Bajo el gobierno de Petro, una semana oscura se siente como cien años de tempestad. En los últimos cinco días, Colombia ha sido testigo de explosiones, soldados muertos y heridos; de un pastor evangélico disfrazado de agente de la DEA o de la CIA, y de un ministro de salud que, paradójicamente, está obsesionado con los resultados, pero tiene al país enfermo. Colombia es hoy una novela más trágica y menos mágica. Esa es la realidad.
Escrita a lápiz, recitada desde un atril y con micrófono en mano, Cien Años de Tempestad es la obra maestra del presidente Petro. En ella, la idea onírica de la “paz total” nació muerta. El amarillo y el azul de la bandera nacional pierden su brillo porque no hay oro, y aunque aún quedan mares y océanos, no hay esperanza.
Tristemente, el único color que se intensifica es el rojo de la sangre que siguen derramando los colombianos, especialmente los araucanos, a quienes el ELN y las disidencias de las FARC les han arrebatado la libertad y el orden, no solo de su departamento, sino hasta del escudo de su bandera.
En su novela, Petro se asemeja a José Arcadio Buendía y Colombia al Macondo de García Márquez. Petro, como Buendía, delira con refundar la República, y transformar a Macondo en un paraíso utópico. Su ambición de saberlo todo, alimentada por Twitter, o X, en lugar de Melquíades, lo lleva, predecible y lentamente a abandonar sus deberes, desconectarse de la realidad, desconocer las personas a su alrededor, incluida su familia, y poco a poco a sumirse en la locura.
Allí, en esa Colombia utópica, confluyen el realismo trágico de Petro y las fábulas de Alfredo Saade. Saade, un pastorcillo mentiroso que hace unos años afirmó tener el poder para secar al coronavirus cortando una pelota de caucho, ahora se presenta como un agente de inteligencia infiltrado, paradójicamente, en el bajo mundo.
Entre contratos “corbata” y miles de millones, con la Biblia bajo el brazo, Saade, quizá influenciado por el Señor…pero por el señor presidente de la República, tuvo una revelación sobre su llamado celestial. Este pastor evangélico ha sido llamado, no para proteger a las ovejas de los lobos, sino al presidente Petro de sus enemigos. Lo que Saade olvida es que, como en la famosa fábula de Esopo, por ser un pastorcillo mentiroso, el lobo acaba devorando a las ovejas.
Dios quiera, por el bien del país, que el pastor Saade entre en razón y reconozca que la moraleja de su historia es que quienes necesitan protección, y mucha oración, son los araucanos, ya que la “paz total” del presidente Petro, como su ministro de salud, se chispoteó. En tres meses, el presidente no logró acabar con el ELN, pero en menos de tres legislaturas, lo revitalizó. Ahora, y gracias a Petro, el ELN está vivito, aterrorizando, bombardeando, secuestrando, traficando, y matando.
Una novela del presidente Petro no estaría completa sin un personaje como el ministro Guillermo Alfonso Jaramillo. Aunque en un principio pueda parecer similar al Dr. Noguera o a los médicos de la compañía bananera en la obra de García Márquez, su evolución, increíblemente, en medio de tanta tragedia, da un giro mágico y termina pareciéndose más al Dr. Chapatín, el icónico personaje creado por Chespirito.
Gruñón, olvidadizo y torpe, Jaramillo a menudo parece perder el hilo de lo que está diciendo y haciendo. Le incomoda que lo contradigan, pero no le da cosadecir que, si los alcaldes quieren hacer política con los recursos de la salud, está bien, siempre y cuando el trabajo se realice. Como si lo que el Dr. Chapatín llevara en su bolsita de papel no fueran medicinas para los enfermos, sino dinero para los codiciosos.
Aunque parezca una comedia, la Colombia que Petro escribe a diario es la crónica de una tragedia anunciada. En el país los lobos son vistos y tratados como ovejas, y las ovejas como lobos. Quienes disfrutan de “paz total” son aquellos que han sembrado el terror durante décadas.
La distorsión de la realidad en Colombia no tiene magia alguna, y si el presidente cree lo contrario, esa magia es negra. Colombia nunca ha estado libre de problemas de seguridad, pero ahora está desbordada. Al país le prometieron paz total, pero le entregaron terror absoluto.
Durante años, el presidente Petro ha engañado a los colombianos. Tiene derecho a equivocarse. Pero a concebir un país utópico, en todo el sentido de la palabra, a costa de la seguridad, la salud y la vida de los ciudadanos, no. Ni Arauca ni ningún otro departamento del país merece ser dejado a merced de los verdugos.
No importa si están en la selva, en el campo o en la ciudad; si llevan camuflado y botas de caucho o si las han cambiado por un lápiz, un atril, y un micrófono. No importa si operan desde la clandestinidad o desde un palacio. No importa si buscan a toda costa llegar al poder, o si ya abusan de él. A Colombia entera se le protege y se le respeta.
No más utopías. No más fábulas. No más mentiras. No más tragedias. No más tempestad.
Los Colombianos somos la verdadera magia de Colombia. El fin de esta tempestad comienza con el voto. No es un truco. Es simple, pero poderoso. Recuerda que faltan 541 días para escoger un nuevo congreso y 618 días para escoger al próximo presidente. Si todos votamos, Colombia puede recuperar su brillo más rápido de lo que pensamos. La cuenta regresiva continúa.