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Carlos Noriega Paz Total

La paz total y el precio de su fracaso

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Por lo general, siempre se acude al Tiempo como ese juez, pausado pero consistente, encargado de develar —en su inclemente fallo— los logros y fracasos que los gobernantes cargarán durante toda su vida y más allá de ella. Por lo general, aquellos que discuten apasionadamente sobre esa sentencia son las generaciones futuras, quienes vivirán —sin los maquillajes mediáticos— tales reformas. Sin embargo, en la era de Petro, el término "por lo general" ha perdido su significado, sumergiéndonos en una vorágine de incertidumbre y urgencia, donde las reglas del juego político han sido reescritas y las expectativas trastocadas.

Comprender las manifestaciones físicas del actuar del Estado son el principal motor de las discusiones en la política. Dado su innegable poder, ajustar el accionar del Estado de tal forma en que armonice a una sociedad entera, es una tarea tan titánica como inútil. Por eso, lo crucial, es salvaguardar este proceso de acción bajo principios rectores que midan, más allá de toda duda razonable, que aquello que el aparato estatal va a realizar —aun cuando conjugue daños colaterales— sea miles de veces más beneficioso que el simple hecho de no hacer nada ante una situación.

Un gran ejemplo es la política de control de precios a lo largo de la historia. Desde los albores de la civilización humana los diferentes monarcas, faraones, emperadores, reyes y gobernadores han intentado fútilmente controlar las épocas inflacionarias con una estricta política de regulación de los precios. Robert Schuettinger y Eamonn F. Butler, resumen a la perfección el fracaso de esta política y su terrible consecuencia de empeorar el problema en un libro imperdible que se llama: 4000 Años de Controles de Precios y Salarios - Cómo NO combatir la inflación.

Por tal razón se han construido herramientas, procedimientos metodológicos y sociopolíticos para estructurar correctamente el accionar del Estado cuando se determina que será a través de ese poderoso instrumento. Teniendo claro entonces que ella sobrepasa los cortos periodos gubernamentales, la vida misma de ciertas instituciones y dirigentes y que logra permear varias décadas, no es admisible pues que sea un asunto tomado a la ligera o, peor aún, sea tratada por los dirigentes como una mera narrativa.

Si existe algo indiscutible y destacado sobre el actual gobierno, es su presteza a la hora de crear, impulsar y posicionar narrativas y ponerle cuanto disfraz le quede. Se vio en campaña con la famosa frase de “la reforma tributaria la pagarán los cuatro mil más ricos del país” que ya sabemos que no fue así o, y es la que nos atañe, “Para que la paz sea posible en Colombia, necesitamos dialogar, dialogar mucho, entendernos, buscar los caminos comunes, producir cambios” expresado en el discurso presidencial.

Tal frase secuestra desde el principio a la política de estado encargada de la convivencia ciudadana ya que solo el diálogo es capaz de resolver el gran problema de la guerra. Una espesa narrativa que, para ser honesto, no nace con Petro, pero que si la usa a diestra y siniestra por su capacidad probada de absorber y asfixiar cualquier otra solución y a su proponente. Es un arma electoral simple y contundente, pero, y como ya lo estamos viviendo, no es más que un amasijo retórico que no está a la altura de una política estatal.

Hoy vemos como la Defensoría del Pueblo emite alertas diarias sobre la expansión de los grupos armados en los territorios, como los medios anuncian que el cese al fuego está siendo usado por los delincuentes para rearmarse y como el número de masacres en el país va en aumento. La gota que rebozo la copa es el asesinato de una lideresa indígena por parte de las FARC (grupo que para mí jamás de desmovilizó) y que por fin hizo entender al presidente que esto es más que dialogar.

La promesa de 'paz total' del gobierno fue presentada al público como el acto principal de una grandiosa obra teatral, con fanfarrias y aplausos resonando en el aire. Empero, tras el telón, lo que encontramos es un escenario caótico, donde los actores improvisan en medio de la tragedia, olvidando sus líneas y dejando que el caos gobierne cada escena. Lo que debió haber sido un drama con final feliz se ha convertido en una farsa trágica, con el telón cayendo sobre un escenario manchado de sangre y desesperación, mientras el público observa en silencio, horrorizado por el fracaso de otra promesa vacía.

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