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‘Mugre rosa’: Una novela de ficción que terminó siendo realidad

La escritora uruguaya Fernanda Trías, radicada en Bogotá, lanza un […]

La escritora uruguaya Fernanda Trías, radicada en Bogotá, lanza un libro que cuenta la historia de una mujer que se enfrenta al colapso de sus vínculos afectivos y se encuentra confinada con un niño en una ciudad portuaria asolada por una plaga misteriosa y vientos pestíferos.

POR ALEJANDRA MELÉNDEZ

Periodista, cultura y nuevas tendencias

@alemelendezg

“No me resulta fácil describir el tiempo del encierro, porque si algo caracterizaba el encierro era esa sensación de no tiempo. Existíamos en una espera que tampoco era la espera de nada concreto. Esperábamos. Pero lo que esperábamos era que nada pasara, porque cualquier cambio podía significar algo peor”, se lee en las primeras páginas de la novela Mugre rosa.

Fernanda Trías empezó a escribirla hace tres años cuando se hallaba en una residencia de artistas en la Casa de Velásquez, en Madrid. La terminó en diciembre de 2019, antes de que el mundo entrara en pandemia. Cuando la releyó en mayo de 2020, en plena cuarentena, descubrió que la novela de ficción que había escrito era prácticamente una realidad calcada e imaginada de lo que el planeta estaba viviendo: aislamientos, mascarillas, teorías de confabulación, clínicas colapsadas y personas contaminadas.

De repente, los protagonistas de su libro ya no eran los únicos que se enfrentaban a una epidemia, y debían confinarse; ella y el mundo entero tuvieron que hacerlo también para protegerse del ambiente hostil que se vivía afuera.

Los síntomas de quienes se enfermaban en las páginas de su libro se parecían a los de una gripe: debilidad, tos, malestar general. La piel se descamaba al cuarto o quinto día. Las autoridades pedían a los ciudadanos que usaran mascarilla. A los protagonistas les queda poco más que comer que “mugre rosa”: unos subproductos de carne procesada proveniente de restos de animales. Se enfrentan a una ciudad vaciada, llena de neblina y con el silencio reinando en sus calles. Gran similitud con lo que hemos tenido que experimentar con el coronavirus.

En entrevista con Alternativa, la autora de 44 años cuenta que, al releer la historia, hubo elementos y uso de palabras como tapabocas, que, en lugar de sorprenderla, le preocuparon: “Yo quería construir un mundo completamente raro, que fuera una especie de inmersión en Marte para el lector, y de pronto ya no era allá, sino la realidad aquí, en el 2020, en el planeta Tierra. Sobre todo, lo del tapabocas fue lo que más me llamó la atención porque era un elemento que se circunscribía al ámbito médico y de pronto pasó a ser un elemento cotidiano al igual que las llaves y la cartera”.

La novela, que se publicó con Random House, ya está disponible en las librerías del país y ha sido seleccionada por el New York Times como uno de los 10 mejores libros en español para sobrevivir a una pandemia.

Alternativa: Se lee en las primeras páginas del libro que “la epidemia nos había devuelto lo que años atrás parecía irreversible: un país de lectores, sepultado lejos del mar, los ricos en sus estancias o casonas sobre las colinas, los pobres desbordando las ciudades del interior”. Al leerte pareciera que estuvieses describiendo lo que se ha vivido con el estallido de la pandemia del covid-19. ¿Cómo surgió la idea de esta obra y cómo fue el proceso de escritura?

Fernanda Trías: Yo confío mucho en el poder de la imaginación; creo que en la imaginación hay mucho conocimiento. La escritura de esta novela también pone de manifiesto que se puede tener información de otras maneras, porque cuando todo el mundo me dice que fue profético, premonitorio, siempre pienso que no lo fue, en el sentido en que todo ese conocimiento estaba ahí latiendo en el tiempo presente de aquel momento.

Mi preocupación principal era la manera como estamos interactuando y destruyendo el medioambiente como especie, como seres humanos. Los virus son el resultado de eso, y era una cuestión de tiempo que pasara alguna catástrofe similar a la que estamos viviendo. Traté de imaginar cómo se transformaría el mapa de Uruguay, tanto social como geográfico, si ocurriera un desastre ambiental en el centro afectivo de los uruguayos, que es el Río de la Plata y las playas de la costa del Océano Atlántico. Si eso pasara a ser un lugar completamente peligroso y tóxico, qué pasaría con toda la reorganización.

En Uruguay, los ricos están mirando hacia el mar, no solo porque es la vista bonita y porque hay calidad de vida, sino también porque es el centro afectivo; ahí es donde se reúne la gente, se encuentran los amigos; donde se sale a pasear. Quienes viven en malas condiciones están hacia adentro, alejados de la costa. Empecé a imaginar qué pasaría si se diera completamente la vuelta. Esto implicaría ir para ese lugar que ahora es despreciado, que son las zonas más alejadas. A partir de esta reconfiguración del mapa empecé a imaginarme cómo se podrían transformar la ciudad y el país.

Todas estas cosas las tenía en mi mente como un telón de fondo de la historia central que quería narrar, que era el conflicto humano de la protagonista, con su vida, el niño, que padece la enfermedad de hambre insaciable, el exesposo y con la madre. Me interesaba construir ese mundo, y sabía que había en ese universo una lectura muy crítica del presente, de cómo estamos viviendo y hacia donde nos estamos dirigiendo.

“La escritura puede salvar vidas, a mí me salvó. Y como me pasó a mí, creo que puede pasarles a otros”.

La semilla de la historia, podemos decir, fue esa preocupación que tenías de la relación del ser humano con el medioambiente, de cómo puede llegar a ser tóxica al nivel de desencadenar situaciones como las que se relatan o lo que estamos viviendo actualmente con la pandemia…

Sí. Por un lado se trató de eso porque había imágenes iniciales que tenían que ver con la niebla, con las algas, con la ciudad vaciada. Me imaginaba la ciudad desocupada por este fenómeno de irse a las zonas más seguras; tenía esas imágenes desde hace mucho tiempo, incluso algunas cosas escritas desde 2014. En realidad, no recordaba que hasta allá atrás llegaba el germen de la historia.

Pero luego sí tuve claro que quería escribir una historia sobre la enfermedad del niño, el síndrome de Prader-Willi, un trastorno genético poco conocido del cual supe cuando trabajaba como traductora de textos médicos. Así descubrí un montón de curiosidades y cosas raras que iba guardando en una carpeta, porque sabía que en algún momento lo iba a utilizar. Así mismo, el concepto de mugre rosa, que quería usar, pero aún no comprendía bien cómo encajaba en la historia. Sabía que quería incluir la mugre rosa en el centro, aglutinando todos los elementos de la novela. Recuerdo que cuando leí por primera vez sobre el término, me llamó mucho la atención cómo las personas utilizamos eufemismos para todo: la producción de este subproducto cárnico era la cosa más asquerosa, pero le habían puesto un nombre hasta bonito.

En el libro se habla de cuarentenas, mascarillas, infectados, hospitales colapsados, teorías de confabulación, incluso de las recomendaciones que hacía el Ministerio de Salud, de tomar vitamina D, la cual es recomendada ahora para quienes se infectan con el coronavirus. ¿Te sorprendiste en algún momento al advertir que la realidad que estamos viviendo fue casi una premonición?

Otros se sorprendieron más que yo y me lo han hecho notar. Me he empezado a sorprender a posteriori. Cuando empieza la pandemia en Occidente, la novela ya la había entregado al editor, estaba enviada y me olvidé de eso. De hecho, ya estaba escribiendo otra novela cuando empezaron las cuarentenas en Colombia.

Lo que me interesaba era meterme en un mundo posible que fuera de ficción total, pero me resulta muy gracioso que cuando estás pensando que estás escribiendo tu novela más rara, se termina convirtiendo en una novela realista.

El libro habla mucho del pasado, de lo que “fueron” los personajes. Por ejemplo, en la relación de la protagonista con Max, el ex, ¿qué tanto hay de tus vivencias, de tu vida en Uruguay, antes de mudarte a Colombia?

El pasado es muy importante, porque pienso que en un caso de destrucción o de “preapocalipsis”, empieza a tener un peso enorme. Tiene que haber un tipo de duelo de ese mundo que se acaba y que ya no va a volver a ser. No solo se hace duelo de los vínculos (la protagonista está en ese duelo con su exmarido, por ejemplo). Y es que el periodo del duelo implica mucho volver hacia el pasado porque hay que reelaborar. Hay un intento, a veces desesperado, por entender algo que tal vez nunca vas a entender, y tiene que ver con que las cosas cambian, que todo es “impermanente”.

A la protagonista se le mezcla ese duelo personal con un duelo colectivo relacionado con una vida, una manera de vivir, que ya nunca será igual. Me parecía natural que la protagonista se fuera hacia el pasado, hacia el recuerdo, a veces nostálgico, de un paraíso perdido, de un mundo mejor, y que a su vez ella misma reflexionara que no se podía sostener.

Entre cada capítulo hay reflexiones y letras cortas que parecen un monólogo… ¿de dónde surgieron? ¿A quién le hablas?

Fue una especie de salto al vacío que hice, lo sentí como voces y murmullos. Cosas que están en tu cabeza, pero no queda claro qué son, si son fragmentos de la memoria, si son sueños, si son conversaciones imaginarias o reales.

Yo empecé a escribir la novela en una residencia de artistas en la Casa de Velásquez de Madrid, en 2018. Fue el momento en el que descubrí eso; lo oí en mi cabeza, y estas conversaciones pueden ser con Max o con el fantasma de Max, porque hay un momento en el que ella le dice “yo siempre estoy hablando contigo”.

Quería incorporarlas como esos murmullos que no se sabe muy bien qué son, pero a la vez, el lector va entendiendo maneras de hablar, tonos de los personajes. Quería dejarlas ahí, en la neblina que atraviesa toda la novela. Fueron mutando comenzaron a transformarse y se dejaron caer, cada vez más etéreas.

Algunos con un tono de poesía…

Sí, fue adquiriendo cada vez más ese tono, y pensaba también en el tema de los sueños lúcidos, estos sueños que ella tiene. Los pensaba como fragmentos que se escapaban de sus sueños. Quería dejar esa sensación algo onírica, porque al mismo tiempo lo trabajaba con relación a esa neblina omnipresente que hay a lo largo de la novela; quería dejar una sensación difusa, una sensación de que toda esa neblina es como la neblina del sueño.

El New York Times incluyó a Mugre rosa entre los 10 libros en español más importantes del 2020 para sobrevivir a una pandemia. Dijiste en un trino recientemente que es un sueño menos por hacer realidad ¿Cuál es el siguiente sueño por cumplir?

Lo decía porque mi vínculo con el idioma inglés es muy cercano. Cuando empecé a escribir soñé con ver mis libros traducidos y eso fue como estar un paso más cerca.

Tengo una parte afectiva que ocurre en inglés. Algunos en mi familia o amigos cercanos no hablan español, y, de alguna manera, siento que están por fuera de mi mundo más íntimo, que es la escritura. Ahora que estoy preparando la traducción de mi libro La azotea, que saldrá en octubre, estoy muy contenta y tengo mucha expectativa. El próximo será Mugre rosa.

¿Cómo ha sido la experiencia de ser docente de escritura creativa?

Mi vínculo con la docencia y la escritura creativa es muy vocacional y eso me arraiga a Colombia. Se trata de ayudar a que cada uno vaya encontrando su voz personal, su propia marca, sobre cómo mira y cómo va dejando su huella en la escritura; esto tiene que ver con la mirada, no con las palabras. Se trata de ir afinando esa mirada personal y sacarnos de la cabeza que tiene que ver con la frase o con la palabra. A partir de la mirada es que se transforma la frase para transmitirle al lector una sensibilidad especial.

¿Consideras que, para el caso de las mujeres, la literatura puede ser una herramienta que les permita sobrellevar los temas relacionados con las inseguridades y la autoestima?

Escribir es algo muy empoderador (SIC), así no se publique. Escribir da la sensación de que alguien te escucha, de que tienes voz; dejas de ser invisible y muda. Se elaboran muchas cosas a partir de la escritura. No pienso que esta tenga que ser una cuestión meramente catártica o que se reduzca a utilizarse de manera terapéutica, pero al final siempre lo es, incluso si es ficción. Creo que la escritura puede salvar vidas, a mí me salvó. Y como me pasó a mí, creo que puede pasarles a otros. No es un pasatiempo, me lo tomo muy en serio.

La protagonista de la historia se enfrenta a muchos miedos. ¿A qué le teme Fernanda?

Lo peor es esa sensación de estar desvalido en una edad avanzada… perder las capacidades para valerme por mí misma. Porque elegí una vida no solo independiente, sino también de soledad, sin una familia convencional y, evidentemente, todo tiene un precio. Mi libertad y el haber elegido la forma como vivo también tienen el precio de una soledad, que en algún momento me puede pasar factura, y tendré que asumirlo como se asumen las cosas a partir de las decisiones personales tomadas. Pero para mí, la escritura es un refugio. Mi vida tiene sentido mientras yo pueda escribir. El mayor miedo, tal vez, es a perder ese refugio.

ELLA ES FERNANDA TRÍAS
Nació en Uruguay en 1976, es escritora, traductora y profesora de creación literaria. Es autora de tres novelas publicadas en editoriales de diferentes países iberoamericanos, Cuaderno para un solo ojo, La azotea y La ciudad invencible y un libro de cuentos (No soñarás flores). Sus libros se han publicado en Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, España, Francia, México y Uruguay, y próximamente en Brasil, Dinamarca, Estados Unidos, Inglaterra e Italia. Fernanda ha integrado numerosas antologías de nueva narrativa latinoamericana y sus relatos se han traducido a más de cinco idiomas. Actualmente vive en Bogotá y es la escritora en residencia de la Universidad de los Andes.