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Literatura

La conquista de los Alpes desde Fusagasugá

El escritor Ricardo Silva Romero revive en Alpe d’Huez el día en que Luis Herrera, un humilde jardinero de Cundinamarca, sembró la primera victoria de Latinoamérica en un Tour de Francia

Alpe d’Huez de Ricardo Silva Romero

El 16 de julio de 1984, Luis Herrera, un jardinero de Fusagasugá, se convirtió en el primer ciclista aficionado —y en el primer ciclista de Latinoamérica— en ganar una etapa del Tour de Francia, la carrera ciclística más importante del mundo.

La gesta colombiana en Europa había comenzado apenas cuatro años atrás, en 1980, cuando un equipo liderado por el santandereano Alfonso Flórez realizó lo impensable: ganar el Tour de l’Avenir, la tradicional carrera en la que suelen mostrarse las nacientes figuras del pedalismo europeo. Flórez no resultó ser, precisamente, una promesa del ciclismo en Europa, pero abrió el camino de una conquista mucho más grande: que Colombia disputará un tour de Francia con un equipo propio, así fuera aficionado.

Inexpertos en el terreno plano, despreciados por el lote europeo, que no soportaba la presencia de los campesinos suramericanos, los ciclistas colombianos pagaron todas las novatadas durante esta primera incursión en el tour, en 1983. Aun así, lograron mostrar algo de lo que estaban hechos. Patrocinio Jiménez, el mejor ciclista nacional del momento, coronó en primer lugar la exigente cima del Tourmalet, una de las favoritas de los trepadores, y lideró por algunos días la clasificación de la montaña.

Foto: Shutterstock

Un año después, Colombia llegó relativamente más preparada y con un escarabajo de apenas 23 años, delgado, callado y taciturno que acababa de destrozar al propio Patrocinio Jiménez en las carreteras colombianas. Lo apodaban Lucho Herrera. Era tan ligero trepando que de la noche a la mañana se transformó en la gran esperanza para librar al país de sus tragedias y regalarle a Colombia el primer triunfo en la carrera más sobresaliente de su tipo. Es una costumbre nacional: presionar a sus deportistas con propósitos que no tienen nada que ver con el deporte.

A 40 años de este compromiso histórico, que llevó al propio Herrera a decir “misión cumplida” como primeras palabras tras la conquista del objetivo, el escritor Ricardo Silva Romero revive la cronología novelada de la hazaña: la coronación de Lucho en el Alpe d’Huez, una estación de esquí a la que se asciende por una cima imposible que se volvió leyenda desde que se corrió por primera vez en el Tour en 1952, con victoria de Fausto Coppi. El ascenso fue tan duro que la organización se demoró más de 20 años en volver a incluirlo en su agenda, en 1976.

A partir de entonces, el Alpe d’Huez no solo ha sido uno de los más apetecidos puertos de cualquier ciclista, sino uno de los más llamativos de los aficionados, que suelen rondar el millón, apostados a la orilla de los poco más de 13 kilómetros que dura el trayecto desde la base, en Bourg-d’Oisans, hasta la estación.

La novela de Silva, quien tenía menos de 10 años de edad cuando la vio por televisión —de pie, porque no había otra forma—, no solo narra esa etapa emblemática, que convirtió a Lucho en uno de los mejores escaladores del mundo y lanzó a Colombia como potencia ciclística, sino lo que sucedía a su alrededor, a saber: la odisea de un grupo de periodistas que son los que le narran a Colombia el evento “en vivo y en directo” con un estilo que hará historia en Europa, transmitido desde las cabinas telefónicas de los restaurantes de paso, ante la mirada atónita de los habitantes locales.

No se trata, como el mismo Silva se encarga de aclarar, de una novela llena de tecnicismos ciclísticos, sino de la simple historia de uno de los días que más dicha les dio a los aficionados colombianos, en la cima de un puerto que tiene su propia leyenda, descrita, sobre todo, en dos libros especializados que la retratan: Alpe d’Huez: The Story of Pro Cycling’s Greatest Climb, de Peter Cossins; y El Alpe d’Huez, de Javier García Sánchez.