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Jorge Espinosa Gobierno Gustavo Petro

Presidente Petro, oiga a Lula

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El 14 de marzo la agencia de noticias Bloomberg contó que la junta directiva de Ecopetrol se opone al intento del presidente Gustavo Petro, a través de su ministro de hacienda Ricardo Bonilla, de reformar al menos cinco de sus nueve miembros.

El Comité de Gobernanza, que según el reglamento tiene la función específica de verificar los perfiles que ocuparán los asientos de la junta, ha manifestado explícitamente al ministro Bonilla que los perfiles no cumplen con la experiencia requerida. Una de ellas es la viceministra de ambiente Lilia Tatiana Roa Avendaño, una ingeniera de petróleos que nunca ejerció su profesión, pero que es conocida como ambientalista y por su vínculo con Censat Agua Viva y Amigos de la Tierra Colombia, una organización que se opone a cualquier actividad petrolera, no solo al fracking sino incluso a la explotación de hidrocarburos convencionales.

El papel de los ambientalistas, por supuesto, es clave en el gobierno del presidente Petro. Su ministra de ambiente, Susana Muhammad, es reconocida incluso por sus contradictores como una persona sólida de argumentos y con enorme conocimiento de su campo.

Pero, quiera o no el presidente, la misionalidad de Ecopetrol sigue siendo la explotación y la transformación de los hidrocarburos.

El presidente puede, y lo hace con frecuencia, insistir en la importancia de la transición energética. Lo que no es posible es entenderla como una sustitución. Entre ambas existe un concepto que al Gobierno se le olvidó, o no le gusta: la diversificación. La transición energética debe concentrarse, si se quiere hacer bien, en ampliar la canasta de fuentes energéticas. Esto implica, claro, incrementar poco a poco las fuentes de energías no convencionales, pero no implica llevar a 0 las energías convencionales.

La posible nueva integrante de la junta de Ecopetrol, esto lo sabremos el 22 de marzo en la asamblea general de accionistas, la viceministra Roa, parece creer que la transición implica apagar a Ecopetrol, inactivarla, paralizarla.

No diré, como se dice con frecuencia y de forma ligera, que transita nuestra compañía más importante el camino de PDVSA en Venezuela. Sí parece, sin embargo, que hay un esfuerzo deliberado por hacer de Ecopetrol, de un día para el otro, una empresa que no es. Esto, que es apenas obvio, lo entiende el gobierno de Lula en Brasil, por cierto, muy admirado por el presidente Petro. La semana pasada, en The New York Times, entrevistaban al presidente de Petrobras, Jean Paul Prates, que contaba con orgullo y sin sonrojarse que planean un aumento tan rápido en la producción de petróleo que podrían convertirse en el tercer mayor productor del mundo para 2030.

En los próximos años, decía el periódico, se prevé que supere a las compañías petroleras de China, Rusia y Kuwait, dejando sólo a Arabia Saudita e Irán, bombeando más que Petrobras para 2030. Luego, en lo que debería ser una advertencia para el presidente Petro, citan una declaración de Ana Toni, principal asesora de Lula sobre cambio climático. Toni señalaba el ejemplo de Colombia, cuyo presidente se embarcó en un plan ambicioso para eliminar gradualmente su producción de combustible fósil, que ha terminado por considerarse “por el mercado como una fuente de inseguridad económica.

Este es realmente el peor de los casos”. Ya antes, en 2022, en la revista Time, Lula decía “Petro tiene derecho a proponer lo que quiera. Pero, en el caso de Brasil, esto no es real. En el caso del mundo no es real. Todavía necesitamos petróleo por un tiempo”.

Ojalá el presidente lo oyera.