Decía Borges que “la democracia es un abuso de la estadística”, así como el socialismo viene a ser un abuso de la teología. Lo que enfrentamos como desafío en la mítica fecha del 2026, es que la teología se impondrá a la estadística. Esa modalidad de enriquecimiento exprés que se conoce bajo la etiqueta de Socialismo del Siglo XXI, implica necesariamente la continuidad en el poder de los beneficiarios del saqueo.
Necesitan tiempo para legitimarse, tiempo para normalizar su mal gusto, su violencia, su vulgaridad. ¿Para qué otra elección si ya son los elegidos? Además, pueden pasar décadas antes de que aprendan siquiera a vestirse. Tiempo para el reconocimiento social que nunca llega. Arribistas que saben que los números no los favorecen, demasiado rencorosos, inestables y caóticos como para atenerse al veredicto de la estadística.
No habrá elecciones en el 2026. Esa emocional festividad de la autoafirmación y la identidad tribal no será. No se trata de política, se trata de mentalidad, de una triste manera de concebir el mundo transformada en política. Esta nueva élite no puede permitir ser contada. Su relato se basa en que ellos representan al “pueblo” como entidad mítica, una entidad que supera lo cuantitativo y por lo tanto las elecciones son un insulto a esa fuerza superior, una negación de su carácter mágico.
Los últimos elegidos no se creen la fábula infantil de la fuerza de las instituciones. Vieron cómo las elites manejaron el poder pensando que podían mantener la corrupción “en sus justas proporciones” y que nunca les iba a pasar la cuenta cobro y ahora, perplejos, miran impotentes a una nueva fuerza que lo compró todo, puesto que todo era comprable. Y lo peor, no valía mucho. Se acabó el cuento. Todo lo que conocíamos de la política quedó en el pasado.
La política es lo contrario de la fatalidad. Si puede haber elecciones en el 2026, pero solo si los últimos elegidos están absolutamente convencidos de ganarlas, lo cual no es muy probable. Esto supone la necesidad de promover opciones políticas con vocación de poder aun sin elecciones. Los payasos que hicieron posible el acceso al poder de los últimos elegidos no son parte de ese futuro drama, ya son olvido.
La corrupción fue suficiente para acceder al poder, pero para mantenerlo hace falta la fuerza. Por eso los últimos elegidos están tejiendo acuerdos con las organizaciones criminales y las pandillas y las milicias nativistas.
Creen que pueden convertir el crimen en vanguardia política, creen que pueden convertir en pueblo esa retaguardia social. Es una apuesta. Lo hacen porque vieron que le funcionó los chavistas y a Ortega, pero al parecer no cuentan con la capacidad real para liderar esa asociación, y conformar un modelo de gobernanza criminal en Colombia es un desafío muy diferente a las experiencias de Venezuela y Nicaragua, esto no excluye que la violencia política y la intimidación social se constituyan en adelante en un patrón constante que condiciona y reemplaza a la sociedad civil.
Por ahora la continuidad en el poder de la gente del Pacto está garantizada. Irán a elecciones si y sólo si las pueden ganar, si no, no lo harán. Ya entendieron que no hay instituciones, ni organizaciones sociales, ni gremiales, ni un liderazgo político que se los impida. Para entender la política en el mundo de los últimos elegidos es necesario pensar distinto, es necesario no contar con los que ya perdieron y nos hicieron perder.