticado por años. Porque él sí era capaz de hacer lo que los otros no fueron capaces de hacer.

Pero resulta que no fue así. Gobernar no le fue fácil a Gómez, pues con su tempestivo carácter, le resultaba casi imposible hacer las concesiones necesarias para administrar el país. Uno de sus mayores intentos fue crear una Asamblea Nacional Constituyente para implementar un estado corporativista, que buscaba limitar los poderes judiciales y legislativos, ampliando el poder ejecutivo, lo cual no lo logró. Al año y medio de gobernar a Laureano le dio un infarto en el miocardio y le tocó aplazar su anhelada presidencia y en reemplazo quedó Roberto Urdaneta como presidente designado. Durante su mandato compartido, la violencia bipartidista se incrementó, se debilitaron las instituciones, se fragmentaron los partidos políticos, se puso en juego la supervivencia de la nación. El monstruo ya no era temido. Sus rugidos ya no tambaleaban la política colombiana.

En una jugada política maestra liderada por doña Berta de Ospina, Gustavo Rojas Pinilla le arrebató el poder a Laureano Gómez y lo mandó al exilio. El general instauró una dictadura militar y por fin, Gómez volvió a su hábitat natural: la oposición. El hombre-tempestad volvió a renacer.

La historia de Gustavo Petro no está muy lejos de la de Laureano. Compararlos puede sonar odioso y hasta anacrónico, pero conservan rasgos que nos permiten reflexionar. Petro previo a su presidencia fue el opositor natural de los gobiernos. Gracias a sus discursos, su participación política (gracias a la Constitución del 91 que hoy quiere acabar), sus denuncias en el Congreso y su fidelidad ideológica, la democracia colombiana se vio fortalecida. Como opositor tuvo la inmensa capacidad de movilizar al pueblo, como lo fueron las protestas del estallido social, en donde la palabra se tornó violencia. Él logró consolidarse como el líder opositor del status quo.

Petro ganó la presidencia tras tres intentos de campaña. Llegó y no ha sabido gobernar. Ni su temperamento ni su vanidad se lo permiten. Petro aún no entiende que el ejercicio del poder va más allá del discurso político, del escenario, de los aplausos y de la confrontación.

Ya han pasado dos años, y se comporta como todo, menos como presidente. Si no está en campaña, está fungiendo como opositor de la misma institucionalidad que le permitió llegar al poder.

El ejecutivo se trata de ejecutar y para ello, se debe gobernar pensando de forma inclusiva y no combativa, respetando las instituciones que respaldan la idoneidad del cargo. Esperemos que en dos años Petro respete la democracia y salga del poder para hacer lo que mejor sabe hacer: oposición.