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Vladimir Putin

Putin sigue soñando despierto

A punta de represión, asesinatos selectivos y eliminando cualquier señal de oposición, éste oscuro expía de la KHG se convirtió en los últimos 20 años en el dueño y amo de Rusia

Vladimir Putin / Foto: Shutterstock

Por: Jesús A. Núñez Villaverde, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH) Madrid, España.

@SusoNunez

Especial para Revista Alternativa

Cuando, alimentado por una innegable ambición imperialista, uno cree haber logrado dominar por completo su propio espacio nacional y, al menos, ser temido en el escenario internacional, no puede extrañar que se acaben confundiendo los sueños con la realidad, convencido de que nada ni nadie podrá detenerlo. Y eso es lo que, en buena medida, le sucede a Vladímir Putin.

Desde que el oscuro espía de la KGB y, posteriormente, taxista en San Petersburgo se convirtió en dueño y señor de Rusia, no ha cejado en su intento de eliminar toda oposición democrática, de acallar a los medios de comunicación independientes, de aplastar la actividad de la sociedad civil organizada y de doblegar a los oligarcas que mostraran alguna aspiración política.

En su empeño no ha tenido reparo en asesinar, encarcelar y reprimir a quien se haya atrevido a mostrar públicamente cualquier atisbo de crítica a su poder. Alekséi Navalni sólo es el último apunte de una pauta de comportamiento muy consolidada.

Alekséi Navalni / Foto: Shutterstock

Por un lado, tras más de veinte años de ejercicio del poder, Putin se ha convencido de que su combinación de represión y paternalismo —sobre todo en los años en los que los precios de los hidrocarburos llenaban las arcas de Moscú—, entreverado de un nacionalismo conservador cada vez más notorio, le garantiza la aceptación temerosa de la mayor parte de la población.

Sin rivales

Igualmente calcula (sueña) que ningún actor internacional va a ir más allá de las meras lamentaciones y condenas verbales ante cualquier brutalidad empleada en mantener el férreo control de la escena nacional.

Como consecuencia, no puede extrañar que vuelva a presentarse como candidato a las elecciones presidenciales del próximo día 17 de marzo, con el convencimiento absoluto de que logrará una nueva victoria. Y por si quedara alguna duda ya se ha encargado de rematar la tarea, impidiendo que ningún competidor con mínimas opciones para hacerle sombra pueda llegar ni siquiera a presentarse.

Todo ello, como en tantas otras ocasiones, echando mano también de los dóciles medios de comunicación que todavía existen y de un poder judicial escasamente independiente para garantizar su permanencia en el Kremlin.

La ciudad de Cherníguiv, dos años después de que el Ejército ruso estuviera a punto de tomarla en su camino a Kiev. / Foto: EFE

Tan seguro está de esa victoria que ni siquiera contempla la posibilidad de que la marcha de la campaña en Ucrania pueda amargarle su sueño. Evidentemente la situación actual de las tropas rusas en el frente de batalla dista mucho de ser ideal.

Putin calculaba que una operación especial relámpago —combinando una acción aerotransportada sobre el aeropuerto de Hostomel con otra mecanizada desde Bielorrusia, para confluir ambas en Kiev— le permitiría en cuestión de días deponer a Volodímir Zelenski y colocar en su lugar a una marioneta que pudiera manejar a su antojo.

Sin embargo, como resultado tanto de sus propios errores como de la extraordinaria resistencia que ha mostrado la ciudadanía y el ejército ucraniano, Rusia está hoy muy lejos de lograr una victoria definitiva, colocando a Ucrania bajo su órbita.

En todo caso, Putin sabe también que Kiev no está tampoco en condiciones de imponerse hasta el punto de provocar la expulsión de las tropas invasoras, recuperando incluso la península de Crimea. Y a partir de esa convicción estima (sueña) que el tiempo corre abiertamente a su favor. A ese convencimiento (ensoñación) llega, en primer lugar, al comparar la relación de fuerzas entre los dos principales actores combatientes.

En términos demográficos, Ucrania apenas cuenta hoy con unos 35 millones de habitantes, mientras que Rusia llega hasta los 140 millones; de donde se deriva que Putin puede reiterar esfuerzos cuantas veces lo considere necesario, enviando más soldados al matadero ucraniano, en continuas rondas de movilización a un ritmo que Ucrania no puede igualar.

Yulia Navalnaya / Foto: EFE

Y lo mismo cabe decir en el terreno industrial y económico, como queda claro cuando ya se han cumplido dos años desde el inicio de la invasión. Mientras que el PIB ucraniano ha caído estrepitosamente, Rusia incluso creció el pasado año en torno a un 3 %- evidenciando que ni las sanciones internacionales ni el esfuerzo bélico han hecho apenas mella en sus planes.

Sin tregua

Pero es que, además, Putin sigue confiando en —soñando con— que los aliados occidentales de Ucrania, con Estados Unidos y Alemania a la cabeza, terminen por cansarse del desgaste que les supone su actual nivel de implicación, tanto en el ámbito económico como en el militar.

De hecho, el panorama actual ya muestra visiblemente las crecientes dificultades para la aprobación de nuevas partidas de ayuda por parte de Washington, así como las reticencias de algunos aliados europeos a ir más allá, por temor a que un incremento sustancial en la entrega de armamento más sofisticado pueda derivar en una escalada rusa que ninguna capital europea desea. Y sin ese respaldo occidental, Moscú cuenta con que Zelenski y los suyos tengan los días contados.

Y así, de tanto soñar despierto, Putin puede acabar en el más puro delirio. Un delirio que ya ha costado un enorme coste humano tanto de los ucranianos como de sus propios ciudadanos y que aún puede ser mayor si no hay voluntad de hacerle pagar las consecuencias de su impulso belicista.