La ofensiva israelí contra Hamas, la manera en que se desarrolla y las consecuencias que todavía no han sido percibidas, demanda posturas privadas y oficiales. Sin embargo, no admite la estigmatización que jefes de estado o líderes de opinión han realizado hacia el pueblo judío en su conjunto desde el 7 de octubre de 2023.
Transcurridos cuatro meses, se volvió parte del panorama ser antisemita, a tal punto que obnubiló tanto a algunos, que les habría entumecido para interpretar correctamente el fallo preliminar del 26 de enero de la Corte Internacional de Justicia. Tomándolo como un golpe a Israel, no comprendieron que el tribunal ni siquiera ordenó el cese al fuego. Pidió a Tel-Aviv que tomará las medidas necesarias para impedir actos que pudieran ser considerados genocidas o incitación a cometer aquel crimen internacional.
Ciertamente, en todos los conflictos se deben condenar las conductas que vulneren los derechos humanos e infrinjan el derecho internacional humanitario. Es un mandato, pero nadie ha de suponer que la justificada defensa de los palestinos habilita la hostilidad a los israelíes. Además, cuando el prejuicio se combina con la desidia selectiva hacia otras situaciones graves que viven diversos segmentos de la población, la agenda detrás del telón termina por exponerse.
Por ejemplo, la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados solicitó el martes 23 de enero atender la crisis migratoria de los rohingya que huyen de Birmania y Bangladesh y que en 2023 dejó por lo menos 569 miembros de esa minoría muertos o desaparecidos. Como era de anticipar, la noticia no tuvo ninguna explosión mediática.
Medios de comunicación informaron del asesinato de 200 cristianos en Nigeria entre el 23 y el 26 de diciembre anterior. Los perpetradores habrían sido pastores musulmanes en 26 aldeas. Menos de quince días después, el 6 de enero del año en curso, el Estado Islámico (Daesh) mató a nueve cristianos en ese mismo país, cuatro en el Congo y dos en Mozambique. Ni los líderes políticos o esos influenciadores que escogen reivindicaciones particulares se pronunciaron al respecto.
La región va por una línea similar. El régimen de Ortega volvió a perseguir cristianos antes de finalizar el 2023. Del 28 al 30 de diciembre, la dictadura capturó —o secuestró— a nueve sacerdotes de la iglesia católica. Este acto, que ha pasado desapercibido, se suma a los registrados desde el 2018.
Y en Colombia, el último informe (2024) de la organización Puertas Abiertas, ubica al país en el puesto 34 de los países donde es más difícil ser cristiano. Se llevó el primer puesto en Sudamérica, siendo superado en América Latina solo por Cuba (puesto 22) y Nicaragua (puesto 30).
En todo caso, si algo útil (porque no hay nada positivo) se sustrae del conflicto en la Franja de Gaza, es que ha sacado a la luz los verdaderos colores de los sectarios. Era necesario un episodio coyuntural para que las personas se desprendieran del disfraz pacifista. Evolucionaron en un individuo presto a discriminar a los demás de acuerdo con criterios de etnia, credo, raza, afiliación política y hasta el sexo o profesión.
Por estas razones, jamás se verá a los guardianes del socialismo cultural o a la social bacanería mundial, criticar u oponerse a las cacerías en contra de quienes representan ideas distintas a las suyas. Poseen una brújula con puntos cardinales desajustados que les sirve para aupar la animadversión entre los pueblos.
¿Está bien ser racista, xenófobo y segregador según la filosofía personal? Pues no. Es desagradable viniendo de alguien del común y es peligroso cuando se trata de un político (gobernante). Sus acciones se hallan en el ámbito de lo público y la agresividad con la que se comporta tiene efectos colectivos.