A raíz del asedio violento al Palacio de Justicia de la capital de la república, muchos analistas se apresuraron a comparar a Petro con Trump, y a la toma del Capitolio norteamericano con lo sucedido en Bogotá el pasado jueves.
Si bien ambas comparaciones están enmarcadas por la radicalización, e instrumentalización de bases electorales simpatizantes con fines extremistas violentos, el análisis es injusto.
El caso aislado de Trump no es comparable con la sistemática, repetitiva, y deliberada manera en la que Petro—primero como senador de la república, y ahora como presidente—ha promovido el extremismo violento como forma de ejercer el poder.
Trump es disruptivo, polarizante, políticamente incorrecto, controversial. Pero no está dominado por el caos, ni ha normalizado la extorsión institucional como su estilo de gobernar.
Quizá, en ese sentido, sea más justo comparar a Petro con Benito Mussolini y Mao Zedong. Después de todo, sin caos, su identidad se desfigura.
Petro, al igual que Mussolini y Mao necesitó del caos para llegar al poder. En medio de él, se fortalece. Su mejor versión, paradójicamente, es visible ante la ausencia de libertad y orden.
Se autoproclama demócrata, pero sólo puede avanzar a expensas de la independencia de las instituciones gubernamentales, y la tranquilidad de la sociedad.
Si el caos lo define como líder político, las conspiraciones son sus mejores aliadas. El mundo entero, después de todo, está en su contra. Y por ello no ha podido gobernar.
La verdad, por lo tanto, es una virtud que sólo él posee. Y al igual que Mussolini y Mao, Petro cree que, en consecuencia, él es el único moralmente competente para contener el avance de la conspiración.
Empoderado, Petro se siente con el derecho de radicalizar e instrumentalizar a sus simpatizantes, enfilarlos como militantes en una revolución que quiere renovar el país, y transformar la sociedad, pero en la cual es necesario primero acabar con el Estado, la economía, la seguridad y la justicia.
Lo sucedido el 8 de febrero, no fue otra protesta más.
Cobardemente, Petro atentó contra uno de los principios más sagrados de la democracia: la separación de poderes.
Indolentemente, Petro puso en riesgo la vida y el bienestar de los funcionarios públicos que administran justicia y le sirven al país.
Descaradamente, Petro, lanzó la piedra y escondió la mano. Movilizó a su base electoral, los instrumentalizó a través de sus plataformas digitales aliadas, y luego de hecho el daño, culpó a la extrema derecha.
Absurdamente, Petro todavía cree que lo que hizo era necesario, y que estuvo bien hecho.
Lamentablemente, la presión sobre la Corte Suprema de Justicia, para escoger a la próxima Fiscal General de la Nación, no cederá.
A los criminales del jueves pasado que intentaron tomarse la Corte Suprema de Justicia, muy probablemente se les sumará la minga indígena.
La pregunta es: ¿hasta qué punto van a llegar?
Tan deplorable y preocupante para los Estados Unidos como lo fue el 6 de enero de 2022, el 8 de Febrero de 2024 quedará también grabado en la historia de Colombia.
Puede que Trump sea hallado culpable de insurrección. Pero la extorsión institucional que Petro ha cometido por años sigue sin ni siquiera ser investigada.
A juzgar por sus pasados, claramente Petro y Trump distan de ser el uno como el otro. Uno guerrillero, el otro empresario.
A juzgar por su presente también. Mientras Petro sigue en caída libre, Trump asciende en su carrera de vuelta hacia La Casa Blanca.
En lo personal ni se diga. Trump es hacedor, Petro demagogo.
Trump trabaja incansablemente, Petro no. Trump dice lo que piensa, y hace lo que dice que va a hacer. Petro ni coherente, y mucho menos congruente es.