Europa enfrenta una difícil situación por la lentitud de la vacunación y por los delicados problemas con las dosis de AstraZeneca, que en Alemania han dejado siete muertos por trombosis cerebrales. Mientras tanto, el virus muta y contagia a gran velocidad
A la todopoderosa e intocable canciller Angela Merkel, quien lleva dieciséis años al frente de la primera economía de Europa, el manejo de la pandemia le ha pasado factura, como a casi todos los mandatarios del planeta. Lidiar con las olas del virus no ha sido fácil para ningún Gobierno. Ha desgastado a los líderes de Merkel, quien, frente al vertiginoso aumento de contagios de lo que hoy se conoce como la tercera ola del virus, decidió cerrar el país durante la Semana Santa, pero le cayeron rayos y centellas.
Unas horas después, en un hecho histórico, la canciller compareció en televisión, cosa que es poco habitual en ella, para reconocer públicamente su error y pidió perdón a los ciudadanos por crear confusión. Los alemanes no entienden por qué razón el ritmo de vacunación va tan lento, pues la primera dosis solo ha llegado al 10% de la población. Asimismo, existe demasiada demora en el uso masivo de pruebas rápidas de antígeno para detectar cuanto antes las nuevas infecciones.
Estos retrasos no han sido exclusivos de los países latinoamericanos. Alemania, Francia, Italia y España no han podido cumplir con los cronogramas de inoculación masiva que se trazaron. A comienzos de marzo, estos cuatro países decidieron suspender el uso de la vacuna de AstraZeneca, por cuenta de los reportes médicos que señalaban que algunas personas presentaron coágulos sanguíneos en el cerebro.
Los inconvenientes se acentuaron aún más con el informe presentado la semana pasada por las autoridades de sanidad alemanas, el cual sostuvo que las vacunas de AstraZeneca causaron 31 casos de trombosis y 9 fallecimientos. Por esa razón, la canciller Angela Merkel tomó la decisión de que esta solo se emplearía con los mayores de 60 años y no con menores de 50 años, como se había autorizado hace unas semanas.
El virus se acelera
Mientras tanto, la onda expansiva del virus no para. La primera ola cogió al mundo desprevenido, sin saber qué hacer, y golpeó a la población de una manera brutal. Cientos de miles de personas terminaron en las unidades de cuidados intensivos (UCI) y las muertes diarias se contaban por decenas.
Cuando se pensó que podía haber un mayor control en el manejo de la situación llegó la segunda ola, pero su impacto no fue tan devastador como la primera. Los Gobiernos optaron por el confinamiento y se inició una etapa de cuarentenas interrumpidas que se ajustaban de acuerdo con la ocupación de las UCI.
Un año de confinamiento, a la espera de una vacuna que solucionara esta crisis sanitaria que estaba llevando al traste a la economía mundial, no fue suficiente para enfrentar la pandemia. La gente comenzó a salir de nuevo a la vida social. Las fiestas de fin de año llevaron a Europa a una tercera ola y, mientras se anunciaba la aprobación de tres vacunas, las cepas variantes del virus, en especial la sudafricana, la británica y la brasilera, ponían de nuevo al mundo en ascuas.
Entonces, los Gobiernos decidieron acelerar la vacunación. No había otra alternativa. Los casos en el mundo aumentaron al ritmo de 500 000 por día. Salvo África y Oriente Medio, el resto del planeta comenzó a sufrir el impacto de esa tercera ola. Asia registró un incremento del 34%; Europa, del 18% y América Latina, del 15%.
Europa está en una disyuntiva: AstraZeneca no da la seguridad requerida para inocular a toda la población y las causas se acrecientan por las nuevas cepas del virus, que contagian con rapidez. Los efectos adversos, de acuerdo con los estudios realizados por científicos, se han producido entre cuatro y dieciséis días después de la vacunación, en especial en personas menores de 60 años. Sin embargo, tanto la Agencia Europea de Medicamentos (EMA, por su nombre en inglés) como la Organización Mundial de la Salud (OMS) han afirmado que la vacuna de AstraZeneca presenta más beneficios que riesgos.
Para Carlos Álvarez, infectólogo y representante de la OMS para el manejo de la covid-19 en Colombia, mientras no haya una inmunidad de rebaño en los países, como ocurre en Israel, que es el líder mundial en vacunación, la única protección segura ante esta tercera ola es mantener el distanciamiento social, el uso del tapabocas y el lavado de manos.
En Colombia, los casos disminuyeron en el último mes por las medidas que se tomaron en cada región, pero los ciudadanos ya no aguantan un día más de cuarentenas y salieron a las calles. El problema es que muchos de ellos ignoran las medidas de bioseguridad, como ocurre en los demás países, y el aumento de contagios ha puesto en alarma de nuevo a las autoridades de salud.
En Holanda, Austria, Bulgaria, Alemania, Suiza, Polonia y Francia, la gente ha salido a protestar masivamente por las restricciones sociales y por la carencia de celeridad en la vacunación. Los ciudadanos solo aceptan que haya inoculación, porque están cansados de tener una vida aislada por tanto tiempo. Los problemas son que el virus ha ido mutando, con cepas cada vez más agresivas y que la vacunación va a ritmo lento en casi todo el planeta.