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Es momento de hablar de paz, de una verdadera paz

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Con especial esperanza pudimos ver al presidente Iván Duque extendiéndole la mano al expresidente Juan Manuel Santos. Estos, en compañía del expresidente Ernesto Samper Pizano, llamaron a la unidad. Qué bueno sería que los otros expresidentes se sumaran a esta iniciativa.

Por Marco Tulio Gutiérrez Morad

El paso del tiempo es infalible, de ahí el refrán popular, “no hay fecha que no se cumpla, ni plazo que no se venza”. Pues, nada más cierto. Precisamente por estos días se conmemoran cinco años de un hecho transversal y protagónico para la historia reciente de Colombia: la firma del tratado de paz de La Habana, para muchos, un esfuerzo inane que, lejos de alcanzar la tan anhelada paz, premió la impunidad a costa del sufrimiento de las víctimas y, por otro lado, unos acuerdos reivindicatorios que no han podido implementarse.

Lo cierto es que, por primera vez en la historia reciente del país, la insurgencia tuvo la disposición de sentarse a dialogar, hecho que había sido siempre torpedeado por la mala fe y la consuetudinaria indisposición de una guerrilla, que desde hacía décadas había dejado atrás el romanticismo revolucionario, y se había dedicado al lucrativo negocio de la droga y la minería ilegal.

Han pasado cinco años de, tal vez, el peor suceso de polarización de la historia reciente del país, en donde se llegó a la absurda rotulación de amigos y enemigos de la paz. ¿A quién se le puede ocurrir que existan enemigos de la paz? O al menos, estos enemigos solo pueden ser aquellos que flagrantemente han violado y mancillado los derechos humanos.

No obstante, desde el 2 de octubre de 2016, como corolario del plebiscito, el país parece que se dividió en dos sectores, aparentemente irreconciliables, lo que resulta paradójico, pues el esfuerzo que se realizó con los denominados diálogos de La Habana tenía un sustento filosófico que buscaba teleológicamente la reconciliación de los colombianos.

Sin embargo, la forma como se llevó a cabo el proceso de negociación y, en especial el mecanismo democrático para refrendarlo, terminaron creando más tensión que, incluso, aquella cuando nos enfrentábamos al horror de la guerra. ¿O acaso no recordamos en febrero de 2008 cuando el país completo, y unido en casi todos sus sectores políticos, se detuvo y con camisetas blancas, inundando las calles de nuestras ciudades, clamó por el repudio a las FARC y el llamado a la paz?

Han pasado cinco años durante los que, infortunadamente, por la misma polarización, no hemos querido ver lo bueno, pero tampoco lo malo que el acuerdo le trajo a nuestro contexto. Para nadie es un secreto los desbordados niveles de criminalidad que quedaron en cabeza de las disidencias de las Farc, las cuales en su actuar siembran el terror con peor sevicia que incluso las antiguas guerrillas. Quedaron las estructuras de sofisticadas células de narcotráfico de capacidad internacional y la inundación de hectáreas plagadas de coca por todo lo ancho y largo de la geografía nacional. Pero tal vez uno de los elementos más complejos es la ausencia de reparación, verdad y no repetición en cabeza de los cabecillas de las FARC, esto sin mencionar los bochornosos sucesos de Jesús Santrich y los forajidos de la “Nueva Marquetalia”, todos, absolutamente hechos que no pueden ser plausibles y menos en el marco de un proceso de paz.

Sin embargo, también es cierto que, por el otro lado, podemos destacar que en ciertos lugares del país, la tranquilidad regresó y los combates descarnados y sangrientos con la guerrilla se acabaron. Muestra de ello es el aforo de pacientes en el hospital militar de Bogotá, el cual, desde 2016, tiene sus pabellones desolados. Así mismo, pese al escepticismo que puede rodearla, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) se ha convertido en una instancia para entender el conflicto, en donde los actores del combate están argumentando con palabras y no con fusiles de asalto.

En cinco años hemos visto como el tratado de paz fue un instrumento capaz de decidir los resultados electorales y la fijación de la agenda legislativa. Sin embargo, infortunadamente, en cinco años los verdaderos avances hacia la reconciliación y hacia la verdadera paz aún lucen distantes y esquivos. No hemos logrado hacer una verdadera ponderación constructiva, que permita al menos que, como colombianos, no nos sigamos matando entre nosotros mismos. En todo este tiempo no hemos comprendido que, más allá de las FARC y los paramilitares, debemos reconciliarnos primero nosotros como sociedad. Una vez logremos tener ese fin claro, podremos hablar de paz. Es momento de desprendernos de nuestro sangriento legado y de ser capaces de trascender sobre las ideologías, los partidos políticos y las creencias religiosas, para poner por encima el bien común.

Sin embargo, con especial esperanza pudimos ver al presidente Iván Duque extendiéndole la mano al expresidente Juan Manuel Santos. Estos, en compañía del expresidente Ernesto Samper Pizano, llamaron a la unidad. Qué bueno sería que los otros expresidentes se sumaran a esta iniciativa y todos, mancomunadamente, convocaran a un verdadero acuerdo sobre lo esencial, un pacto que se erija sobre la necesidad de la reconciliación y sobre la base de la verdad y la justicia, en donde todos los actores tuvieran el imperativo deber de abogar por el bien de Colombia, lejos de sus percepciones personales… Es momento de que empecemos a hablar de una paz verdadera.