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El mundo llegó ‘rajado’ a la cumbre climática de Glasgow

Un nuevo capítulo sobre acuerdos y compromisos contra la crisis […]

Un nuevo capítulo sobre acuerdos y compromisos contra la crisis ambiental se abre paso en la ciudad escocesa. Científicos y líderes abogan por que los países por fin pongan al medioambiente en el renglón número uno de sus prioridades.

Por ANA LUZ CASTILLO BARRIOS

Periodista de Revista Alternativa

Ni la olvidada Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, de 1992, cuando los países firmaron por primera vez un acuerdo sobre la protección de la diversidad biológica y se estableció la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC); ni la polémica firma del Protocolo de Kioto de 1997; ni el célebre Acuerdo de París de 2015, cuando se establecieron, como compromiso para todos los países, los famosos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS); ni cuanta cumbre, iniciativa o pacto regional que se haya realizado durante los últimos 32 años, cuando el mundo empezó a encender todas las alarmas sobre la elevación de la temperatura del planeta, han logrado frenar el avance del cambio climático.

El más reciente informe de Climate Action Tracker, publicado en septiembre pasado, revela que la gran mayoría de los países se raja en el cumplimiento de dichos compromisos, más específicamente, en lo que a la meta establecida en París de mantener el incremento de la temperatura por debajo de 1,5º C se refiere. La medición, elaborada por el New Climate Institute, establece cinco categorías para calificar las acciones y los resultados de los países: compatible con el Acuerdo de París (1,5º C), casi suficiente, insuficiente, altamente insuficiente y críticamente insuficiente.

Debido a los bajos resultados obtenidos en la reducción de gases de efecto invernadero (GEI), el grueso de los países quedó clasificado en los tres últimos renglones. Solo Gambia (un pequeño país de África) y Gran Bretaña, fueron calificados con “casi suficiente”, el primero por estar próximo a alcanzar la cifra de disminución de emisiones GEI, y el segundo por ser el único que ha demostrado estar cumpliendo con esta meta y por desarrollar una política robusta para financiar la implementación de energías limpias en países pobres.

Algunos de los países que más arrojan gases nocivos a la atmósfera -Estados Unidos, Rusia, la Unión Europa, Alemania y Japón- quedaron en la categoría de “insuficientes”, dado que, entre otros objetivos fallidos, contribuyeron a que la brecha entre lo proyectado y lo logrado para mantenernos por debajo de 1,5º C, se ampliara en un 11 %. Allí también están China y la India, los más contaminantes del planeta y calificados con “altamente insuficiente”.

Si se trata de Latinoamérica, países como Brasil y México tuvieron un retroceso significativo en el cumplimiento de la meta y también quedaron clasificados en la categoría “altamente insuficiente”. Y para completar, Colombia quedó en ese mismo renglón.

Así, con este triste y aterrador panorama, llegaron los países a COP26, la cumbre del cambio climático que por estos días se adelanta en Glasgow (región escocesa de Reino Unido), que transcurrirá hasta el próximo 12 de noviembre, y donde se han dado cita los más destacados líderes de los gobiernos y del tema ambiental, empezando por Joe Biden, a quien, por cierto, le han criticado la falta de avances en el campo.

Como ha sido el común denominador de estos eventos, todos llegan con la disposición de establecer nuevos y decisivos compromisos, pero como bien lo manifiesta el ingeniero colombiano Gustavo Adán De Vivero, analista de políticas climáticas del New Climate Institute, “todo se queda en el papel”.

Es por ello por lo que el informe de Climate Action Tracker ve como “improbable” que se pueda cumplir la meta de París de cara a 2050. En ello coincide la totalidad de los científicos, estudiosos del tema, líderes y activistas ambientales del mundo, quienes de manera reiterada le han vaticinado a la humanidad entera las apocalípticas consecuencias de manejar la crisis ambiental con pañitos de aguas tibias.

Y la consecuencia no es otra cosa que la materialización de los fenómenos naturales catastróficos que estamos experimentando cada vez con más frecuencia y, que como lo manifiesta el profesor emérito de la Universidad de los Andes, Manuel Rodríguez Becerra, uno de los expertos a nivel global, “se volverán más comunes a medida que el planeta se caliente”.

Olas de temperaturas extremas (calor o frío), lluvias torrenciales y sus correspondientes inundaciones que arrasan con poblaciones enteras; declive de la biodiversidad (cada vez más especies extintas), incendios forestales que asfixian y matan en masa a la flora, la fauna y a los humanos; sequías severas que han acabado con miles de fuentes hídricas y cauces de los ríos; actividad volcánica exacerbada y, para rematar, ¡pandemias! Sí, como la que nos tiene aún en emergencia sanitaria, porque, entre otros aspectos, los científicos están cada vez más convencidos de que el atropello a la biodiversidad en ecosistemas como bosques, selvas y océanos propició alteraciones suficientes para el surgimiento de los primeros integrantes de la familia de coronavirus, y los subsiguientes hasta llegar al SARS-CoV-2, y la expansión universal de enfermedades zoonóticas como la covid-19.

Sobre ellos, el profesor Rodríguez Becerra insiste en que su contención debe constituirse en una prioridad, con carácter de urgencia, para los gobiernos. “Estamos ante la mayor amenaza para la historia de la humanidad en toda su historia”, expresa Rodríguez en una columna publicada recientemente en el diario El Tiempo.

“Llama mucho la atención cómo las inundaciones ocurridas en Alemania a mediados del año (2021) cambiaron el rumbo de las justas electorales de ese país, y la forma como se atendió la emergencia fue clave para orientar la decisión de los alemanes por escoger a quienes tenían como prioridad el tema ambiental”, le dijo a la Revista Alternativa el líder de grupos transnacionales de investigación sobre el medioambiente.

Dos cifras actuales dicen mucho de lo mal que vamos en la misión de curar al planeta para nuestro propio bien:

Por un lado, un informe de la CMNUCC indica que el mundo pierde anualmente, en promedio, 10 millones de hectáreas de bosques. Según el documento, pese a que el ritmo de la deforestación ha disminuido durante la última década, continúa la pérdida sistemática de gigantescas extensiones de suelos arborizados.

Por su parte, la Organización Meteorológica Mundial divulgó otra noticia desalentadora: pese al confinamiento y a la reducción de la actividad industrial durante la pandemia, la cifra de emisión de gas carbónico (CO2), el mayor causante del efecto invernadero, se situó en 413 partes por millón, esto quiere decir que el porcentaje de emisión del contaminante es hoy 149 % más elevado que durante la era preindustrial.

La Amazonia, en cuidados intensivos

Uno de los asuntos que más concentra la atención de los ambientalistas es la deforestación y la intromisión de la modernidad en la Amazonia, sencillamente porque esto de que es el pulmón del mundo es una realidad comprobada, no es metáfora ni poesía. Esos 6,7 millones de kilómetros cuadrados de selva proveen la mayor cantidad del oxígeno que respiramos todos los seres vivos en la Tierra. Sin embargo, cientos de miles de hectáreas de este territorio, que debería ser inviolable, han sido arrasadas por el accionar del hombre. La porción brasileña es la más impactada y, de hecho, Brasil es el peor calificado en cuanto a la responsabilidad que les asiste a los países de la cuenca amazónica de cuidarla. No obstante, a Colombia también le toca una parte de ella.

Según un estudio desarrollado en conjunto entre el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible, y el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), cuyo informe fue publicado en julio pasado, en 2020 la deforestación se incrementó en Colombia un 8 %, en comparación con el año inmediatamente anterior. Mientras que en 2019 se perdieron 158.894 HA de bosques, en 2020 la cifra se elevó a 171.685 HA, el 63,7 % de ellas corresponde a la Amazonia.

“La intervención indebida en este ecosistema equivale a que su genética sufra una alteración que la llevaría a que haya menos bosques y proliferen más llanuras, suelos erosionados o valles y, por ende, que se agoten sus fuentes hídricas”, sentencia el profesor Rodríguez Becerra.

Cabe destacar en este punto que la deforestación sistemática y el mal uso de los suelos en actividades como la agricultura, la ganadería y la minería ilegal, son los principales culpables de que Colombia no haya cumplido con el Acuerdo de París y de que haya obtenido la pobre calificación de Climate Action Tracker. Esto está demostrado en numerosos estudios, pero, si hablamos lo más actual, en una investigación cualitativa que adelantó el activista ambiental colombiano Nicolás Wild Botero, cuyo libro, Nuestro desafío ambiental, acaba de publicar (ver entrevista en las páginas 34 y 35).

Frente a ello, Colombia llega a Glasgow con dos compromisos fundamentales para intentar revertir dicha realidad: la primera es que el Gobierno nacional mantiene la meta de reducir en un 51 % las emisiones de GEI para 2030, como está consignado en el documento de la estrategia Colombia Carbono Neutral (a 2050), cuyos avances se presentarán en el marco del evento. Un reporte de septiembre de MinAmbiente indica que en el primer semestre de 2021 se registraron 63.303 especies silvestres, un 8 % más que en 2020, lo que da muestra, como lo enfatiza el ministro de la cartera, Carlos Eduardo Correa, de la megadiversidad de nuestro territorio que debe ser protegida. Pero quizás el dato más significativo a la fecha es el avance de lo que se ha llamado la “Gran Sembratón Nacional”, gracias a la cual se han plantado 70 millones de árboles desde su inicio, el pasado 12 de octubre, cifra récord. El objetivo es llegar a 180 millones.

Por otro lado, durante la última gira oficial que adelantó el Presidente Iván Duque por varios países, consiguió, primero, 2.500 millones de dólares de parte de Washington y de fondos monetarios para invertir en la política ambiental y, posteriormente, firmó acuerdos de cooperación con Brasil para la preservación de los recursos hídricos que comparten y la protección de la Amazonia.

“Aportamos solo el 0, 6 % de las emisiones globales, pero somos uno de los países más amenazados por el cambio climático”, dijo el Presidente Duque durante el acto de firma de los acuerdos.

¿Soluciones?

Sí las hay, pero deben aplicarse ya, ahora, de manera urgente. “Esto no da espera, no se trata de prolongarlos de aquí al 2050”, manifiesta De Vivero, y en ello coinciden el resto de los consultados.

Dichas acciones, según sus recomendaciones, deben concentrarse en la transformación de los sistemas productivos y las economías en pro de la sostenibilidad ambiental. “La adecuada aplicación de la economía circular, por ejemplo, brindaría una gran solución al problema”, anota Wild, mientras que Rodríguez considera que la agricultura y la industria de la moda tienen mucho por hacer por esta causa.

Así mismo, el informe de New Climate Tracker enfatiza en la necesidad de que los países se unan, cooperen entre sí, no solo con la provisión de fondos económicos por parte de los países ricos y su efectiva aplicación en los países con menos recursos, sino también en la de tecnologías de última generación. Adicional a ello, en concepto de los expertos, es momento de que los gobiernos asignen el mayor porcentaje de sus presupuestos al manejo de la crisis climática.

Y, finalmente, que los pactos se cumplan. Que no sigan quedándose en el papel… Tienen su esperanza puesta en que lo nuevo que se acuerde en Glasgow sea de obligatorio cumplimiento para el beneficio de todos y cada uno de los seres vivos de este maravilloso universo llamado Tierra. Vale la pena quedarnos con un comentario del arquitecto franco-colombiano Carlos Moreno, creador de la “Ciudad de los 15 minutos”, propuesta sobre nuevas formas de vivir y de trabajar con bajo impacto por parte de la movilidad, ya acogida por varios países: “El bien común es el que debe estar en primer orden en el pensamiento de los países. Esto se da con más frecuencia en los europeos, en los menos desarrollados o más pobres, como Colombia, casi no se ve”, dijo el experto en una entrevista con La W.