Cuando Maggie Haberman, corresponsal de la Casa Blanca de The New York Times, visitó en Mar-a-Lago a Donald Trump, en marzo de 2021, para entrevistarlo acerca de la biografía que estaba elaborando sobre él, le sorprendió que el propio Trump se adelantara a la pregunta que ella misma quería hacerle: “La pregunta que más me hacen es esta: si tuvieras que volver a hacerlo, ¿lo harías? —dijo Trump, hablando de presentarse a la presidencia—. La respuesta es que sí. Porque así es como yo lo veo. Tengo muchos amigos ricos y nadie les conoce”.
Pocos minutos antes, Haberman le había dicho que su libro iba a enlazar su vida en Nueva York con su vida en la Casa Blanca, luego de lo cual Trump —según ella— se puso a elucubrar una historia sobre cómo sus amigos ricachones le pedían ayuda para concretar reservas en los restaurantes porque, simplemente, nadie los conocía. En cambio, a él sí. “¿Sabes? Hay gente que es rica, pero no le dan ni una mesa en un restaurante”. La periodista añade: “He ahí la prueba de algodón: al reflexionar sobre el significado de haber sido presidente de Estados Unidos, su primer instinto no era mencionar el servicio público, ni lo que creía que había logrado. Para él, era un simple camino a la fama”.
Ese camino a la fama, salpicado de trastadas, argucias, fanfarronería y una gran cantidad de maniobras en el límite de lo legal, terminó retratado finalmente en el libro Confidence Man: The Making of Donald Trump and the Breaking of America, traducido al español como El camaleón, la invención de Donald Trump, un tomo de más de 600 páginas en las que Haberman desmenuza uno por uno los acontecimientos que no solo fueron formando a Trump desde que se erigió como un magnate de la finca raíz en Nueva York, sino los rasgos de su personalidad con los que logró abrirse paso en la política hasta convertirse en presidente.
El artífice del personaje fue Roy Cohn, un exfiscal federal de Washington que había sido la mano derecha del senador Joseph McCarthy en la década del cincuenta, durante la famosa cacería de brujas contra todo lo que oliera a comunismo, y quien lo asesoró como abogado en una demanda contra la empresa inmobiliaria de Trump por sus prácticas discriminatorias contra inquilinos en el Trump Village.
Cohn, todo un experto en amedrentar oponentes, en calumniarlos si era preciso y en torcer las leyes a su favor, le hizo ver que la justicia, pasara lo que pasara, tenía ciertos recovecos por los que era posible imponerse. “Le enseñó a erigir su vida —escribe Haberman— en torno a tres piedras angulares: la cercanía al poder, la evasión de las responsabilidades y la creación de ardides en los medios”. Tiempo después, ya en la Casa Blanca, Trump insistiría una y otra vez que todas las dificultades durante su presidencia se debían a que no contaba con un abogado como Cohn.
Más allá de la reconstrucción minuciosa de la carrera de Trump en su camino hacia la presidencia, y de sus maniobras políticas durante su mandato, documentadas a partir de más de 250 entrevistas, lo que logra Haberman en su biografía es perfilar los rasgos de una personalidad contradictoria, paranoica y arbitraria, por demás, que le permitieron leer a una sociedad en decadencia y servirse de ella para lograr la fama y el poder que tanto anhelaba y que lo tienen de nuevo de la silla presidencial, a fuerza de venderles a sus votantes —de los que, incluso, se burla, por su ingenuidad y su torpeza— la idea falsa de un país amenazado.
Durante esa primera entrevista en Mar-a-Lago, Trump dejó escapar un chispazo que da cuenta de cuán acertada resultó Haberman en su intento de describirlo. Cuando ella le preguntó sobre la decisión del alcalde de Nueva York Bill di Blasio de cancelar el contrato de gestión de la Trump Organization en un campo de golf en el Bronx, luego de los sucesos de la toma del Capitolio, en enero de 2021, Trump se quedó un momento cavilando cuál sería el mejor término para definir lo que él consideraba un acto de “puro comunismo”. Tras unos minutos en silencio, dijo: “confiscar es la palabra”. Haberman lo trató de interrumpir, y Trump la detuvo: “Déjame acabar. Déjame acabar esto y te lo cuento”. Luego cayó en cuenta de su impaciencia y les dijo a sus asesores: “Es estupendo estar con ella, es como mi psiquiatra”.