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Andrés Sánchez Forero Opinión

El gobierno de los espejitos

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La ucronía, ese ejercicio mental donde imaginamos las consecuencias de un cambio en el flujo de la historia, nos sirve menos para aprender de historia y más para entender el estado mental de quienes la habitan, el cual cambia poco y se inflama de maneras distintas según cómo caen las fichas de dominó en el camino del tiempo. Autores como Emmanuel Carrère, Laurent Binet, Philip K. Dick y Stephen Fry han dedicado una parte de su obra para, desde una pregunta aparentemente sencilla, observar cómo muchas veces, parafraseando al Gatopardo de Lampedusa, todo cambia para que todo siga igual.

Durante las 121 semanas que lleva El Señor Presidente Gustavo Petro en el poder, me he preguntado constantemente en ese ánimo de ucronía, qué habría sucedido si cada escándalo del régimen actual hubiese ocurrido en el gobierno anterior. Mi respuesta casi siempre es la misma: habríamos presenciado uno más de los violentos “estallidos sociales” que padecimos a finales de 2019 y en mayo de 2021, este último con el mayor pico de contagios de COVID-19 como efecto colateral. Entonces, ¿qué pasó con los marchantes de antaño? Se callaron, ya sea por obra y gracia de los espejitos retóricos que este gobierno ha ofrecido en cantidades, a punta de promesas vacías y proyectos grandilocuentes, o, peor aún, por la obtención de cargos.

Un ejemplo claro de esta doble moral está en la exfórmula vicepresidencial de Petro, Ángela María Robledo. Reconocida como militante feminista y combativa contra la corrupción, rompió con Petro en 2019 debido a su respaldo irrestricto a Hollman Morris durante la campaña a la Alcaldía de Bogotá, pese a las graves acusaciones de acoso sexual y violencia intrafamiliar en su contra. Sin embargo, años después, ya bajo el régimen actual y nombrada en la junta directiva de Ecopetrol (sin experiencia alguna en el sector petrolero, cabe añadir), ha preferido esconder su complacencia detrás del mal llamado “feminismo de la esperanza”, mientras tolera la llegada de acosadores, abusadores y misóginos al actual gobierno.

No sólo es Morris. La lista incluye congresistas y excongresistas (como Alex Flórez, Germán Navas y Gustavo Bolívar), ministros y viceministros (Diego Cancino, Mauricio Lizcano), bodegueros disfrazados de intelectuales y periodistas (Daniel Mendoza, Fabián Sanabria, Julio César “Matador” Zuluaga) y asesores (Pedro Santana, Víctor de Currea). Todos son manchas en el mal llamado “gobierno feminista”, cuyo mayor logro al respecto ha sido la creación de un inoperante Ministerio de Igualdad. ¿Qué habría pasado si alguno de estos personajes se hubiese acercado al Palacio de Nariño o a alguna dependencia gubernamental durante el gobierno anterior?

He reflexionado mucho sobre oportunistas como Robledo y los misóginos del régimen actual, especialmente tras la renuncia de Armando Benedetti a la embajada de Colombia ante la FAO para regresar a Palacio, orondo, como asesor y lobista del gobierno. Su misión parece clara: ofrecer, supongo, cantidades ingentes de mermelada a los congresistas a cambio de la aprobación de los proyectos de ley del régimen. El locuaz excongresista barranquillero encarna tres grandes vicios del actual gobierno: la proclividad hacia la corrupción, la hipocresía ante las causas que finge defender ,y la incapacidad de abordar cualquier tema que no sean las artes de la politiquería.

Ante la llegada del polémico asesor, los medios han reportado una especie de "juego de tronos" en el gabinete presidencial. Incluso, un grupo de ministros se reunió con Petro para cuestionar la llegada del exembajador al equipo de Palacio. Se rumora que la vicepresidenta y otros ministros se negaron a asistir a un consejo de ministros al ver que Benedetti estaba allí. Pero El Señor Presidente ganó la partida. Normalmente, un desacuerdo de ese calibre llevaría a una catarata de renuncias y a una crisis ministerial. Sin embargo, la reacción de uno de los miembros del círculo íntimo del régimen, el ministro de Salud Guillermo Alfonso Jaramillo, lo dice todo: “Yo siempre he sido rebelde, pero un rebelde que acata todas las órdenes del señor presidente de la República”.

Como lo advirtió Carlos Granés en su columna del viernes pasado en ABC, hemos convertido esa sumisión acrítica al caudillo en una enfermedad global. Basta observar el gabinete de Donald Trump, las leyes de Daniel Ortega y Nicolás Maduro, o los comités de aplausos que rodean a Narendra Modi y Claudia Sheinbaum. Sin embargo, El Señor Presidente ha llevado esa sumisión, tan latinoamericana, a una mascarada que justifica, con la excusa del “cambio” y la lucha contra el “fascismo neoliberal” (definido como todo lo que se oponga al régimen), la protección de corruptos e ineptos. Así, desdicen el cambio por el que muchos, engañados con espejitos, votaron en 2022. Allí sigue Ricardo Roa, destruyendo Ecopetrol y convirtiéndola en el feudo de su compañero sentimental, con una junta directiva que asiente callada. El ministro de Educación Daniel Rojas, por su parte, desmantela el sistema mixto de educación superior por el resentimiento ante unas llamadas inoportunas de agentes de cobranza cuando era estudiante. La exministra Carolina Corcho, fuera del gabinete pero aún activa, promociona la nefasta reforma a la salud mientras se posiciona como candidata para 2026. Todo esto sin mencionar a la hoy silenciosa Verónica Alcocer y su costoso séquito.

Y la lista sigue creciendo, desnudando cómo este mal llamado “gobierno del ‘cambio’” sólo ha desnudado la hipocresía de aquellos que llegaron al poder sobre los cadáveres y las ilusiones de incautos, quienes callan hoy tras un escritorio de la burocracia gubernamental.