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Jaime E. Arango Bogotá

Ciudadela D.C.

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Administrar no es gobernar. La administración pública, que es una pésima copia de la administración corporativa, es el resultado del crecimiento exagerado de los estados nacionales y es ineficiente por antonomasia. Lo público no se administra.

Sin embargo, existe la creencia, promovida por las burocracias y la academia, de que la buena administración es igual a buen gobierno y que el ejercicio administrativo por sí mismo reemplaza al gobierno, es decir, reemplaza a la política. Es una visión infantil y elitista, en la cual una tecnocracia sabia y bondadosa gestiona con asombrosa eficiencia los recursos sustraídos a los ciudadanos para devolverlos en magnas obras, sabiduría y riqueza, en un mundo de fantasía donde la política que es divisoria, polarizante y combativa, desaparece porque no es suficientemente moral. De ahí que la tecnocracia sea el antecedente inmediato del wokismo y los nuevos populismos nativistas.

Estas personas son los directos responsables de que hoy se imponga una oleada autoritaria, antiliberal y, sobre todo, anti tecnocrática, lo cual es catastrófico para los ciudadanos. No hay razón para que el estado gestione la agricultura, la vivienda, o las vías, pero llegados a ese punto lo realista es que de ello se ocupen burócratas competentes, sin embargo, la revuelta contra las tecnocracias ha sido tan radical que convirtió la incompetencia en virtud y los fanáticos arrasaron a los técnicos.

En la medida misma en que los sistemas liberales abandonaron la política, abandonaron también el poder. En la ciudad-estado que llamamos Bogotá D.C eso está sucediendo de nuevo, como si lo políticamente correcto fuera un imperativo categórico. La ciudadela es insegura. Si. Las bandas que controlan a las bandas que controlan a las bandas de la ciudadela están lejos, fatigando los cientos de miles de hectáreas de coca que les garantizó la “paz”.

Cada ciudadano apuñalado en una calle de la ciudadela D.C es un eslabón en una cadena que llega hasta el bosque de coca. Cada campesino que siembra una mata de coca está asesinando un inocente en la ciudadela, pero el responsable político del D.C emplea tiempo valioso y recursos en explicar un simple problema de suministro de agua potable.

Mientras existan trescientas mil hectáreasde coca el alcalde de Bogotá no puede garantizar la seguridad. Un asunto políticamente incorrecto que es necesario abordar. El miedo comienza fuera de los muros de la ciudad y es impulsado por fanáticos y asociaciones criminales que pretenden la ocupación territorial de la ciudadela D.C.

Con ocho millones habitantes, el 25% del PIB del país, este complejo territorio de 33 kilómetros por 16, es casi un estado, o prefigura las ciudades estado del futuro, no es un simple municipio grande y por lo tanto merece una dirección política, una causa, un destino común. Hay que imaginar Bogotá como una ciudadela porque los valores que representa, su manera de ser de todos, su riqueza material y su poder real, constituyen hoy un patrimonio político vital para la defensa de la libertad y la democracia.

El infame e injustificado atraso que años de populismo y colectivismo le ha impuesto a la ciudad se han constituido en dinámicas destructivas del tejido social y el estado de derecho y tienen que ser superadas porque se van a utilizar y se están utilizando como fuerzas para imponer desde el D.C un autoritarismo inadmisible. Por eso la ciudadela necesita un gobierno, una política, una causa, un contenido vital. Un gobierno de la ciudad, no una simple administración urbana.