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Fernando Trueba: “Quise hacer una película que llegara al corazón”

El director de la película El olvido que seremos cuenta los detalles de llevar esta historia a la pantalla grande y las anécdotas de su experiencia en Colombia

Para el director español Fernando Trueba,El olvido que seremos”representaba una prueba de cariño, un libro especial para regalar a los buenos amigos. Cuando le propusieron adaptar la historia de Héctor Abad Gómez, el carismático líder social y profesor universitario que fue asesinado en 1987 por defender los derechos humanos y la sanidad pública, no estaba muy convencido de aceptar el reto. “Estáis locos, ese libro no puede hacerse, es un relato demasiado íntimo de una persona, no sé cómo el cine va a meter la pata en eso”, les dijo a Gonzalo Córdoba, presidente de Caracol Televisión, y al autor del libro, Héctor Abad Faciolince, cuando lo llamaron.

Hoy la cinta acumula grandes reconocimientos. En marzo pasado, recibió el Premio Goya a la Mejor película iberoamericana, y quedó inscrita como la primera colombiana en obtener este galardón. Además hizo parte de la Selección Oficial del Festival de Cannes en 2020 –que canceló sus proyecciones por la pandemia– y clausuró la edición 68 del Festival de San Sebastián.

Está protagonizada por el español Javier Cámara, quien interpreta a Abad Gómez, y por los colombianos Juan Pablo Urrego, Patricia Tamayo y Aida Morales.

Trueba, ganador de un Oscar en 1993 por su película Belle Époque, acababa de llegar de Francia de promocionar “El olvido que seremos” cuando nos recibió en Barcelona.

En la realización de la película, ‘El olvido que seremos’, Medellín recibió como inversión más de 1.000 millones de pesos.

Alternativa: ¿Por qué decidió aceptar la dirección de esta historia?

Fernando Trueba: Yo había leído el libro poco después de que salió y me emocionó muchísimo. Se lo había regalado a mi madre y a amigos, incluso en otros idiomas. “El olvido que seremos” es una obra especial; se la regalas a gente que tú quieres que sienta lo que tú has sentido. Es una prueba de cariño.

Jamás me había planteado hacer una película del libro, pero hubo una anécdota hace unos años, y es que Javier Cámara –el protagonista de la película– vino a mi casa, porque se iba para Colombia a rodar la segunda temporada de Narcos, y le dije: “Tienes que leer este libro”. Eso ocurrió hace unos tres años, antes de que Gonzalo y Héctor me propusieran hacerla.

Me preocupaba el hecho de que pasan 25 años desde el principio de la historia hasta el final, según el niño va creciendo y recordando las cosas de su padre en distintas épocas; eso en el cine no se puede hacer. Igualmente, dentro de mí también tenía la “cobardía” de que cuando un libro es muy bueno, es mejor ni acercarse.

Ellos entendieron las razones que les di, pero Gonzalo insistió, y me dijo, “porque no lo lees de nuevo, de pronto ves la manera de llevarlo al cine”.

Cuando lo releí seguía pensando lo mismo, pero empecé a ceder. Me gustaba tanto el personaje del padre, un ser tan maravilloso, tan adorable, y yo -que siempre estoy protestando por tanto cine de asesinos, superhéroes y demás- pensé que esta era la oportunidad de hacer la historia de un hombre con una nobleza y una humanidad tremendas. Para ver gente así tienes que ir al cine de Renoir… Poco a poco la película fue naciendo dentro de mí.

Y dijo sí, finalmente…

Sí. Lo primero que les dije a Héctor y su familia fue: “Lo que ocurrió, ocurrió; el libro está escrito, nadie lo va a cambiar. Si hago una película, tengo que hacer cine. Entonces, tengo que volar, y volar quiere decir no sé qué, pero, desde luego, no sentirme atado sino libre”.

Entonces tuvo autonomía para hacer la película que quería…

Siempre la tuve, tanto de los productores, Gonzalo y Dago García, como de Héctor. Siempre el máximo respeto, el máximo cariño, hasta el punto de que acabamos siendo mucho más amigos de lo que éramos cuando empezamos.

¿Qué tan involucrado estuvo el autor del libro en el rodaje?

Pasó algo increíble. Como Héctor no quería inmiscuirse y deseaba que yo estuviera tranquilo y no sintiera presión, se fue a Italia sin decir nada, para no tener la tentación de ir al rodaje, porque en el fondo estaba deseándolo. Pero cuando estábamos en la tercera semana, tuvo que volver a Colombia. Entonces nos reunimos y le dije: “ya estás aquí, no te vas a volver a ir, ven cuando quieras”.

Sabía que para él ir a un rodaje y ver su vida reflejada en unos escenarios era muy duro. Incluso Cecilia, la madre, fue a ver el decorado de la casa antes de empezar el rodaje y se emocionó muchísimo, al observar el despacho, el dormitorio… Nos dijo, a mí y a Diego López, el director artístico, que nos dejaba usar las cosas que quisiéramos de su casa. Y así lo hicimos. Ha sido muy bonito todo, sobre todo la amistad que ha nacido después de la película.

La historia se desarrolla en una época de Colombia marcada por la violencia del narcotráfico y del paramilitarismo. ¿Cómo logró asimilar y recrear esa realidad tan cruda de los años 80 y 90?

Había viajado a Colombia una docena de veces, y en ese proceso hablé con muchas personas. Escritores, poetas, directores de cine, gente en la calle; personas que vivieron en carne propia situaciones de esa época. Una de las primeras cosas que hice fue leer historias de Colombia, para tener el mapa temporal e intentar comprender más el país.

Igualmente sabía que iba a ser una película de una historia de amor, además de un amor loco, como decían los surrealistas; un niño que quiere a su padre más de lo que se quiere a un padre, y eso es lo bonito. Intenté hacer una película donde la luz era más importante que la oscuridad, aunque la oscuridad esté también.

Al ver la película se siente gran empatía y cercanía con la familia Abad desde las primeras escenas. ¿Cómo se logró esa química entre los actores? Eso para mí fue importantísimo, tanto como acertar en el casting. El nivel de los actores colombianos es alucinantemente bueno y fue una maravilla trabajar con ellos. Les he cogido mucho cariño a todos.

Hice una cosa muy bonita: llevarlos al decorado cuando todavía no habíamos empezado a rodar, para ver un poco el guion y tener ensayos, pero más que ensayos, lo que quise fue que las actrices se conocieran y hablaran. Y en esos momentos, después de dos o tres horas, cuando el decorado les empezó a pertenecer, Luciana, la niña, por ejemplo, estaba tumbada encima de las otras como si fueran sus hermanas, riéndose como en la historia. Yo las miré y me dije: “Ya son la familia”.

¿Por qué eligió a un español, Javier Cámara, para interpretar a Héctor Abad Gómez?

Me encanta trabajar con Javier, es un gran actor. Siembra felicidad a su alrededor, es muy comunicativo, su alegría es contagiosa. Además, me parecía que era el rasgo más importante del personaje. Lo elegimos porque fue una coincidencia entre Héctor y yo. Él me había hablado de cómo un actor español, a quien no conocía, le recordaba a su padre. Yo sí le conocía porque acababa de trabajar con él. Adicionalmente, había hecho la película de mi hermano Vivir es fácil, y conmigo, La reina de España. Es alguien cercano.

Un día los presenté en una cena en mi casa. Ese día, incluso, se hicieron una foto que Héctor les envió a sus hermanas para mostrarles el parecido de Javier con su padre. Mi primera reacción al aceptar hacer la película fue “qué pena que Javier no sea colombiano”. Pero al final se preparó muchísimo, tuvo documentos sonoros del propio Héctor Abad para tener el acento, y Patricia y Juan Pablo también le ayudaron mucho.

“El olvido que seremos” ganó el Goya como mejor película iberoamericana. ¿Esperaban un reconocimiento tan importante?

Al hacer una película no espero reconocimientos. Tu trabajas y la haces con toda tu alma y todo tu corazón. A veces obtienes premios y a veces no te reconocen nada (risas)… y así es la vida. No siempre están relacionados con la calidad, como puedes ver en los Oscar. Yo lo que más deseo es que la película les guste a los colombianos y la hagan suya, porque es de ellos.

El rodaje de la película se realizó en más de 16 locaciones de Medellín.

La película se grabó totalmente en Colombia. ¿Qué opinión tiene de que empresas como Netflix estén abriendo fuertemente el mercado de producciones en el país?

Sobre eso tengo el corazón dividido. Por un lado, las plataformas le dan la oportunidad de ver películas a muchísima gente. Hay gente mayor que no puede ir al cine o montones de situaciones en las cuales las plataformas han venido a darnos la oportunidad de ver cientos de películas. También están generando empleo para muchos actores y técnicos. La parte negativa es que quizá hay una ‘uniformización’ muy grande, en contenidos y en lenguaje. Yo soy espectador de cine. Amo el cine.

¿Cuál fue el mayor reto de llevar esta historia a la pantalla grande?

Es una película llena de retos, la mayoría muy bonitos. Dar vida a esa familia, trabajar con los niños y que esa familia sea creíble. “El olvido que seremos” es una película muy de sentimientos, pero tiene su parte política. He intentado hacer una película que llegue al corazón, más que hacer análisis. Los análisis los hacemos al leer el periódico, al discutir con los amigos. Estamos todo el tiempo analizando la política de España, de Colombia, de Estados Unidos. Y esa no es la labor del cine.

Al cine vamos a llorar, a reír, a pasar miedo, a enamorarnos, y dentro de eso el abanico es muy grande. Hay películas llenas de verdad, de mentira, de fantasía, de realidad. El cine es vida, es una vida comprimida en dos horas. Es hacer vivir a la gente una vida suplementaria cada vez que van al cine, y creo que se dirige a otra zona de nuestro ser.