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Jaime E. Arango Opinión

La política de lo incivil

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No somos pueblo. Somos ciudadanos. Pueblo, es expulsar a los ciudadanos de la vida política, porque la política se ha transformado en una guerra larvada, constante y silenciosa contra los ciudadanos. Una guerra de la clase política, las elites y los criminales contra la gente. Entramos en la era de la política de lo incivil. El estado ha sido capturado por grupos de interés que extraen cada vez más rentas de la sociedad y promueven el crecimiento de rentas criminales y usan esa enorme cantidad de dinero para llevar adelante sus propias luchas intestinas por la prevalencia y el poder, para normalizar sus vicios y legalizar sus crímenes.

No se trata de una conspiración. La cooptación del estado por estos grupos provoca un entorno constantemente inestable. El único acuerdo tácito es no destruir el sistema porque la destrucción del sistema supondría el final de la generación de los recursos que constantemente se están apropiando. Por eso el gobierno, que es la pandilla más grande, avanza a veces con violencia sobre alguno de sus competidores para evitar que provoque un colapso institucional, o una crisis irresoluble.

La llegada del Pacto Histórico, con su proyecto de gobernanza criminal, ha generado una situación de conflicto con la clase política que percibe que no van a tener un lugar preponderante en ese modelo y que van a ser desplazados por un nuevo grupo de militantes extremadamente inescrupulosos, incultos y ambiciosos. El problema es sencillo, si la gente del Pacto insiste en su modelo de empobrecer a la sociedad no habrá entonces de donde capturar más rentas y solo quedará la lucha por las economías criminales, como en Venezuela, y los políticos saben que en ese escenario tienen las de perder. La clase política no está luchando por la preservación de la democracia sino por la preservación de sus negocios. Los políticos han dejado de ser ciudadanos.

Hace tiempo que la elites traicionaron a la democracia, pero solo el Pacto Histórico ha llevado adelante una estrategia consistente para destruir la ciudadanía y recuperar el concepto político de pueblo, que es reemplazar a los individuos por la muchedumbre para establecer la base moral de la dictadura, un líder, un pueblo. El problema que enfrentan es que no tienen ni líder, ni pueblo, solo tienen la retórica. Sin embargo, han afectado gravemente el activo fundamental de las sociedades abiertas que es la confianza, a la vez que acosan y persiguen a los ciudadanos con toda clase de regulaciones, impuestos y limitaciones.

Al apropiarse de las enormes bolsas de recursos creadas por el ahorro y la tributación de los ciudadanos, salud, pensiones, vivienda, educación, han logrado limitar las posibilidades de desarrollo individual y desposeer a la sociedad de opciones a futuro, que es el primer paso en la destrucción de la ciudadanía. La primera batalla en la guerra contra la gente.

¿Se puede evitar que estas gentes destruyan la civilidad? Lo fatal es lo contrario de la política. Es imperativo promover el relato de un individuo con derechos, derechos naturales, no creados por los gobiernos, un individuo, no un pueblo, es decir un ciudadano en el sentido clásico de ese concepto y esta recuperación de la civilidad debe provenir precisamente de las ciudades. Hace ya tiempo que en Colombia no existe algo que podamos llamar gobierno nacional, en realidad el país es una serie de ciudades estado fortificadas en medio de regiones caóticas y peligrosas.

Literalmente los barbaros acampan en las fronteras de la ciudad, por eso lo primero es recuperar la seguridad, sin seguridad no hay ciudadanía. Las identidades urbanas pueden sustituir, o limitar, la influencia de los grupos intereses especiales otorgando mayores libertades a los ciudadanos, liberando regulaciones e impuestos y abriendo espacios para la organización social y la colaboración. Si la clase política busca expulsar a los ciudadanos de la sociedad, los ciudadanos pueden expulsar a la clase política, pero no en el estado central, nacional, sino en cada ciudad, la ciudad es un bien de todos, la clase política, la elites, los criminales, son los que tienen que ir al ostracismo porque son inciviles. No podemos permitir que nos vuelvan al pasado, la era los pueblos ha terminado, esta es la hora de los ciudadanos.