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Deivis Cortés Opinión

Los iniciados y el culto mendocista

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Es difícil reclamarle a estas películas por el diálogo. Solo resta apagar el cerebro y disfrutar.

Deivis Cortés. Realizador y analista audiovisual. Correo: dacortesp@gmail.com

La película «Los iniciados» insiste recurrentemente en que el agua no es potable, pero lo que realmente no es potable es su guion. ¿Por qué alguien aprueba, financia, rueda, monta y le da tanta publicidad a una película con un guion tan deficiente? ¿La calidad del guion no es un criterio para aprobar el rodaje de una película?

Los publicistas han hecho énfasis en la importancia de la materia literaria de la que parte la película desde el mismo tráiler. Allí se habla de “el universo Mendoza”, Jorge Cao declara que se “respetó el espíritu de los libros”, Mendoza cuenta que le dio “total libertad” al guionista Nicolás Serrano, aunque luego dice que trajo a Esteban Orozco para que “puliera algunos elementos del género”.

Todo eso suena muy bien para entretener fans, pero ¿de qué sirve toda esa información cuando el guion falla? ¿Para qué sirve cuando varias de las situaciones y soluciones que plantea insultan la inteligencia del espectador, siendo el espectador de esta película alguien que merece ser insultado?

Toda esa información de background (el trabajo que implica escribir un guion partiendo de 4 novelas, las conversaciones de Mendoza con Guerrero, la inclusión trans) está allí para que el fan se defienda. Felipe Guerrero y Mario Mendoza armaron a los feligreses de la iglesia para que pudieran responder ataques sin siquiera haber visto un fotograma de la película.

Y es que, tal como sucede en las películas de Marvel, «Los iniciados» apela al fan service; algo que se suele hacer ante audiencias cautivas. El público está pre conquistado desde los libros y los productores se concentraron en blindar/complacer a esa audiencia para que sienta justificada su inversión y para que puedan entrar en la conversación.

En efecto, «Los iniciados» es un campo minado de guiños y referencias que alimentarán la hoguera mendocista por meses: “Oye, ¿sí viste cuando dijeron Resistir?, mariquis, casi me muero y ¿qué me dices de cuando la Moni le dice a la otra «traviesa» y Lady Masacre dice «siempre»? Yo me sentí súper identificada, igual que cuando estábamos en la u y no entrábamos a clases por andar tomando, súper traviesas nosotras, mendocistas desde chiquitas.

Pero la parte que más me gustó fue donde el tipo pregunta quién dio la orden y la forma como Mario (porque le gusta que le digamos así) lo explica luego en cada conferencia para asegurarse de que podamos defendernos de la gente que sí lee. Eso sí es resistir”.

Primer problema de guion: diálogos. Los personajes hablan trasmitiendo información que necesita comunicar el narrador, pero no hablan como lo harían “naturalmente”, en caso de no ser filmados ni escritos. La hermana del protagonista: “Usted es bipolar, Frank”. Y no lo dice porque el personaje lo ignore o no lo recuerde: lo dice porque el guionista necesita que el espectador sepa esa información y no encontró una forma más “natural” para entregarla. Qué pecao. Dos guionistas y cuatro novelas para eso. Ese tipo diálogo es inadmisible incluso en una ficción que se presente como paródica.

No es un diálogo que tolere el género ni que tolere un registro realista. Es sencillamente un mal diálogo, un diálogo desafortunado porque desdibuja cualquier verosimilitud, rigor y responsabilidad hacia los personajes. Nadie se presenta diciendo “Soy yo” y a continuación dice su nombre. No es un diálogo propio de la ficción. Es un diálogo que se corresponde con un imaginario muy ingenuo de lo ficcional y de lo “peliculero”. Y si el llamado “realismo degradado” que tanto venden implica que le quiten la calidad a los diálogos, entonces mejor no degraden el realismo, déjenmelo como estaba, les agradezco.

Ya desde «Saluda al diablo de mi parte», se notaba un gusto de los hermanos Orozco por los diálogos peliculeros. Los míticos “ya estamos afuera” o “usted va a matarlos Angel, va a materlos a todos”, dan cuenta de textos que llaman la atención sobre sí mismos porque supuestamente eso hacen los géneros; una excusa simplona para huirle al rigor con el desarrollo de la voz.

Es claro que en esas líneas está hablando más el guionista que el personaje, el problema es que cuando se le echa en cara eso a los guionistas, suelen responder: “No soy yo, es el género”. Y ahí sí lo joden a uno porque apelan al amor que uno le tiene al género. Chantaje emocional clarísimo: “Si te gusta el género, tienes que aceptar la (mala) calidad de este diálogo”.

Es difícil reclamarle a estas películas por el diálogo. Solo resta apagar el cerebro y disfrutar. Y sale uno premiado porque por momentos Parra y Vélez logran que esos textos suenen creíbles, aunque tengan que poner cara de “estar escuchando con intensidad”.

Algunos diálogos pasan la prueba, pero otros producen risa nerviosa y hacen difícil el visionado. Luego uno va a YouTube, busca entrevistas con Juan Felipe Orozco, y ve cómo el director dice que eso es cine de género, que así es como se hace, que no le pidan realismo al género.

Y entonces uno se tranquiliza y usa eso como excusa, insumo y estímulo para darle otra oportunidad a la película, verla de nuevo ya con eso en mente. «Los iniciados» necesita al menos cinco intentos y por eso es bueno que se haya estrenado en plataformas: el espectador puede permitirse las repeticiones porque son legales y no cuestan más. Otra película colombiana estrenada en salas se habría perdido de esa oportunidad.