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César Álvarez Opinión

Colombia pende de un trino

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Colombia no cuelga de una cuerda floja. Colombia pende de un trino. Tras los negligentes e irresponsables comentarios del presidente Petro esta semana, queda claro que el destino del país está a merced de lo que se le ocurra publicar al mandatario a las tres de la mañana.

La erosión institucional ha llegado a tal punto que ni siquiera la oficina de la Presidencia de la República inspira el debido decoro, respeto y dignidad por parte de nuestro mandatario. A ese nivel nos han llevado.

Cuando hace unos meses advertí que lo peor estaba por venir, aún guardaba un atisbo de esperanza de estar equivocado. Hoy, tanto yo como muchos otros colombianos, ya no tenemos la menor duda: el fin último del presidente Petro parece ser la destrucción del país.

Su discurso es como el rey Midas: promete convertirlo todo en oro. Pero sus acciones son como la mirada de Medusa: lo petrifican, lo arruinan, lo destruyen. Al final, todo lo que toca o mira el presidente termina en ruinas.

En menos de tres años, no hay salud, ni seguridad, mucho menos educación. Tampoco hay libertad de prensa. Y, quién lo diría, ni siquiera queda respeto por aquellos que durante décadas han tendido la mano a Colombia.

Ni un dictador se hubiera atrevido a tanto. Quien juega con los intereses estratégicos de una nación no merece ser llamado jefe de Estado. Quien arriesga millones de empleos no merece ser llamado jefe de Gobierno. Quien socava la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo no merece ser comandante en jefe de las Fuerzas Militares. Quien destruye la economía, la confianza en el país y las alianzas que han tardado décadas en construirse no merece ser llamado presidente.

Gustavo Petro, en medio de su desvelo, demostró su ineptitud para gobernar, su negligencia para liderar, su imprudencia para hablar —o mejor dicho, twittear— y, como si no fuera suficiente, demostró su inmadurez para asumir la responsabilidad de sus actos.

Colombia no es un juguete. La Presidencia de la República no es un patio de recreo. Un tercio de nuestras exportaciones, millones de empleos, más de 11.000 productos con ventajas competitivas y más de dos siglos de hermandad con Estados Unidos no son mercancías que puedan comprarse en una tienda. Mucho menos son cosas que el Niño Dios o Papá Noel puedan traerle al presidente la noche del 24 de diciembre. Especialmente porque su comportamiento no ha sido precisamente ejemplar.

A pesar de lo que el ex-canciller Luis Gilberto Murillo, su reemplazo, Laura Sarabia y el embajador en Washington, Daniel García Peña, digan, la crisis con Estados Unidos no ha sido superada.

Mientras Gustavo Petro siga en la Casa de Nariño, tenga acceso a su teléfono y su cuenta de Twitter permanezca activa, nada está a salvo. Nada se puede descartar. Todo está en riesgo.

Para desgracia del país, justo cuando los colombianos creemos que Gustavo Petro ha tocado fondo, él encuentra una nueva forma de demostrar que su peor versión aún está por venir.

Es ingenuo, insensato e inaceptable pensar que lo hecho por Gustavo Petro es un simple impasse, que la crisis fue superada, o que sus palabras y acciones fueron olvidadas.

Después de leer que al mismo Gustavo Petro no le gusta viajar a EE.UU. porque se aburre. Que lleva la misma sangre que dos anarquistas. Que no le gusta el petróleo estadounidense. Que no le asusta un bloqueo de los EE.UU. Y que a punta de maíz Colombia podría salir adelante. ¿Cómo no pensar que estamos en manos de un delirante?

Tras proclamarse el último Aureliano Buendía, invitar a Donald Trump a tomar un güisqui. Llamarlo “blanco esclavista”. Acusarlo de dar un golpe de Estado a Colombia. Incitarlo a derrocar al mismo Gustavo Petro, ¿Cómo no pensar que Gustavo Petro es vergonzante y aterrador?

Ojalá nunca olvidemos en manos de quién estamos. Y si vamos a olvidar, que sea después de las elecciones del 2026, porque por ahora, colombianos, estamos a un trino de perder el país.

Esta es mi última columna para la revista Alternativa, y no puedo irme sin agradecer a quienes me abrieron la puerta para expresar mi opinión y ustedes quienes nos leen y escuchan. Nos vamos con la cabeza en alto, sabiendo que algún día cuando la cordura, la sensatez, y el sentido común vuelvan a gobernar, nosotros también volveremos.

Mientras tanto, no olviden que la cuenta regresiva continúa. Faltan 407 días para elegir un nuevo Congreso y 484 para elegir un nuevo presidente.