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El adiós al Maestro

Fernando Botero, considerado universalmente uno de los artistas más brillantes, deja un enorme legado de una obra que siempre tuvo su sello personal: voluptuosidad

Fotografía tomada el 8 de octubre de 2012 que muestra al pintor y escultor colombiano Fernando Botero junto a su obra «Caballo de picador, 1992» en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. EFE/Alfredo Aldai.

Obispos, prostitutas, amas de casa, generales, toreros. Todos ellos forman parte imborrable de la gran obra del maestro Fernando Botero. Todos ellos están representados en cuadros y esculturas que tienen identidad propia: voluptuosidad. Su estilo fue único y recorrió las galerías y museos del mundo. Sus “gordas” fueron exhibidas en las plazas de las ciudades más cosmopolitas: París, Londres, Madrid, Mónaco y por supuesto Medellín, donde además reposa una parte de legado de Botero.

Su obra siempre estuvo asociada a las figuras redondas y floridas, que fueron llenando sus retratos de personas del común, de clérigos, campesinos, de cantinas y burdeles. Pero también había flores y frutas, el disfrute de esos paisajes únicos que recorrió en su extensa gira y constante por el mundo.

Los toros siempre estuvieron presentes en su obra. Lo hizo religiosamente. Desde muy joven, cuando ingresó a la escuela de jesuitas en Medellín, tuvo la firme intención de convertirse en matador. Las escenas taurinas forman parte vital de su obra, especialmente en sus comienzos como pintor.

No fue fácil su paso por la educación jesuita. Un escrito sobre Picasso y el inconformismo en el arte, fue suficiente para su expulsión. Los curas consideraron que esas letras iban en contra de la fe religiosa.

↑ EFE/ARCHIVO/LUIS EDUARDO NORIEGA.

Entonces, comenzó a ganarse la vida pintando ilustraciones para un periódico de Medellín. También dedicaba parte del día a preparar escenografías para montajes de obras de teatro. Luego, se mudó a Bogotá y un tiempo después lo hizo a París y más tarde a Florencia, Italia, donde echó profundas raíces a lo largo de sus años.

Su suerte como pintor muy posiblemente cambió en 1961. La curadora del Museo de Arte Moderno de Nueva York, Dorothy Miller compró un cuadro llamado Mona Lisa a los doce años. Era un niño de mejillas regordetas que no iba para nada para el expresionismo abstracto que estaba muy de moda. Pero fue suficiente para que el nombre de Fernando Botero se comenzará a volver universal.

Y así comienza su obra a recorrer el mundo. En los más prestigiosos lugares del arte, sus cuadros y esculturas fueron exhibidos.

Pero no todo fue un camino de rosas. Los críticos del arte contemporáneo de Londres y Nueva York lo odiaban, especialmente por su éxito y porque se había convertido en un hombre rico, sus cuadros valían millones de dólares.

También su arte fue opacado por las réplicas falsas, que se vendían como pan, en la bonanza de la plata fácil y en casa de los nuevos ricos era infaltable un cuadro o una escultura de Botero así fueran falsas, pero por la que habían pagado millones.

En su vida personal, hubo tres matrimonios. El primero con Gloria Zea, una de las mujeres más importantes en la cultura del país. El último con Sophia Vari, pintora y escultora griega, quien murió el pasado mes de mayo.

Fue un hombre generoso. En el 2000 donó buena parte de su colección de arte al museo que lleva su nombre en la ciudad de Medellín. Su obra no fue ajena a la situación política que ha vivido Colombia. La violencia, el narcotráfico fueron temas que plasmó en sus obras. Al igual que la alegría y la picardía de los colombianos, todos voluptuosos, todos coloridos, todos con el sello Botero.

↑ Mujer reclinada, Medellín.

↑ Museo de la Fundación Bancaja, Valencia (España).