El gran sueño de Joseph Robinette Biden Jr. fue ser candidato presidencial, entrar en esa carrera como buen demócrata que siempre ha sido y enfrentarse a un republicano en nombre del mundo libre que dice defender el partido del burro. En abril de 2019, por fin, pudo cumplir su anhelada meta frente a un complicado rival que buscaba seguir en el poder: Donald Trump.
La complicada elección de Biden se vio atrapada bajo el fuego de un rival que, durante la primera contienda, combinó la narrativa de venderlo como “Sleepy Joe”, un anciano débil, somnoliento e incapaz de tomar decisiones de alto calibre, que forma parte de una clase política que poco o nada ha hecho por los norteamericanos. Luego, al ser vencido, el multimillonario de tez naranja no dudó en considerarlo un tramposo y el responsable de un fraude electoral que le impidió ser reelecto. Entonces empezaría la otra ofensiva verbal que a día de hoy sigue usando: ‘Crooked Joe Biden’.
La pelea electoral entre los dos hombres blancos, ancianos y de ojos azules, la iba ganando Biden hasta el 27 de junio, cuando aceptó ir a un debate organizado por CNN donde quedó expuesto ante su contrincante. Se vio disperso, enfermo, más lento, más viejo y dejando dudas sobre sus capacidades para dirigir a la potencia norteamericana.
Sus aliados empezaron a irse, los ‘bien pensantes’ actores de Hollywood le dijeron que no más, el NY Times, Barack Obama y muchos otros, como su aliada Nancy Pelosi, le pidieron que se hiciera a un lado. Empezaron los rumores, el fuego amigo de sus congresistas y el viejo mandatario volvió a quedarse solo, tal como le pasó con sus aspiraciones presidenciales en 1988, 2007 y 2016. Rápido olvidó el activismo progresista estadounidense aquel llamado de urgencia que le hicieran en 2020 al veterano exsenador de Delaware para apagar el incendio que la Make America Great Again había creado en todo el país.
Luego vino el ‘tiro de gracia’ a una candidatura moribunda: lo recibió Trump durante un mitin en Butler, Pensilvania el 13 de julio, que casi le voló la oreja derecha, pero que le pegó a Joe Biden y lo dejó sin aliento. Trump se irguió como ‘el viejo más fuerte’, el que recibe balazos y se salva. El John Wayne de MAGA, el ‘real hero’ para ese Estados Unidos sediento de armas, guerras, cansado de inmigrantes y de cualquiera que no sea simpatizante de esas causas.
La carta con la renuncia de Biden logró sacar del radar por un momento el incierto atentado al ungido candidato republicano, puso sobre la mesa el relevo generacional con Kamala Harris, le bajó decibeles al ruido del mediático JD Vance, logró el recaudo en tiempo récord de millones de dólares para las huestes demócratas, cambió la narrativa apocalíptica que supuestamente generaba el candidato octogenario y deja claro que la renovación política debe hacerse cuanto antes por el bien de todos. Allí Trump recibe un duro golpe que le cambia por ahora el juego.
Ahora vendrá la ‘coronación’ de Kamala, una escogencia a dedo ante la ausencia de otros candidatos de peso. No hay más, es ella. Biden, con muchos nubarrones sobre su legado, no se permitiría pasar a la historia como el responsable de negarle la oportunidad a la primera persona negra y de ascendencia asiática en la vicepresidencia. Además, exfiscal general de California, exsenadora, hija de dos académicos marxistas y quien a pesar de todas las críticas se caracteriza por hablar con fuerza y determinación.
Ganar o perder con Donald Trump es ahora un problema de Harris, pero sólo una victoria hará memorable un legado político consistente de la administración Biden.
Grandes derrotas deja a su salida con los temas aborto, migración, empleos para la clase media, una Corte Suprema derechista, pulso débil ante Netanyahu en Gaza, movidas tibias en Ucrania y una ‘guerra’ con China que tampoco ganó.
El veterano Joe se retira de la escena, se cierra el telón para un hombre que supo para qué era el poder, que cumplió su sueño de ser presidente, que manejó el Congreso más poderoso del mundo a su antojo y que desde la década de los 70 ha sido un protagonista estelar moviendo el ajedrez global para bien o para mal. Una retirada agridulce pero consecuente con una condición demasiado humana: envejecer.