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No hay crímenes en el paraíso

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Pagar a los criminales, o convertirlos en interlocutores de un nuevo pacto social es equipararlos moralmente con las gentes que tramitan sus acuerdos cotidianos libre y pacíficamente y en la práctica eliminarlos como los protagonistas del contrato social.

Jaime Eduardo Arango. Analista y consultor. Twitter: @jaimearango9

La seguridad es un valor fundante. La única razón por la cual toleramos al estado, sobre todo algo tan demente como el estado benefactor, es porque se comprometió solemnemente con la seguridad de los asociados, hasta el punto, en casos extremos, de desarmar a los ciudadanos. Para todo lo demás, ni importa, ni es necesario. El monopolio de la violencia es su justificación y su razón de ser. Cuando la sensación de inseguridad, la certidumbre de ser víctima de la violencia de un tercero, o terceros, supera cierto umbral, la legitimidad del de estado es puesta en tela juicio y se afianza la tendencia social hacia la búsqueda de formas de gobierno que puedan rápidamente reconstruir la confianza.

En una sociedad abierta esta dinámica es particularmente dominante porque la inseguridad plantea en realidad una paradoja sobre la libertad. La razón por la cual se puede juzgar y determinar la responsabilidad criminal es porque el autor obró libremente, es decir, escogió el crimen, sin embargo, hay ciertas tendencias políticas dominantes que consideran que no hubo tal elección, que extrañas fuerzas, que condiciones externas insalvables, incluso que vastas y oscuras conspiraciones, impidieron que esa persona obrara libremente y que por lo tanto no es responsable del crimen que ha cometido, ni en lo moral, ni en lo legal.

Quienes suscriben esta idea refutan las fuentes clásicas de la ética basada en la libertad que se enunciaron en las ciudades griegas y la actualización que hicieron de ellas los teólogos cristianos al postular el libre albedrío como un don absoluto otorgado por la divinidad.

Estas personas no creen la libertad como valor, son infantilistas. Los criminales para ellos son tan solo niños irresponsables que se comportan inadecuadamente porque no están adecuadamente dirigidos. Pero esa mala conducta, esa inseguridad generalizada, terminará cuando ellos tengan el poder político y estén a cargo de los niños. Esto es lo que conocemos como política de seguridad bajo el socialismo.

Durante los primeros años de posguerra, en el periodo más duro del estalinismo, el estado soviético definió que en su territorio no había crímenes, los crímenes eran una cosa estrictamente capitalista, esto llevó a que la policía no gestionará investigaciones comunes, o que pasará por alto los hechos de violencia cotidiana en todo su territorio. No había crímenes en el paraíso, punto.

Millones de ciudadanos han votado hoy por esta superchería. El final de la injusticia es el final de la violencia, el mundo igualitario será seguro.Visiblemente esta promesa no se ha cumplido. Sobre todo, porque la igualdad solo se puede imponer mediante la violencia, el igualitarismo es la guerra civil permanente.

El primer aporte del estado a la seguridad y el más importante, es no justificar a los criminales, enfrentar la inseguridad desde la libertad. Enviar un mensaje claro de que la opción por la violencia es una decisión personal que no es admisible y, sobre todo, que no es rentable, esto implica reafirmar la narrativa de la superioridad moral de la sociedadfrente al crimen, es imperativo erradicar el relato de la culpabilidad general, el “todos somos responsables”.

Solo hay dos responsables, el victimario y el estado que adquirió el compromiso de proteger a la víctima y falló. Ya sea que se trate de acciones terroristas, o de un asalto simple, el discurso justificatorio pone en riesgo a la sociedad y degrada la condición de ciudadano a la de victima potencial por ser culpable.

Una sociedad abierta, es sobre todo una sociedad de la confianza, si se concede a unos individuos la excepcionalidad moral de apelar a la violencia contra sus semejantes impunemente, o porque sus semejantes la merecen, la confianza se termina y con ella la libertad.

Pagar a los criminales, o convertirlos en interlocutores de un nuevo pacto social es equipáralos moralmente con las gentes que tramitan sus acuerdos cotidianos libre y pacíficamente y en la práctica eliminarlos como los protagonistas del contrato social.

El pequeño país de El Salvador está demostrando que no se derrota crimen justificándolo y que la seguridad se puede recuperar garantizando la libertad de la gente común, que no es otra que libéralos de la tiranía del crimen.

*Con esta frase abre la maravillosa película, El Niño 44.