¿Quieres justicia? Gana la guerra. ¿Quieres la paz? Gana la guerra. ¿Quieres la libertad? Gana la guerra. En democracia no existe sustituto para la victoria, por eso son las sociedades abiertas las que históricamente han contado con los mejores ejércitos. Cada acuerdo, cada arreglo, cada entendimiento, debilita la capacidad del sistema para garantizar la libertad porque siempre supone ceder los principios y valores sobre los que se fundó. La libertad es una idea griega y no una cualidad natural, es un logro, una conquista.
El problema fundamental de la libertad es que implica un estado de conflicto permanente. Es muy raro que una democracia ataque a otra, pero es usual que las dictaduras ataquen a las democracias, desde la Guerras Médicas hasta la Invasión a Ucrania, o el ataque de los jihadistas del califato gazatí a la democracia de Israel y los ejemplos son innumerables.
Por eso la fuerza armada más grande, de cualquier nación, en cualquier tiempo, es la democracia americana. Sin los marines no hay república y también por eso sus cuerpos de policía son tan decisivos. Garantizar la libertad, cuesta y mucho. Las democracias, nacidas en las pequeñas polis griegas no tienen vocación imperial, pero se les impone el imperio para sobrevivir. Israel, por ejemplo, solo podrá ser una nación de hombres libres cuando sea un imperio oriental. Roma y Atenas eran tan sólo ciudades que debieron asumir el dominio imperial para vivir otro día, no porque fuera su vocación, ni su propósito.
En nuestra modesta república se ha implantado en la cultura política el mito de la paz, es decir que el Estado renuncia a su deber derrotar a las fuerzas violentas que lo atacan, por la razón que sea, en favor de buscar acuerdos que desmovilicen a esas fuerzas, objetivo que después de innumerables procesos de paz no se ha logrado.
Estos procesos han generado más violencia y afectado gravemente el crecimiento económico y la estabilidad social. Independientemente de las etiquetas basta con comparar la cantidad de hombres en armas y el control territorial de las organizaciones armadas en 1980 frente a estas mismas variables en 2023. Pero el daño más grave de los “procesos” ha sido en la cultura porque para poder garantizar la impunidad del terrorismo fue necesario criminalizar a la sociedad y esta culpabilización ha socavado la democracia y la libertad, hasta el punto de permitir que sean los antiguos criminales quienes nos gobiernen y nos juzguen desde sus tribunas públicas.
Los procesos de paz nos han condenado a la guerra, a una conflictividad permanente resultado de no resolver los conflictos como se debe, que es ganándolos. Estamos en medio una extraña sociedad que ha renunciado a la victoria, que cree que no puede ganar sus batallas, es más, que considera que dicha victoria es inmoral.
Del desastroso resultado de la “paz estable y duradera”, hemos pasado a la “paz total”, que es la legitimación de todos los crímenes y el primer paso para reemplazar a la sociedad civil, regida por normas y leyes, por una gobernanza criminal.
Las democracias sólidas ganan sus batallas, mundiales, o locales, impulsan una mitología de la victoria y la lucha que las cohesiona y dota de sentido sus libertades. Una sociedad abierta no puede sostenerse si no promete a sus asociados que puede vencer a sus enemigos, por eso no es extraño que hayamos elegido ser gobernados por quienes debimos derrotar. Colombia aun no es una dictadura, pero a medida que la paz total avanza va dejando rápidamente de ser una democracia.