Las elecciones ya no representan la voluntad soberana de los ciudadanos. Han pasado a ser una encuesta, una opinión, una expresión cuantitativa de puntos de vista y por lo tanto pueden ser cuestionadas, negadas, o anuladas. No eligen, tan solo señalan. Esto es el resultado de la sustitución del relato sobre la libertad y la defensa de la libertad, por un relato moral en el cual el objetivo de la sociedad es la búsqueda del “bien” y por lo tanto reconocer el sufragio universal como expresión soberana de una democracia liberal es colaborar con la opresión.
En esta mitología, que no es nueva, el “bien” es la igualdad, pero no la igualdad de oportunidades entre hombres libres, sino la igualdad de resultados. Quienes han percibido esta verdad son quienes tienen la soberanía debido a ser poseedores de la Virtud y se desempeñan como intermediarios que gestionan la tensión entre derecho y mayoría. Esta visión no es de ningún nuevo populismo ni nada por el estilo, es una vieja idea de Rousseau, que fue la base para establecer el terror Jacobino y que ha resultado ser funcional para la captura del estado por organizaciones criminales en Latinoamérica.
Las elecciones en estas nuevas entidades político-criminales ya no se tratan de elegir y ser elegido, sino de elegir y no ser elegido, porque los virtuosos ya fueron elegidos, pero puedes votar por ellos, sin problema, como en Irán, Rusia, o Venezuela. La pretensión de ser elegido es un crimen. En esta soberanía “el dictador domina la ley, sin representar la legislación”, por eso los líderes del régimen chavista no tienen porque presentar evidencia legal de los resultados electorales. Ellos son los elegidos porque ellos son la ley y son la ley porque son la virtud. Ese es por lo menos el relato subyacente, que fue un lenguaje compartido por la sociedad venezolana durante décadas a partir del mito en derredor de la figura de Chávez.
Pero algo cambió. Están derribando estatuas de Chávez. Por primera vez la indignación de los venezolanos se dirige contra Chávez como símbolo y con ello la élite chavista pierde la virtud. Ahora son tan solo la pandilla que siempre han sido. Un mito solo se vence con otro mito y el problema para esa tiranía es que ese mito ahora es María Corina, casi santificada, madre salvadora de Venezuela.
Si se cuenta con la favorabilidadde una tercera parte del electorado y la lealtad de las fuerzas de seguridad, no hay necesidad de reconocer ningún resultado electoral y por eso Maduro y su organización terminarán por imponer su autoridad y con ello ese modelo quedará como un modelo replicable. Por eso el ataque de los medios gubernamentales colombianos a nuestro sistema electoral. Su narrativa se basa en que la democracia liberal colombiana es un fraude, un sistema represivo controlado por élites mediante la violencia y las elecciones siempre han sido una puesta en escena, una conspiración.
Los virtuosos del Pacto Histórico, operan constantemente en función romper la neutralidad y la impersonalidad de las instituciones para transformarlas en herramientas de su visión igualitaria, esto incluye al poder electoral especialmente. Estas personas tienen la absoluta convicción de que sólo ellas pueden ser elegidas. Si examinamos el lenguaje que usan cotidianamente para referirse al resto de la sociedad esto resulta evidente. Los otros son Nazis, Paracos, Escobares, asesinos, esclavistas, fachos, y un largo etcétera, por lo tanto, personas no elegibles. Es desde esa posición como debe interpretarse el apoyo estratégico que le ha proporcionado Petro al gobierno de Venezuela, porque si ellos tienen éxito, piensa, él también lo tendrá. Es una función de aprendizaje, e imitación.
La sociedad colombiana cuenta con muy pocos recursos para oponerse a este proyecto, en gran parte porque arrastra traumas no superados sobre la anulación de la voluntad popular expresada en las urnas, incluso en su forma más directa que es la acción plebiscitaria, cuando una alianza de políticos y criminales anuló el resultado del NO en el 2016 y legitimó y legalizó sin mayor oposición semejante fraude. Es decir, ya ha pasado y no es extraño que pase de nuevo una década después.
En el 2026 habrá elecciones sólo si se garantiza la continuidad en el poder de Petro. Ya sabe que vasta con decir “ganamos”. No valen cuentas, ni actas, ni testigos, ni presiones. Ya nos declararon inelegibles, ya no nos queda otra salida que demostrar que lo inelegibles son ellos.