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Salud Mental

Adolescencia: ¿jóvenes confundidos, adultos sin formación o mala prensa por una sociedad desinformada?

En Colombia, las cifras del Ministerio de Salud indican que el 44,4 % de la población adolescente entre los 17 y 24 años muestra signos de afecciones en salud mental. A esto se suman los datos de Medicina Legal, que reportan 230 suicidios para el 2023 y 140 para el primer trimestre de 2024

Foto: Shutterstock

Los adolescentes son casi simultáneamente, sobre confiados y llenos de angustia. Tienen miedo de sentimientos abrumadores, de perder el control y del fracaso. Si no los entiendes, recuerda que tampoco se entienden a ellos mismos”, Myriam Modnik (2023). Esta frase, no solo captura la complejidad de los múltiples desafíos que enfrentan los adolescentes, sino también la falta de razonamiento por parte de muchos adultos, que al no comprender el proceso por el que están pasando los jóvenes, a menudo adoptan una actitud crítica o de indiferencia hacia sus hijos, estudiantes o familiares.

La adolescencia definida por la Organización Mundial de la Salud (OMS), como “el periodo de crecimiento que se produce después de la niñez y antes de la edad adulta, entre los 12 y 24 años”, ha sido a menudo pasada por alto en las iniciativas de salud global, principalmente porque esta etapa de la vida solía considerarse la más saludable.

No obstante, el aumento de esta población a nivel mundial ha destacado la importancia de reconocer que durante este período, pueden surgir numerosos eventos estresantes que exceden las habilidades de afrontamiento desarrolladas en la infancia.

Lo anterior, invita a centrar la atención en las diversas necesidades de esta etapa del ciclo vital, que está íntimamente relacionada con eventos estresantes en fases previas a la concepción (por ejemplo, estrés y alimentación materna, controles prenatales, apoyo social, entre otros), jugando un papel importante en la determinación de los orígenes y trayectorias de desarrollo de la salud y bienestar o la enfermedad a lo largo de la vida.

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A nivel global, los problemas de salud mental son una de las principales cargas de enfermedad para los adolescentes (OMS, 2023). De acuerdo con cifras de la UNESCO, en el Informe Mundial sobre la Juventud (2020), hay 1200 millones de jóvenes entre los 15 y 24 años, lo que representa el 16 % de la población mundial. Se sabe que las condiciones psiquiátricas solo contribuyen al 1 % de las muertes en el mundo, pero al 11 % en materia de discapacidad, lo que resalta la necesidad de profesionales de salud mental especializados en niños y adolescentes.

Estos profesionales atienden patologías que contribuyen significativamente a los días perdidos por discapacidad (APD), con un impacto considerable en lo personal, familiar, social y económico, y en algunas patologías como el suicidio, que aportan a los días perdidos por muerte prematura (APP), por tratarse de una muerte previa a cumplir los años registrados en la expectativa de vida de un país.

En Colombia, las cifras del Ministerio de Salud indican que el 44,4 % de la población adolescente entre los 17 y 24 años muestra signos de afecciones en salud mental. A esto se suman los datos de Medicina Legal, que reportan 230 suicidios para el 2023 y 140 para el primer trimestre de 2024. Entre los factores que desencadenan estas conductas están la violencia en todas sus formas, el conflicto armado, el acoso escolar y el consumo de sustancias psicoactivas.

Por su parte, la Procuraduría General de la Nación encendió las alarmas en el 2023, debido al aumento en las cifras de depresión y ansiedad, exhortando a los entes territoriales, especialmente a las secretarías de Salud y Educación a la asignación de recursos que permitan prevención y atención en salud mental.

Así las cosas, un obstáculo recurrente para la integración de la salud mental de adolescentes en las iniciativas y marcos de salud global, es la falta de consenso sobre su definición, debido a que el crecimiento de la investigación sigue sin resolver cómo se debe definir el bienestar mental, dando como resultado que conceptos como salud y bienestar mental se utilicen indistintamente.

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Actualmente, el término salud mental se utiliza como eufemismo para referirse a la enfermedad mental, haciendo uso en las condiciones que afectan negativamente la cognición, emoción y comportamiento, es decir, (depresión y ansiedad), reflejando que la literatura actual en adolescentes, adopta la visión patológica dominante de la salud, al centrarse en los trastornos de salud mental, ignorando la visión positiva sobre esta y que sostiene que la salud y el bienestar, no son dos extremos de una misma línea, sino por el contrario, que estos dos constructos representan continuos independientes. En otras palabras, la ausencia de enfermedad mental, no indica necesariamente un estado de salud/bienestar mental.

Este contexto resalta la interdependencia entre bienestar, salud mental y física, así como la necesidad de establecer lineamientos y rutas de trabajo con adolescentes, ya que como lo plantea el informe de la Comisión Lancet de Salud Mental Global y Desarrollo Sostenible, hemos pasado de reconocer que “No hay salud sin salud mental” a afirmar que “No hay desarrollo sostenible sin salud mental”. Esto se sustenta en el impacto económico: anualmente se pierden más de 12 millones de días hábiles debido a enfermedades mentales, y entre 2011 y 2030, se estima que esto costará a la economía global $16 billones de dólares en pérdida de rendimiento económico, una cifra mayor que la de enfermedades como el cáncer, la diabetes y las enfermedades respiratorias juntas.

Para concluir, se destaca que los adolescentes experimentan transformaciones a diferentes niveles: estructura cerebral, equilibrio hormonal y apariencia física, lo que los sitúa en un intermedio de niñez y adultez.

Este periodo se caracteriza por un mundo repleto de limitaciones, de nuevas formas de enfrentar la vida y, a menudo, con información insuficiente para navegar por ella. Por otro lado, los adultos, quienes deben asumir el rol de padres, se enfrentan al desafío de no contar con el tiempo necesario para informarse y, sobre todo, para adaptarse a las individualidades de sus hijos.

Esto se debe, en parte, al ritmo acelerado de la sociedad, impulsada por la inmediatez de la información a través de las redes sociales y ciertos medios de comunicación que tienden a simplificar y mediatizar datos sin proporcionar el contexto necesario, siendo crucial que todas las instituciones en contacto diario con niños, niñas y adolescentes fomenten activamente la adquisición de conocimientos y herramientas para la vida, además de la implementación de estrategias de prevención robustas que promuevan el bienestar integral de los jóvenes y sus familias, basado en evidencia científica.