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Lo seductor de la madurez

Por Juan Fernando Sánchez / Actor, productor teatral y gestor […]

Por Juan Fernando Sánchez / Actor, productor teatral y gestor cultural/ @juanfernandosanchezv

Cómo encontrar que no solo en el resultado está la belleza, el proceso es más vivificante y lleno de matices.

Es muy usual oír la expresión “la práctica hace al maestro”. En todas las profesiones u oficios la etapa de conocimiento y aprendizaje está lleno de expectativas y de pruebas y errores, la incorporación de las fórmulas o los procesos en las actividades más convencionales toman un tiempo para ser aplicados de forma mecánica, como cuando se aprende a manejar un carro. En un principio siempre se tienen en cuenta todos los pasos, se mira cuándo y cómo se mete un cambio de velocidad o los espejos, la noción del espacio con referencia a otros carros, las señales de tránsito y demás. Después de la práctica constante ya no es necesario, todo sale de manera natural, y así en todas las actividades que se desempeñan, requieren de un proceso y de un conocimiento que nos proporcionan las habilidades para poder tener destreza.

El arte a diferencia de las fórmulas parte de la sensibilidad, de esos recovecos de la emoción y de la intención de plasmar en algo tangible una intención intangible, recorrer nuestra memoria que sin importar a quién pertenezca forma parte de un mundo tan homogéneo y empático que es digerible por muchas personas que se identifiquen con esa pieza propuesta por el artista creador, porque los seres humanos variamos en nuestro color de piel, entorno social, lengua, gustos particulares y demás factores que son dados por latitudes o fronteras, pero en las emociones y vivencias somos tan iguales, y es ahí donde las manifestaciones artísticas encuentran ese grito unísono audible para todos. La trascendencia y relevancia de los creadores artísticos se mide por el impacto que puedan alcanzar con sus piezas. En ocasiones suponemos el mundo del arte como un universo distante que no nos involucra por las formas complejas y sesgadas por el esnobismo o nos encontramos con artistas tan complejos con un ego poco entendible, que no facilitan comprender de manera muy fácil sus creaciones. Pero también podemos disfrutar de otros que lo que quieren es ser vistos y sin importar qué tan truculentos o enredados sean los universos que plantean, tienen un objetivo y es volver sugestivo el aire alrededor de sus propuestas.

En el mundo audiovisual podemos ser espectadores de innumerables casos de todos los calibres, las películas o series vistas por millones y que no poseen de mayor esfuerzo digestivo, que entretienen y que si bien proponen preguntas o muestran realidades su único objetivo es generar ventas y mover el torno de la industria.

Otras que son más tímidas y que por la honestidad en su desarrollo terminan teniendo un eco aturdidor, y para poder detectar estas fórmulas con respecto a la audiencia que no siempre son exactas y en ocasiones son desconcertantes, se necesita de un olfato que parte de una intuición muy sensible con respecto a esas piezas que les pueden llegar a muchos.

Entre esos Midas que han aportado entretenimiento constante está David E. Kelley que en el último tiempo suena con mucha contundencia pero que a sus 64 años ha sido productor y creador de muchas películas y series recordadas por muchos como Doogie Howser y Ally McBeal, series que estuvieron al aire con varias temporadas y que tuvieron mucho reconocimiento.

El esposo de la icónica Michelle Pfeiffer, estudió leyes en la Universidad de Princeton antes de dejarse seducir por el show business y de ahí viene su tendencia a crear series como Boston Public, L.A. Law y otras que estaban enmarcadas en el mundo legal.

Una de las peculiaridades de sus creaciones es unir a los personajes sin eje principal o un personaje protagónico que haga las veces de hilo conductor. Después de muchos años de experiencia en series muy vistas fue refinando su artesanía hasta llegar a sus últimas apuestas expuestas en la plataforma HBO: Big Little Lies y The Undoing, piezas únicas de entretenimiento y en donde asociándose con la maravillosa Nicole Kidman y Hugh Grant nos sumergen en el universo del thriller psicológico, dosis de adrenalina constante y un ingrediente desmesurado de seducción visual, personajes complejos, relaciones apasionadas, caminos insospechados y en el cierre de episodio preguntas, nuevos rumbos, hipótesis que serán cambiantes a lo largo de las temporadas, pero sobre todo resulta remarcable la habilidad de despertar en los espectadores esas sensaciones tan estimulantes e inquietantes casi como transitar por un universo de erotismo, voyerismo y apasionamientos frente a tránsitos de delirio donde nada se da por sentado, elegancia en las imágenes, nada explícito y mucha adrenalina.

En el caso de The Undoing nos sumergimos en un mundo privilegiado de la clase alta de Nueva York, un asesinato y muchos sospechosos, y en Big Little Lies un grupo de mujeres con aguas tranquilas pero con una turbulencia en el fondo que despierta todas las pasiones.

El nombre de este creador se ha convertido en la parada obligada con cada estreno, por su elocuente manera de llevarnos a un entretenimiento estremecedor y donde la mente elucubra todas las posibilidades para quedarse con una respuesta que solo tiene él y que nos entrega como punto final, ese proceso atravesado por sus creaciones nos dan la muestra de la belleza en el camino y de esa seducción atrapante y viva de la experiencia, donde llegamos a ese universo de certezas y de nuevos caminos que pueden encontrar los zapatos adecuados para ser transitados.

La serie The Undoing nos sumerge en el universo del thriller psicológico, dosis de adrenalina constante y un ingrediente desmesurado de seducción visual, personajes complejos, relaciones apasionadas y caminos insospechados.