Martes, 22 de octubre de 2024 Suscríbase
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César Álvarez Gustavo Petro

Como gasolina para pirómano

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Como gasolina para pirómano. Así recibió el presidente Gustavo Petro la noticia de la investigación del Consejo Nacional Electoral (CNE) por presuntas irregularidades en la financiación de su campaña y los cargos en su contra.

El presidente Petro entró en una euforia desbordante. La decisión del CNE le brindó el oxígeno que su gobierno, asfixiado por su propia incompetencia, tanto necesitaba.

Desde entonces, Petro se frota las manos, recreando una y otra vez en su mente el incendio que está por desatar, anhelando que esta vez el mal llamado ‘estallido social’ y ‘el Bogotazo’ parezcan una simple fogata.

Para Petro, un ‘Golpe de Estado’ no es una pesadilla, sino un sueño hecho realidad. Pocos en el mundo, y nadie en Colombia, salvo él, son capaces de crear una crisis para escapar de otra, pasando de victimario a víctima en cuestión de horas.

Petro es un experto en combustión. Domina la pirenología, pero no es pirotécnico ni bombero. Está obsesionado con el fuego, se nutre de la adrenalina que solo una llama puede brindarle.Pero quema solo por el placer de ver cómo el caos se expande. Siente una mezcla de tensión y emoción antes de prender el fósforo, y parece experimentar un alivio perverso al ver el fuego devorarlo todo.

Como buen agente del caos, Petro sabe que la mejor defensa es el ataque. Lo que menos le preocupa es el curso de la investigación o si es declarado culpable. Su objetivo es claro: confundir al país, atacar la institucionalidad y destruir la democracia, esa que, paradójicamente, dice estar en peligro.

Los más de once millones de colombianos que votaron por Petro no solo le entregaron el poder, sino una caja de fósforos y un galón de gasolina a un hombre que parece más un saboteador que un presidente.

La decisión del CNE es la excusa perfecta para prenderle fuego a todo, con la nostalgia incendiaria del M-19. Eso sí, mientras Petro ve cómo el país se consume en llamas, él y los suyos, cómodamente envueltos en tela ignífuga, observan desde lejos, disfrutando del caos que desataron sin preocuparse por el futuro del país.

Petro, como líder nihilista, prefiere verlo todo arder antes que reconocer su incontinencia política, esa misma que lo impulsa a tomar decisiones erráticas, actuar impulsivamente y no evaluar las consecuencias de sus palabras y acciones.

La frase de Petro, “llegó el momento de moverse, no hubiera querido que fuera así, se los advertí”, suena más a un jefe de pandilla que a un presidente. ¿Advertir qué, exactamente? ¿Que incendiará el país si no se cumplen sus deseos?

Parece que Petro ya no gobierna, sino que amenaza a su propio pueblo, como si viviera en una novela de mafiosos, escrita por el otro Gustavo, en la que él es el villano principal.

¿A quién quiere asustar con su retórica incendiaria? ¿A un país que ya ha visto de todo? Es irónico que el mismo hombre que prometió ser el salvador ahora actúe como el pirómano en jefe, dispuesto a ver todo arder si el guion no sigue sus deseos.

“No hubiera querido que fuera así”, dice, como si no fuera él mismo quien prende el fósforo. ¿Estamos ante un presidente o ante el líder de una cuadrilla de vándalos?

Mientras tanto, Colombia observa, atrapada entre el humo y las llamas que Petro aviva. El país, que alguna vez soñó con un cambio esperanzador, ahora se enfrenta a un líder que prefiere incendiar antes que construir, y que convierte cada desafío en una excusa para el caos.

Al final, lo que Petro parece olvidar es que incluso los pirómanos terminan consumidos por el fuego que desatan. La pregunta no es si Colombia resistirá sus embestidas, sino cuánto tiempo más podrá soportar antes de que él mismo se queme en las brasas de su propia destrucción, electoralmente hablando.

Faltan 521 días para escoger un nuevo congreso y 598 días para escoger al próximo presidente.

La cuenta regresiva continúa.