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En la encrucijada de los afectos de Piedad Bonnett

En su nueva novela, Qué hacer con estos pedazos, la […]

En su nueva novela, Qué hacer con estos pedazos, la escritora logra que estallen como pólvora sentimientos, deseos, injusticias y reflexiones del universo de Emilia, periodista, esposa, madre, abuela, hija, hermana, patrona, mujer.

‘Emilia’, el personaje central de su nueva novela, tiene un mundo propio que de alguna manera la protege.

Por Ana Luz Castillo Barrios

Periodista Revista Alternativa

@analuzcastillobarrios

Se me antoja arrancar por el epílogo. Nos levantamos del mullido sofá y con esa sonrisa desbordada de ternura y estoicismo, ella nos invita a recorrer los refugios más amados de su casa. Primero, el espacio donde Daniel, su hijo (fallecido en 2011), plasmaba en lienzos o en papeles finos trazos y pinceladas. De entrada, nos recibe, colgada en el umbral, una de sus obras, cargada de trazos fuertes, profundos, desorbitados, pero que al mismo tiempo logran configurar a la perfección el cuerpo de una mujer. El estudio está colmado de imágenes que mantienen a Daniel presente. Sus expresiones, sus gestos, sus rizos…

El fotógrafo le pide que pose recostada sobre el borde del fondo del cuadro y ella obedece juiciosa, coqueta, aunque no se cansa de repetir que las cámaras la intimidan. Y vuelve a soltar esa sonrisa que lo embriaga a uno de ternura. Es la sonrisa de una mamá que ha amado más allá de todo lo posible.

No logro evitar que mi mente siempre se pregunte cómo hace para sonreír así, con ese sosiego, después de haber sufrido lo que sufrió y de mantener, como ella bien lo expresa, ese dolor latiendo en su pecho, corriendo por sus venas. “¡Es una berraca!”, grita mi cabeza.

Pero su nueva novela, Qué hacer con estos pedazos, tiene un ritmo distinto, una bocanada de aire renovado, pese a esas marcas indelebles que reflejan que Daniel siempre estará presente en sus páginas.

Y, precisamente, con la pregunta sobre esa sensación que me ha provocado su nuevo libro empieza nuestra conversación.

Alternativa:Piedad, este último libro suyo logró sacarme unas buenas carcajadas. Y sentí que era un gran avance en este camino que usted nos ha permitido recorrer a nosotros sus lectores, desde que Lo que no tiene nombre (solo lágrimas con cada página), pasando por Donde nadie me espere (desesperanza, rabia, impotencia) hasta llegar a Qué hacer con estos pedazos

Piedad Bonnett: Es que quise hacerlo así. Me lo propuse. En efecto, Donde nadie espere es como un apéndice de Lo que no tiene nombre; es más, sale de algo estrechamente ligado a Lo que no tiene nombre. El tema de la indigencia es algo que me interesa mucho, particularmente, su relación con la enfermedad mental o con la desadecuación del ser humano con la sociedad en la que vive. Hay una violencia implícita ahí que es muy connatural a esta sociedad y a la familia, que los expulsa y los lanza a la calle.

De todas maneras, seguía moviéndome en un mundo, como tú dices, muy conmovedor: la enfermedad mental, el suicidio (de Daniel), el dolor de una pérdida, la culpa… Todo eso estaba ahí. Y no había pensado escribir esta última novela, no estaba en mis cuentas. Yo quería volver a la poesía, y al comenzar la pandemia me llegó un tema importantísimo que es el del cuerpo y la enfermedad. Iba a empezar con eso, pero yo tenía por allá en el olvido una historia con la cocina, porque hice una remodelación hace como seis años y fue un desastre, tal como lo pinto en la novela. Había pensado hacer unos cuentos, y me pareció que este tema podría ser un cuento cómico, grotesco, una síntesis de lo que puede ser esta sociedad que no cumple nada; este desbarajuste en el que vivimos. No soy amiga de escribir cuentos, no me gusta hacerlo porque todos se me convierten en novelas. Y así fue: varias de esas historias que empecé a escribir para los cuentos convergieron en algún momento y terminaron volviéndose una novela. Todo ello sucedió en pandemia.

Pero me llama mucho la atención que no mencione ningún elemento relacionado con la pandemia…

No quise… Porque todos los escritores van a empezar a escribir sobre la pandemia. Yo dije no a eso. No obstante, estoy hablando de un tema muy asfixiante que es el encierro. El de un par de personas solas, adultas, en su casa, porque empecé a ver también todo lo que pasaba en pandemia: la gente estaba saturada.

Ahí salta un tema muy evidente en su libro y es cómo esta pandemia nos dio la oportunidad de conocer –o más bien de descubriral que tenemos al lado, ¡a quien, increíblemente, no conocíamos!

Exacto. Es que el encierro saca cosas de lo más profundo de nosotros. Y para qué nos vamos a decir mentiras: el matrimonio es también un tipo de encierro; los dos están confinados y es una manera de tener coartada la libertad. Y otro tema que me interesaba mucho tratar es el de la vejez. Esto porque mis papás están muy viejitos y he sido testigo de todo su proceso de decadencia, de deterioro de sus cuerpos y de todo lo que pasa en la familia con los embates de la vejez. Ha sido muy duro.

Daniel siempre está presente. En los refugios de su casa, en el latir de su pecho, en las páginas de sus libros.

Usted indica, de alguna manera, que la vejez es fea…

Es la decrepitud. Aunque no tengo un concepto de la vejez completamente negativo, no. La vejez trae muchas plenitudes y trae tiempo, lo que pasa es que la mayoría de la gente no sabe usar ese tiempo, no ha creado pasiones, ni vocaciones. Entonces cuando la gente se retira de su actividad y se va para su casa, no sabe qué hacer con la vida… Son vidas un poco muertas ya. La vejez no es sino una antesala de la muerte… Eso es muy triste…

… Y con unas cargas tan pesadas, que lo que sentí al leer el libro fue una invitación abierta a andar más ligeros por la vida…

Sí, precisamente. Es que mira, siempre me ha interesado el problema de las clases medias y medias altas, el mundo en el que me he movido y que, más o menos, conozco. Entonces en la pandemia me di cuenta del nivel de acumulación al que hemos llegado. Por eso aparece en el libro esa figura que también me ha interesado siempre: la empleada doméstica, que conoce mejor nuestra casa que nosotros mismos. Siempre nos han enseñado que ellas hacen lo menos importante, pero resulta que es todo lo contrario, cumplen las tareas más importantes. En esas casas desconocidas hay miles de objetos por todas partes. El reflejo de lo que es esta sociedad de consumo.

Así mismo, quería que fuera una novela sobre el maltrato a la mujer mostrando esa dinámica un poco perversa entre Emilia y su marido. De ahí que surja la necesidad de ‘ese cuarto aparte’. Y no por oportunismo. No hago militancia con la literatura, eso no me parece… Pero me interesan las mujeres en esas coyunturas, esclavizadas por las circunstancias que están viviendo. También los conflictos que tienen con los hijos, algo de lo que no se habla mucho.

A propósito de ese tema, me ha impactado mucho el capítulo de las rupturas. Ella quiere romper con todos. ¿Las rupturas son quizás algo que usted considera terapéutico?

Hay gente que lo hace… Pongo un ejemplo en el libro (una amiga de Emilia). Pero romper con los lazos afectivos es algo que puede traer como consecuencia las culpas. Cuántas veces no conocemos hijos que se pelean con sus padres o entre hermanos y nunca más se vuelven a hablar. Eso es aterrador. Entonces, la familia para lograr una mínima cohesión, no rompe sino que remienda. De ahí surgen todos “esos pedazos”, esos pedazos frágiles como cáscara de huevo… Están ahí pegados con nada. Son uniones que por debajo están socavadas por cosas muy duras. Creo que mucha gente se siente incómoda leyendo esta novela.

¿A qué se refiere exactamente con esto de la incomodidad?

Pues a que esta es una sociedad que ha idealizado la familia de una manera increíble, que tiene a la familia como una cosa sagrada. Y yo no digo que la familia no sea importante, porque los afectos más grandes nacen de ahí, pero también los desacuerdos y las rupturas más grandes… ¡Y las incomodidades más grandes! Todo padre de alguna manera es un tirano, y las madres cometen traiciones con los hijos por sostener una relación con el padre. Ahora es propio de la juventud ignorar el mundo de los adultos mayores… Se pasan la vida y no conocen a sus padres. A mí me pasó, pasaron muchos años para que yo conociera realmente quiénes eran mi papá y mamá, cuál es la historia que me hace pertenecer a un núcleo familiar. Entonces son esas inquietudes que están bullendo ahí…

¿Y no será que nos cuesta aceptar y podemos morirnos sin hacerlo que en nuestro sentir por ese núcleo familiar cabe tanto el amor como el rechazo o el odio?

¡Sí, claro! Primero, porque nos educaron en la religión católica y esta siempre nos llenó de culpa… Pero además esta no es una sociedad frentera con esos temas, como sí sucede en algunos países europeos, en donde la cosa es directa. Aquí es algo más bien chismoso, que proviene de ese vasallaje histórico, de la consagración de la desigualdad: “Sí señora, no señora, como usted quiera…” Hay unas cosas que no se dicen nunca.

“Creo que los escritores sí tenemos por naturaleza una condición empática, si no, no podríamos mirar al otro y comprenderlo…”.

Sí, veo que muchas veces Emilia prefiere el silencio a decir la verdad…

Claro, porque es la otra cara de la moneda: la confrontación lleva al rompimiento y el rompimiento puede llevar a la soledad y la amargura. Entonces si enfrenta a esa hija, por ejemplo, es muy posible que la hija le dé la espalda por completo; o a ese marido con quien mantiene una dinámica un poco perversa, cuyo fondo es el apego. Quise ahí hablar de los apegos, que son nefastos, torturadores. Pero al mismo tiempo, uno siempre está cuidándose mucho de decir esa verdad, siempre estamos salvaguardando nuestras fronteras, porque somos los damnificados si ese mundo de afectos se destruye. Yo lo que hice fue poner a esta mujer en la encrucijada de los afectos. Por eso al escritor no le interesa decir ella ha debido hacer esto, sino ella está viviendo este mundo como una tortura…

Teniendo en cuenta todo esto, qué hacemos con ese deseo de Emilia, en el que quizás nos vemos reflejadas muchas veces, de querer mandar todo pa’l carajo. A mí lo que me pasa con sus libros es que me veo pintada en ellos… A veces me pregunto: ¡¿qué come Piedad que adivina (risas)?!

Es que esa es la idea… Me escriben mucho sobre eso, desde ahí: “Me sentí identificada”. Una vez una persona me dijo una cosa muy bonita: “Si usted es escritora usted tiene que saber, intuir todos los mundos”. El escritor debe tener la sensibilidad para tantear qué hay en este mundo sin caer en el estereotipo o en el lugar común. Ese es mi oficio. El reto del escritor es que solo con mirar y adivinar los gestos del otro pueda penetrar en su universo.

“Yo creo que mucha gente se incomoda cuando lee este libro… Ese es el objetivo”.

Ese es, justamente, el prodigio de su obra, Piedad… Pero reitero mi pregunta: ¿cómo hacer cuando queremos mandar todo pa’ la porra?

La gente se divide en dos: los que son capaces de mandar todo pa’ la porra, grupo al que yo no pertenezco desafortunadamente (risas), y quienes se las ingenian para sobrevivir en ese mundo sin que este los hiera. Todos vivimos en un mundo que en ciertos momentos nos avasalla o nos aburre. Cuántas veces no nos decimos “¡no quiero más eso!”. De ahí viene lo del cuarto propio. Con su trabajo, un tema muy importante aquí, Emilia ha construido su propio mundo, un mundo que, de cierta manera, la protege.

Pero yo diría otra cosa: La sensación de injusticia que tenemos todos los días, por ejemplo, nos impacta mucho. Sin embargo, hay muchos que no tienen la posibilidad de hacer nada al respecto. ¡Eso es terrible!

Es una cuestión de sensibilidad. En resumen, sí se trata de una parte de la sociedad que aplasta a la otra para poder sobrevivir. Eso es lo peor del mundo en el que vivimos. Esa puede ser la vida de una empleada del servicio: volver a empezar todos los días y hacer lo mismo, no avanzar… Todo eso a mí me bulle y así construyo los personajes que me hacen crear una historia.

Piedad, tenemos que hablar de Daniel. Imposible no hacerlo. Está presente siempre…

Te voy a contar algo: hay una fila de 30, 40 o 50 personas para la firma del nuevo libro, pero la mitad de ellas llega con Lo que no tiene nombre… Es un libro que aunque yo lo quisiera sacar del ruedo, no lo logro porque ahí está la gente siempre con él. Y bueno, porque en mi cabeza siempre está mi hijo, cómo no va a estar…

Hablemos, entonces, de cómo usted logra magistralmente que Daniel se manifieste, de alguna manera, a través de sus páginas…

Ahí sí creo que no es mi voluntad. Es una cosa que en lo profundo y que se me impone. Cuando una cosa tan terrible pasa, hay gente que es capaz de absorberse en su dolor y no hablar, pero para un escritor es algo muy difícil. Entonces eso se reconvierte en el muchacho de Donde nadie me espere, en el niño de Emilia que se muere… Siempre busca dónde estar… Y me imagino que en mi próximo libro, igual, estará ahí porque, además de lo ya natural, voy a hablar del cuerpo y de la enfermedad. Es imposible que no esté. Pero cuando hablo de mi propia experiencia me refiero también a lo que leo en el periódico o a lo que veo en la gente cercana. Los escritores somos ‘robadores de historias’.

“Yo lo que hice fue poner a esta mujer en la encrucijada de los afectos. Por eso al escritor no le interesa decir ella ha debido hacer esto, sino ella está viviendo este mundo como una tortura…”.

¿Esta experiencia la hizo virar su camino hacia el estudio y el entendimiento más profundo de la juventud?

No, yo ya venía desde antes con un interés particular por los jóvenes. Fui profesora de una universidad (Universidad de los Andes) durante 32 años y tuve un hijo con una enfermedad durante 10 años. Apenas ese niño se enferma, yo empiezo a observar en mis estudiantes la posibilidad de esa enfermedad, del desajuste, del sufrimiento. Me conmovía con muchachos que se dormían en clase y yo no sabía por qué. Por ejemplo, había uno que se sentaba en la última fila y que se suicidó el día de la madre. Todo eso te lleva a pensar en esa cosa terrible de ser joven en esta sociedad y lo remite a uno a su propia juventud: a esa edad, yo también viví muchas incertidumbres. Me casé muy joven. A los 21 años ya tenía una niña. E, igualmente, me preguntaba si estaba haciendo las cosas bien.

¿Cómo está viendo a la juventud ahora con todo lo que enfrenta: falta de oportunidades, estallido, redes sociales…?

No es una sola juventud, si no muchas juventudes, diversas. Ser joven en Colombia es muy difícil. Hay un rechazo generalizado por todo lo que es Gobierno. Una falta de fe en el futuro, un deseo de irse. Es que este país ha sido muy injusto con los jóvenes y no les han dado, por ejemplo, la oportunidad de un primer trabajo digno. ¡Cómo es que los gobiernos no les arman a los jóvenes un mundo posible! Tanta rabia expresada en los estallidos sociales viene de una conciencia de no futuro. Ellos están muy decepcionados del mundo que les hemos entregado los adultos.

Por otro lado, las redes sociales nos han hecho mucho daño. ¡Caramba!, qué montón de odio, qué montón de mentiras, qué montón de depresión hay en ese mundo. Es algo muy miedoso. Te pueden hacer bullying, destruirte y llevarte al suicidio. El gran problema es que proteger a un hijo de todo eso es muy complicado, un desafío inmenso.

‘Qué hacer con estos pedazos’, la más reciente novela de Piedad Bonnett.

Finalmente, Piedad, gracias por ‘Emilia’, la necesitábamos. ¿Qué sigue, en qué está trabajando?

Yo ahora estoy en pausa (risas), pero sí tengo mucha ilusión con varios proyectos, empezando por este libro que tendrá un fondo autobiográfico, sobre mi relación con la enfermedad, el cuerpo y el hecho de ser mujer. Todo ese mundo lo quiero dibujar, para hablar de un tema que trasciende fronteras. Y quiero que tenga un componente ensayístico.

¿Y la poesía?

Tengo un libro por la mitad, que se llama Los hombres de mi vida, un título irónico para hablar de una masculinidad que a veces inspira ternura, como el caso de mi hijo, pero que también trae agresividad, violencia. No obstante, la poesía no se mueve con la coherencia de una novela. Con la novela, tú sabes adónde va, pero con la poesía no. Entonces convertir eso en un libro no es una cosa sencilla. Lo que sí quiero es volver a leer mucha poesía, porque así es como se activa tu pensamiento poético. Te lo desata. Ya empezaron a salir poemitas otra vez, después de Qué hacer con estos pedazos.