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Jaime E. Arango libertad

El retorno de la cultura de la libertad

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El mercado no existe, no es una entidad.Denominamos mercado a un sistema de información, resultado de una incontable toma de decisiones individuales basadas en la apreciación subjetiva del valor, por lo tanto, el mercado ni siquiera es racional, es razonable, lo cual es muy distinto.

Nadie creó el mercado porque no es una idea sino una consecuencia del comportamiento humano, la Acción Humana, le llamó a esto el economista austriaco Ludwig von Mises y la definió de una manera muy sencilla: “ reemplazar un estado menos satisfactorio de cosas por otro más satisfactorio”, pero como los medios para alcanzar ese estado más satisfactorios son escasos, adquieren valor, por lo cual toda interacción es siempre interacción económica si por esto se entiende, precios, costes, intercambio y oportunidad.

Hayek, otro de esos grises señores austriacos, describió esta misma dinámica como «el orden que surge por el ajuste recíproco de muchas economías individuales en un mercado» y eso que a Hayek ni siquiera le gustaba la palabra “economía”. En todo caso personajes tan disimiles como Adam Smith y Frédéric Bastiat ya habían descrito y comprendido la economía como la vida misma. Asumir una posición política admitiendo esta realidad primaria es lo que se denomina Liberalismo. Lo contrario es el socialismo, o colectivismo, que puede ser de diversos orígenes. El socialismo puede ser de orden racial, como el Nacional Socialismo Alemán, puede ser de clase, como el Comunismo, puede ser nacionalista como el Partido Nacional Fascista Italiano de Mussolini, puede ser religioso como es el caso de la República islámica de Irán.

El socialismo puede adoptar cualquier forma identitaria, pero su patrón común es siempre la creencia mágica en que un grupo puede realizar todos los cálculos económicos basado en alguna idea de justicia, según la cual representa un orden moral superior.

Pero todo esto no empezó hace dos siglos. En 1517 el sacerdote Dominico Francisco de Vitoria, que ese momento ejercía cátedra en La Sorbona, fue consultado por comerciantes españoles afincados en Amberes sobre la moralidad de hacerse ricos comerciando, estos buenos hombres que temían por su alma inmortal, habían escuchado al clero lanzar condenas nefastas contra el enriquecimiento, habían escuchado la metáfora de del camello y la aguja y la condena contra los bienes de este mundo, sin embargo ese mundo era la España global, imperial y rica, en cuyo mundo, de manera inevitable, se enriquecían ellos. ¿Iremos al infierno padre?

La genialidad de Vitoria fue decirles que noy con esa absolución se dio inicio no solo al pensamiento económico sino a la inocencia del mercado, muchos antes de la Reforma y Calvino y los protestantes. Para Vitoria el asunto central era la libertad, el orden natural, el libre intercambio es el resultado de un don que la divinidad otorgó a sus criaturas que se llama libre albedrío, así que ni reyes, ni papas, ni generales, ni nadie puede, sin pecar, robar al individuo ese atributo. Por eso se dice ahora que los teólogos de la Escuela de Salamanca son los precursores del liberalismo, no solo económico, pero eso es otra cuestión.

Sin embargo, el relato demonológico sobre la riqueza permaneció interiorizado en el fondo de la cultura cristiana y resurgió en el siglo XIX impulsado por la búsqueda de la pureza contra el pecado al que se identificó en la revolución industrial, ya fuera como marxismo, o desde el movimiento Völkisch, da igual, lo relevante es que se puso en duda la moralidad de la libertad.

Por eso es tan importante, desde el punto de vista cultural, aun más que el económico, el surgimiento de figuras como Javier Milei,que reivindican la tradicional ética libertaria, que dicen sin miedo que el problema no es la lucha del individuo contra el capital, sino del individuo contra la tribu y que esa tribu, bajo la etiqueta de estado, es un enorme obstáculo para la prosperidad y para la vida misma. Como lo expresó Murray Rothbard, “¿qué puede hacer el estado para ayudar a los pobres? La única respuesta correcta es la respuesta libertaria: apartarse”.