La historia hace parte de la mitología del rock. Johnny Marr, guitarrista de The Smiths, la contó hace treinta años en la revista Select. Dijo que tuvo en cuenta dos canciones para el famoso intro. El cover que hizo Marvin Gaye de Hitch Hike de The Rolling Stones y There She Goes Again de The Velvet Underground. También dijo que desde su grabación supo que sería una canción inmortal. La grabaron en cuarenta minutos.
La canción no es otra que There Is a Light That Never Goes Out. Un himno que desde el pasado 10 de noviembre rompe récords de streaming. Al igual que el resto del cancionero de The Smiths. La culpa de esto la tiene el señor David Fincher y su flamante película The Killer.
Es uno de los estrenos del año de la plataforma Netflix. Fincher se permite la argucia de usar a The Smiths como el mixtape ideal para el trabajo de un asesino a sueldo. Como lo dice el innombrado asesino: “La música es una distracción útil.” Este detalle y otros más no son más que la excusa perfecta para decirnos cosas del mundo. Como lo ha hecho en thrillers anteriores.
¿Acaso Gone Girl más que un thriller no era un diálogo franco y abierto sobre las relaciones maritales y The Girl with the Dragon Tattoo un ajuste de cuentas con el patriarcado y el feminicidio? No se podía esperar menos de The Killer.
Aunque se empecinó en querer hacer una película de serie B en toda regla, lo cual logra y con creces, no puede dejar de observar a la sociedad a través de la venganza de un asesino a sueldo que hace algo que hoy en día ningún empleador perdonaría en cualquier línea de trabajo: cometer un error.Se vale de esto para hacerte ver que ser profesional y presumir de ello es una falacia. Un recordatorio agridulce para los que venden empatía y mensajes de superación personal y profesional en LinkedIn.
Pergaminos que no sirven para nada si supuestamente lo que buscas es estar en paz y encontrar esa luz, que por mucha oscuridad tengas en tu interior, nunca se va ir. También te enseña que para tener éxito debes ser paciente, meticuloso, obsesivo y aprender el bello arte de la espera, como lo demuestra en el opening de la película. Toda una lección del arte de la cinematografía y el montaje para lograr el efecto deseado. Para ello, Fincher bebe de esa catedral del cine como lo es El samurai de Jean Pierre Melville y lo mezcla con el thriller setentero de alto octanaje: Charley Varryck, El mecánico y El día del Chacal.
Si la aspiración de David Fincher era hacer un thriller salvaje y divertido, basado en un celebrado cómic europeo, creo que esto podría ser su talón de Aquiles porque empaña esa intención. Su caligrafía es tan poderosa y fina que es como si Jim Thompson fuera el oscuro hermano gemelo de Albert Camus. Pero al igual que el personaje principal de la adaptación cinematográfica, lo mejor es que no confiemos en sus propósitos.
Ya que hablamos de intros y openings, recordemos el del famoso ensayo de Raymond Chandler al cual le robo el título para esta columna. Chandler nos dice: “La novela policíaca, incluso en su forma más convencional, es difícil de escribir bien. Los buenos ejemplares de este arte son mucho más raros que las buenas novelas serias.” Lo mismo pasa con quienes hacen thrillers para el cine. Muy pocos tienen el poder hipnótico y la eficacia para narrar como si no costara nada. Como si eso tan solo fuera el simple arte de matar por matar. Si no ves más allá de esto durante el visionado de The Killer, mejor ve a Ikea y compra una lámpara.
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