Por Marco Tulio Gutiérrez Morad
Antes que nada, mi reconocimiento y total gratitud por la invitación a escribir en esta revista que poco a poco se consolida como un verdadero espacio de pensamiento alternativo que enaltece las libertades individuales de opinión y de expresión, que actualmente atraviesan un complejo momento a causa de la convulsión política por la que atravesamos, en la que la polarización se ha tornado en el común denominador o tinte de muchas de las ideas que se exponen en los diferentes medios.
Entender la Colombia de los años 2020 no resulta tarea fácil y menos cómoda tarea, enfrentarla. La sola reflexión de imaginar a nuestra patria dentro del mercado de competitividad internacional con la apuesta en nuevos y trascendentales proyectos de infraestructura; puertos o terminales de carga marinas, producción de energía limpia, carreteras 4G, capaces de acortar distancias en nuestra geografía nacional, serían suficientes para entender por qué posiciones como la derecha social tiene en Colombia un verdadero asidero capaz de potencializar al país y sacarlo del atraso en el que nos encontramos sumidos desde hace varios años.
Sin embargo, ese nuevo liderazgo que encarna este sector tendrá que jugar con total inteligencia y con integral audacia para sepultar los vientos de una izquierda que cautelosamente en medio del populismo y dentro del drama de las desigualdades se mueve con un mensaje contundente: el de destruir lo poco que tenemos para realizar el cambio social, es decir, una demolición y luego una remodelación sobre la base de una retórica condenada al fracaso, basta con mirar el crudo ejemplo de Venezuela y Cuba, países que ignorando el mancomunado fracaso de las repúblicas soviéticas, por cuenta de un modelo de planeación económica, decidieron imponer un socialismo tropical del siglo XXI, que no es otra cosa que ese fracaso 2.0 del esquema socialista soviético.
Por supuesto que la confrontación produce opciones, pero Colombia primero necesita reorientar su trasegar hacia la satisfacción de las necesidades de la gente y repensar herencias del pasado para mejorar su sentido y su presencia. Una Policía como la que tuvimos con el sargento Torres, claro sería la ideal, pero hoy la Policía que necesitamos, es un cuerpo profesionalizado en la carrera policial con unos efectivos que devenguen un sueldo acorde a su dignidad, que básicamente reivindiquemos esa brillante etimología de la palabra; el policía, era el hombre de la Polis. Es fundamental adoptar un modelo similar al de la escuela de oficiales, en donde preparemos al subintendente con un esquema de autoridad, al oficial en volverlo un verdadero agente investigador de la criminalidad y las cúpulas en verdaderos referentes institucionales y no en burócratas sentados tras un escritorio.
Es fundamental pensar en una institución moderna, con recursos y tecnología de punta, buscando cuerpos de alta concepción en la convivencia y la seguridad para lograr su eficiencia y lo más importante su presencia en las calles, del lado de la ciudadanía, que claramente acompañaremos con total solidaridad y compromiso, esto de la mano de normas serias que empoderen una concepción de orden y cumplimiento, que le reintegren al policía de la calle ese respeto y honor que debe infundir en pro del conglomerado.
La tarea de conformar unos partidos sólidos exige al igual un notorio esfuerzo para recuperar del ciudadano su credibilidad y su entusiasmo, es obligatorio consolidar un sistema que precise un régimen de disciplina partidista, para que no veamos concejales, diputados, representantes o senadores yendo de un lado al otro como verdaderas veletas ideológicas, la seriedad de un Estado radica precisamente en esas elementales partículas del respeto y la coherencia democrática, que precisamente requiere de diferentes puntos de vista para nutrir un discernimiento institucional a favor de los coadministrados, es aquí precisamente donde requerimos con urgencia un verdadero estatuto de disciplina partidista.
Por otro lado, urge la instalación y desarrollo de la profesionalización de la justicia en nuestra patria, es un reclamo de condición obligatoria, no podemos seguir en la idea de una justicia manejada por los que nada tienen que ver en ella, pero sobre todo, un aparato de justicia vetusto, tardío y desafortunadamente manchado con la mácula de la corrupción, donde los jueces obtienen mejores beneficios económicos que los mismos abogados litigantes, una justicia además politizada que castiga y arremete contra las contrariedades ideológicas, donde ser de derecha significa muchas veces sinónimo de una condena previa, como si estuviéramos en las épocas del terror y la justicia absolutista.
Hablar de un Congreso único y de menor tamaño es una realidad que nadie discute y aunado a ello que esté conformado por los mejores ciudadanos, profesionales, académicos, y empresarios es una tarea que a gritos el país reclama y tal vez el tema que con más rabia la gente reclama corregir. La gente perdió sintonía y cercanía con el congreso, es momento de recuperar la grandeza institucional de nuestro sistema, que bien o mal siempre será reconocido como la democracia más longeva y sólida de la región.
Realizar toda esta tarea tiene que ser la meta a proponer, un país justo y equilibrado, un país donde quepamos todos los colombianos sin excepción, ni exclusión alguna.
“Basta con mirar el crudo ejemplo de Venezuela y Cuba, países que ignorando el mancomunado fracaso de las repúblicas soviéticas, decidieron imponer un socialismo tropical del siglo XXI, que no es otra cosa que ese fracaso 2.0 del esquema socialista soviético”.