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Contar la vida: ¿Cómo fue que llegué hasta acá?

En La mujer incierta, Piedad Bonnett, merecedora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024, se embarca en la tarea de reflexionar sobre su vida para compartirla con sus lectores

Foto: Piedad Bonnett

El confinamiento provocado por el covid-19 suscitó alrededor del mundo toda suerte de inquietudes existenciales, que se esparcieron como brizna no solo por los medios de comunicación sino también por las redes sociales. Había un miedo real a morir, que se alimentaba día a día con el conteo de muertos y de pacientes en cuidados intensivos. A Piedad Bonnett, como a muchos otros escritores, la pandemia la llevó a reflexionar sobre su “propia relación con la enfermedad y la muerte”.

Fue el inicio de un proyecto literario que derivó en el nacimiento de La mujer incierta, un libro que, como ella misma advierte, no se trata de una autobiografía propiamente dicha, sino de un “re-conocimiento”, de una oportunidad para revisar su vida, dejando por fuera muchos aspectos que ella ha preferido dejar en la sombra por razones íntimas. “Lo subjetivo, lo íntimo sólo me interesan en el marco de la experiencia colectiva, del yo dentro de la circunstancia social e histórica. La que aquí habla, pues, es una mujer de una generación, que aspira a iluminar, desde la singularidad de sus vivencias, cómo nos determinan el origen, la política, la educación, la religión, el género, el momento”, le aclara al lector en el prefacio.

Foto: Libro "La mujer incierta" de Piedad Bonnett.

En ese viaje por su propia experiencia vital, Bonnett va rememorando momentos de su existencia con los que busca explicarse cómo fue que terminó siendo la que es: profesionalmente, la escritora que, antes de convertirse en novelista, frecuentó los jardines de la poesía hasta merecer este año el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024; personalmente, la “mujer incierta” que todavía escarba entre sus capas para descubrir un rasgo más de sí misma, aunque sea imposible abarcarse en la totalidad, pues, como ella misma lo indica en el libro, todo texto autobiográfico encierra un fracaso.

Dice Antonio Marichalar, en el prólogo de la autobiografía de G. K. Chesterton, que las memorias del célebre escritor inglés fueron descritas por algunos críticos como un “confuso devanar de anécdotas y de opiniones que sólo interesan al autor y a sus íntimos”. Es el riesgo de todo aquel que osa publicar sus memorias. Pero quizás esos críticos no advirtieron que, más allá de los círculos académicos, los lectores comunes buscan en los libros cierta complicidad con sus propias vivencias, el consuelo de que alguien comparte con nosotros las mismas desgracias, las mismas inquietudes, los mismos miedos, las mismas vergüenzas, los mismos fracasos.

Como en una conversación de sobremesa, en la que importan menos las fechas y el orden cronológico y sobresalen más las anécdotas y las emociones, Bonnett va compartiendo con sus lectores los tiempos de su educación infantil en un internado de monjas, cómo la educación —tanto en la casa como en el colegio— era, sobre todo, enseñar a obedecer; cómo fue descubriendo su afición por la literatura; cómo fue formándose como mujer en los tiempos de una sumisión femenina insoportable; cómo se abrió camino en la universidad mientras asumía la tarea de ser madre y esposa, todo esto cruzado por sus perennes malestares estomacales, las traiciones de la mente, que la obligaron a paliar con crisis de ansiedad, ataques de pánico y hasta un fuerte episodio de depresión, y el cataclismo que significó el suicidio de su hijo.

Al margen del interés que provocan por sí solas las vidas de los personajes públicos, las memorias de Bonnett tienen el poder de sintonizar con su generación, la cual, con seguridad, irá construyendo su propia memoria mientras lee, y dar luces a las nuevas sobre lo que vivieron y sintieron sus propios padres.

En algún pasaje del libro, Bonnett cita al poeta indio Tukaram, del siglo XVII: “He sufrido males espantosos. Ignoro lo que me reserva todavía mi pasado”. Quiere decir, de alguna manera, que el pasado va cambiando en la medida en que también cambia la memoria. Tal vez por eso, Bonnett concluye: “Muchas veces me he sentido como si no estuviera inventada. Como si tocara inventarme. E inventarme es lo que creo que he hecho en estas páginas”.

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