“Petro llegó al podio ilusionado, convencido que la audiencia en el recinto y en la televisión mundial estaban esperando su intervención mesiánica cómo si se tratase de la final de la Copa Mundial de Fútbol”.
HASSAN NASSAR
Director Revista Alternativa
Unas semanas atrás tuvo lugar como es costumbre en la ciudad de Nueva York, la Asamblea General de Naciones Unidas. Un encuentro de varios líderes mundiales donde se puede apreciar y escuchar distintas posturas de carácter político en un mismo recinto, rodeados de una tradicional solemnidad, mientras se discuten los temas de coyuntura global.
En esta oportunidad tuvimos el privilegio de escuchar por parte del presidente colombiano Gustavo Petro, una diatriba ambientalista llena de lugares comunes, acompañada de una alocada versión de la migración venezolana hacia los Estados Unidos a través del Tapón del Darién y finalmente una propuesta refrita para ayudar al pueblo palestino.
Petro llegó al podio ilusionado, convencido que la audiencia en el recinto y en la televisión mundial estaban esperando su intervención mesiánica cómo si se tratase de la final de la Copa Mundial de Fútbol.
En su imaginario, el mundo entero esperaba escuchar su demagogia y su visión terrenal de las cosas.
Sin embargo, su rostro se transformó en angustia desde el primer momento cuando se percató que la audiencia se levantaba de las sillas buscando la salida, ya fuera para asistir a alguna reunión bilateral o simplemente para ir al baño.
La ONU no es un espacio para charlatanerías, las delegaciones van a escuchar a los líderes mundiales de peso, como Joe Biden, Emmanuel Macron o Volodímir Zelensky dada la coyuntura en Ucrania. El resto tiene que ajustarse a los veinte minutos que marca el reloj y darse por bien servidos que les dieron la palabra.
Gustavo Petro entendió en ese momento que no es un líder mundial como pretenden hacerlo ver los bodegueros que carga a su lado disfrazados de asesores de imagen.
Si acaso fue un hazmerreír en el mejor de los casos, como lo reportaron varios medios internacionales y, sino que lo diga el propio Lula da Silva, que no le compró su teoría ambientalista de acabar con la industria petrolera y reducir la producción de crudo en la región cómo lo propuso Petro la última vez que se vieron en la Amazonía.
Claramente una cosa es ser Petro y tener como única misión en la vida: “expandir el virus de la vida por las estrellas del universo” y otra, ser Elon Musk que realmente hace cohetes y los envía al espacio sin tanta verborrea.
En la ONU los preciados y escasos minutos que se tienen para hablarle al pleno de la Asamblea General deben ser para temas excelsos. Esos sagrados minutos deben ser aprovechados para dar soluciones y no diagnósticos que ya todos conocen.
La ONU no es la vitrina para aparentar ser el nuevo mesías, todo lo contrario, es el lugar donde se aplaude la audacia de lo posible, enmarcado en lo técnico y en lo pragmático.
Por eso no se entiende cómo se puede llegar a ese escenario multilateral a vender la idea de que la crisis humanitaria venezolana y el éxodo masivo de esos connacionales por el Tapón del Darién es debido al calentamiento global y al bloqueo a la dictadura chavista.
Ni en las más descabelladas teorías de la conspiración esa tesis es posible y vergüenza debería darle a un mandatario colombiano siquiera sostenerlas en público ante tan exquisita audiencia.
Pero la perorata no terminó ahí. Decidió defender la causa palestina, —que yo también comparto—, con los peores ejemplos posibles, como el de comparar a Israel con la Rusia de Putin, como si el conflicto entre Rusia y Ucrania fuera comparable con el conflicto árabe-israelí.
Una comparación absurda que no se ajusta a la realidad histórica, política, territorial y religiosa de ambos conflictos.
No se entiende por qué el canciller Leyva va en esos viajes. Se supone que la tarea de un jefe de la diplomacia eficiente es al menos asesorar al presidente en esos temas de gran calado internacional y no dejarlo pasar vergüenzas con el uso de la palabra.
Sobra decir que Leyva dedica más tiempo a buscarle puestos en consulados y embajadas a las bodegas del Gobierno que aconsejando al presidente para que no pase vergüenzas en cada foro internacional.
Y como si fuera poco, al final de todo este bochornoso espectáculo desde la propia Presidencia decidieron modificar y alterar el video original de la intervención del presidente colombiano en la ONU, y que fue retransmitido en la televisión nacional, con el objetivo de agregarle al final unos aplausos falsos y una audiencia ficticia para que el presidente no se viera tan solo y confundido.
Definitivamente dominan el arte de convertir lo patético en ridículo.