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Paris

Canto a Matilde Espinosa*

Por: María Angélica Pumarejo

Una mujer, blanca ella, blanquísima, nacida entre indios, madre de sus hermanos y de su propia madre. Una mujer que vivió en la soledad de la pequeña aldea, en la que los pájaros y los ríos eran sus amigos; esposa herida con hondura y divorciada, una mujer que vivió en París, sacándole partido a la belleza del arte y la lectura para paliar el adentro de un hogar descompuesto por la violencia y el desastre; amenazada de cárcel por no seguir soportando el martirio, vuelta a casar, madre de dos hijos a los que vio morir un año uno y al siguiente al otro, uno atropellado, el otro asesinado en este país que no soporta la verdad a la cara. Una mujer que debió abrir un pequeño salón de belleza para masajear la grasa acumulada en otros cuerpos que comían más de lo que ella tenía para sí y para sus hijos. Una mujer capaz de regar con abundancia una vida que a diario le escupía escasez en todos los sentidos, capaz de esperar también que la vida le devolviera una ínfima parte de todo lo que ella le había dado. Una mujer que creció amarrándose hojas de yarumo como alas para lanzarse de los petroglifos de Tierradentro, mientras le crecían las alas de la poesía en su alma. Una mujer que tejió la bandera de la poesía sobre los miles de cuerpos muertos de su patria. Ella, que sabía de cantos, de patasolas y madremontes, salió a defender la vida con la palabra.

Una mujer ha dicho con su poesía: de hombres y mujeres de verdad, sin prejuicios o alabanzas, del estado natural de las cosas que nos hacen uno con la tierra y el agua, del dolor del hambre y del cuerpo enfermo o violentado, de la dulzura que provoca el amor en los corazones y de su recibimiento, de las revoluciones que intentaban el reconocimiento del otro, de la consagrada madre tierra y la madre que nos parió, de los territorios ancestrales y su prístina conexión con el ánima de todo cuanto existe, de los zarandeos del alma que la hizo abandonar la fe dogmática para reencontrase en esa que “[…] que no averiguo, que no desmenuzo […] creo en el influjo de una fuerza que no llegamos a entender, porque es algo tan alto y tan hondo que el intelecto no alcanza a tocarlo”.

Una mujer con unos poemas centrales, que empezó a escribir cuando ya pasaba de los cuarenta: La ciudad blanca, Corazón abierto, el pletórico Tierradentro o El río Páez, el embriagador Los indios, otro de convicción profunda titulado Una nueva estación, el íntimo Sigo preguntando y también Pequeña ausencia. Una docena de libros de poesía nos ha dejado la “poeta del gran Cauca”, Matilde Espinosa, tan ella, tan acompasada su alma con sus versos, libres de la forma que se suponía debían tener, libres en la esencia de un corazón y una vida que cuando la conocemos nos hace llorar. Signada por el dolor hasta en los sueños: “nunca he tenido un sueño feliz”. Pues bien, ojalá te leamos entera para que en la vida y en los sueños nos hagas felices.

(*) Dos libros centrales sobre Matilde Espinosa son: Matilde Espinosa, inocencia ante el fuego, de Gabriela Castellanos, Universidad del Valle y la antología reciente El telar de las estrellas, con prólogo y selección de Guiomar Cuesta, Ed. Universidad del Cauca.

Reseñas

El minuto -Novela-

El minuto es la novela publicada de Julián Mejía, entrada de la trilogía Opus hominum, con la que el escritor vallecaucano hace su apuesta en la literatura colombiana. Dividida en dos partes, una primera como presentación de los personajes y del caso y, la segunda, como descubrimiento del mismo y sentencia. Con una prosa que no teme metérsele a cualquier lugar, ni abordar los personajes desde sus dualidades y las complejas relaciones que establecen entre ellos y con el entorno, la novela avanza a un ritmo que halaga el entusiasmo por su lectura, a la vez que despliega para el lector un mundo bien cimentado, una geografía que lo lleva de Barcelona, a Cali y al final le regala una postal de Tokio como cierre.

Tiene los elementos propios del melodrama latinoamericano, muy bien engranados a través de las historias de Luca, Filomena, Susana, Milán, Carlos, Antonia, el pequeño Esteban y el trepador Jordi, todos recorriendo el camino que los juntaría en el nudo de una historia pertinaz para una novela negra de nuestros tiempos.

Una patria universal -Ensayo-

Cada vez que aparece un libro de ensayo merece una celebración espléndida y uno, como el de Pablo Montoya, publicado por la Editorial Universidad de Antioquia, aún más. Son veintiún textos que despliegan osadía y libertad; plenos de asociaciones agudas y pertinentes nos abren los ojos a estas interpretaciones íntimas de lo que el autor plasma con argucia plasma en unos textos definitivos. El ensayo sobre Ciudad y literatura es opulento, abre el libro como un gran banquete en relaciones, deducciones sobre la manera de las ciudades pertenecientes a los libros de autores universales, también la filigrana con la que compone el texto sobre Los dones del exilio, la historia de la familia original y la de Caín va de la mano con la de la fundación de la ciudad. Luego Montaigne, Rabelais, Victor Hugo, un bocado exquisito con el cuento El miedo de Maupassant, Showb, La caballería roja de Babel, cuatro páginas iluminadoras sobre Celine, otras tantas llenas de una lectura rotunda deBormazo de Manuel Mujica Lainez, la maratónica 2666 de Roberto Bolaño. Y también, un maravilloso ensayo tituladoLos espejos del Fausto, y otro, espléndido e íntimo sobre Coetzee. Estos y todos los demás demuestran la pluma brillante del animal literario que es Pablo Montoya, siempre atento a la universalidad y a su tejido con las letras colombianas.