ÁLVARO RODRÍGUEZ ACOSTA
Presidente
Revista Alternativa
En medio de la crisis de la pandemia, que aún en muchos aspectos está lejos de resolverse, el presidente Iván Duque Márquez inició el último año de su cuatrienio.
Evidentemente, no le han tocado tiempos fáciles al joven mandatario. Al llegar al poder asumió como debía la tarea de sacar adelante la implementación de un acuerdo de paz que ni él ni su partido apoyaron, pero que se estableció como una obligación del Estado.
Con no pocas complicaciones, le tocó enfrentar desde temprano las protestas de los estudiantes universitarios y también el embate del terrorismo guerrillero del ELN, la consolidación de las disidencias de las Farc, el accionar cada vez más irracional de las bandas criminales y el crecimiento desmesurado de los cultivos ilícitos y de la producción de cocaína.
En la mitad de todo eso tuvo que asumir la tarea de equilibrar las finanzas del fisco con una reforma tributaria que requirió un doble trámite, y se autoimpuso el reto de liderar una ofensiva política internacional contra el régimen del vecino Venezuela de la mano de otros mandatarios de la región y de la golpeada oposición de ese país.
El presidente Duque y su gobierno lograron que el país siguiera avanzando pese a las dificultades tan variadas que estaba enfrentando y las críticas que venían de todos lados, incluso de su propio partido, el Centro Democrático, que no compartía el estilo moderado y poco dado a los componendas políticas del primer mandatario.
Sin embargo, aún faltaba la que sin duda se puede calificar ya como la prueba de fuego de su mandato. Llegó cuando el virus de la covid-19 apareció en China a finales de 2019 y se globalizó en pocos meses. En 2020, Colombia no solo entró en la crisis de salud pública más grande de su historia, sino que también cayó en una etapa de parálisis económica sin antecedentes.
Mientras el virus avanzaba poniendo en vilo la vida de cientos de miles de colombianos, las cuarentenas destruían miles de empresas y millones de puestos de trabajo. Los avances contra la pobreza en los últimos 20 años quedaron en riesgo de perderse.
Duque, de manera responsable, priorizó la salud hasta el momento en el cual el sistema estuviera listo para aguantar los embates del virus y luego inició la reactivación para no hacer más larga la cuenta para el fisco y el bolsillo de todos los colombianos.
Hoy tenemos que celebrar las decisiones del Presidente, aunque en el camino hayamos descubierto cosas que se habrían podido hacer mejor. Más de 115.000 colombianos han perdido la batalla contra el virus en año y medio de crisis. No son pocos, pero habrían sido mucho más sin cuarentenas, pruebas diagnósticas, ventiladores, camas UCI y vacunas. En eso el Gobierno hizo una gran inversión social, y el ritmo que ahora ha tomado el proceso de vacunación abre un panorama aún más esperanzador.
El presidente Duque y su equipo asumieron desde un primer momento la tarea de sacar al país adelante de esta coyuntura tan difícil, lo menos golpeado posible, y lo están logrando, por lo menos en lo referente al tema de salud. Falta más claridad en lo relacionado con la recuperación social y económica, pero después de algunos desatinos como un proyecto inicial de reforma tributaria carente de sentido político, todo va en la dirección correcta para equilibrar las cuentas fiscales sin generar más intranquilidad social.
A Iván Duque le tendremos que agradecer la sensatez y, si todo marcha conforme con lo esperado, la posibilidad de tener una recuperación empresarial y del empleo más rápida, y una ‘normalidad’ más activa en medio de las necesarias precauciones.
Lo que haga el gobierno actual en su último año, ojalá con pies de plomo, será clave para que el país no sucumba en las protestas adobadas con vandalismo, que han marcado los últimos meses; ni en las tentaciones de los populistas, que –por cierto– son los mismos que, como dijo Duque recientemente, quieren ver el país al revés para beneficiar sus intereses electorales.
La tarea del Gobierno actual necesita el complemento de tejido político de filigrana que lleve a un acuerdo expreso de las fuerzas de derecha y de centroderecha, e incluso de centro, con un objetivo claro: encontrar a alguien con los mismos valores democráticos de Duque, que interprete a fondo y correctamente la realidad del país, y que tenga la capacidad de convocatoria que el momento demanda para ganar en franca lid la batalla por la Presidencia.
Colombia sigue siendo un país con enormes posibilidades de dar un salto histórico en lo social y en lo económico en poco tiempo y pese a la pandemia. Sin embargo, existe el claro riesgo de que el electorado tome una decisión equivocada en 2022.
Las fuerzas tradicionales que han sido pilares de la democracia están llamadas a pensar primero en el país y a actuar con responsabilidad en la búsqueda de ese candidato defensor de las libertades, la democracia, la libre empresa y la propiedad privada. La manera de hacerlo ya es asunto de los líderes de esas tendencias. Lo importante es escoger bien y a tiempo.
Es posible que una opción radical no destruya al país si el voto le da el próximo mandato, pero no podemos perder tiempo en ensayos extremos. Colombia puede ahorrarse cuatro años de incertidumbre para su democracia y su desarrollo económico escogiendo a quien dé más garantías de estabilidad sin dejar de hacer los cambios que la sociedad reclama. Hay varios colombianos talentosos y experimentados que pueden asumir esa tarea. Solo falta actuar con pragmatismo –y si se quiere, con patriotismo– para escogerlo bien.