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¡De Europa con amor!

En la actualidad que vivimos disfrutamos de una amplia oferta […]

En la actualidad que vivimos disfrutamos de una amplia oferta audiovisual en diferentes plataformas de streaming, en la que se destaca un catálogo europeo tan robusto y diverso que es tendencia dentro de la audiencia hispanoparlante

Por Juan Fernando Sánchez / Actor, productor teatral y gestor cultural/ @juanfernandosanchezv

Muchas personas seguramente se han hecho preguntas como: ¿si existiera una máquina del tiempo a que época se remontaría? o ¿qué lugar del planeta quisiera visitar en este momento si tuviera la oportunidad? Ese inimaginable pensamiento era enmarcado en la ciencia ficción unas décadas atrás. Hoy estamos más cerca de ser espectadores de lo que pasa de manera inmediata en casi todas las latitudes y podemos estar cada vez más presentes —sin estarlo— en realidades a miles de kilómetros de distancia. Casi que en un acto de desdoblamiento propio de los monjes lamas nos perdemos de instantes en nuestro presente y estamos virtualmente en eventos que ocurren en Tahití o Berlín.

Si nos preguntan, no podríamos a veces identificar el olor de lo que nos comimos media hora antes, pero sí podemos imaginar a qué huele un croissant recién salido del horno de una panadería parisina que seguimos en Instagram. Y sí, esa es la realidad de la tecnología, ni mala ni buena, diferente y, aunque los pasos de esos avances han sido agigantados en el último tiempo, estaban destinados casi de manera profética; la inmediatez de los días y sus facilidades, la falta de artesanía y el exceso de industrialización en los procesos traen las últimas tendencias de la moda, los últimos modelos de carros, estrenos de libros, medicina homeopática y casi todos los aspectos del estilo moderno de vida a nuestra puerta. Si en este momento tuviera una máquina del tiempo, viajaría veinte años atrás y una de tantas preguntas que le haría a un transeúnte del año 2001 sería si le parece que la vida como la vivimos hoy la imaginaría posible veinte años más adelante; seguramente diría que no, y eso es lo magnífico de la capacidad de asombro que, aunque cada vez es menos aguda, sigue existiendo.

Es un gran regalo desde el universo audiovisual ser espectadores de las creaciones narrativas de los realizadores, actores y directores de diferentes nacionalidades. Es asombroso encontrar de una manera refrescante esa democratización de la industria por medio de las plataformas de streaming, enriqueciendo el lienzo con propuestas que cuentan con estándares estéticos tan diversos y vanguardistas que enriquecen la amalgama del entretenimiento actual. Si bien hoy normalizamos el privilegio de disfrutar al comentar una serie francesa que vimos el fin de semana pasado, unos años atrás solo podríamos verla en Francia, estando suscritos a algún canal premium de TV paga, trayéndola por encargo o accediendo a las páginas ilegales de Internet, pero hoy está a solo un clic.

Un ejemplo claro de esta homogeneización del consumo visual es Lupin, una serie francesa estrenada en Netflix y que está pronosticada a ser un verdadero totazo, puesto que, según las predicciones de la plataforma, cuatro semanas después de su estreno, el 8 de enero, contará con 70 millones de reproducciones, superando los registros de otras series tan exitosas como Gambito de dama o La casa de papel.Esta serie francesa es una apuesta que nos habla de la historia de Assane Diop (interpretado por Omar Sy), un senegalés que quiere vengar la muerte de su padre y que usa a manera de biblia las historias de Arsène Lupin, ese personaje escrito por Maurice Leblanc en 1905 y que le da todos los insumos a Assane para convertirse en ese ladrón de guante blanco en una París actual. Lupin es una apuesta entretenida que cuenta con buenas actuaciones y cuya primera temporada de cinco episodios nos deja con muchas ganas de más.

Pasando la frontera hacia la península ibérica, la oferta también es muy interesante y sobre todo porque el consumo latinoamericano de productos españoles es mayor, gracias al idioma y a la identificación que existe con sus formas. Hoy por hoy hay dos recomendaciones que vale la pena resaltar, puesto que los ibéricos tienen una manera de escribir y relatar sus historias muy especial. Tienen una mezcla de lenguaje melodramático que combina en su justa medida con la sordidez de sus contextos que proveen al espectador una suerte adictiva de disfrute. Por un lado está El desorden que dejas, un thriller que nos habla de una profesora cuyo nombre es Raquel (Inma Cuesta) que, luego de la muerte de su madre, se traslada a una población gallega a sustituir a su antecesora Viruca (Bárbara Lennie), que aparentemente se suicidó, y expone a sus alumnos a enfrentar la pérdida de una persona que marcó su vida para siempre. Tambalea cada episodio entre posibles culpables y nos hace elucubrar diferentes caminos del desenlace que es más que digno de atención. De inesperada forma vemos esos modismos de las comunidades rurales que hacen honor al coloquial adagio popular “pueblo chiquito, infierno grande”, donde se hace evidente la impunidad que otorga el sistema a los poderosos. Este drama creado por Carlos Montero, el mismo creador de Élite, otra afamada serie española, promete al espectador grandes dosis de adrenalina.

Por otro lado, la mención es para Los favoritos de Midas, un thriller policíaco que empieza planteando una pregunta de 50 millones de euros, un chantaje y esa evidente desigualdad que vivimos, donde el poder debe ser sostenido en equilibrio a cualquier precio. Esta primera temporada, que está sobre los hombros de los dos grandes Luis Tosar y Guillermo Toledo, acompañados de un buen elenco y la dirección elegante de Mateo Gil, le proporcionará un entretenimiento justo.

Las dinámicas cambiaron y con ellas los comportamientos de una sociedad. El plan de ir a cine, como lo recordamos, no se ve próximo y el entretenimiento en casa es ahora un producto más de la canasta familiar. Haga las crispetas, prepare los perros calientes y disfrute.